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Maridalia Hernández
Maridalia Hernández (Foto: Fuente externa)

Para quererla por siempre: Maridaría Hernández

El privilegio de nacer con una voz única y auténtica va mucho más allá del profundo sonido que producen las olas cuando chocan contra el arrecife, más que la intensidad que se siente cuando acercamos el oído a un caracol, de esos que guardan con celo los secretos más profundos de nuestro mar Caribe.

Maridalia Hernández Morel, la hija de Julito y Josefina, la nieta del insigne Julio Alberto Hernández, cuyo legado musical es herencia de la Patria de Duarte, Sánchez y Mella, eternizado en el pentagrama musical de manera magistral.

MAridalia y su abuelo Julio alberto HernándezParte de su infancia transcurrió en Santiago, donde también nacieron parte de los Morel Franco, su familia materna, que también legó muchos artistas de importancia al país en áreas como la pintura, en la presencia infinita del mítico Yoryi Morel y muchos nombres más, que sin duda corren por sus venas, sangre de puros artistas.

Por un viaje de estudios y trabajo de su padre, estuvieron una temporada en Londres, ciudad en la soñaba volver a vivir, pero el destino tenía otros planes para ella como si se cumpliera el proverbio que cita el hombre propone pero Dios dispone.

Su infancia y adolescencia transcurrieron de manera feliz en su amado Colegio Sagrado Corazón de Jesús, bajo la tutela de las Hermanas Mercedarias, cuya educación propiciaba la formación de una mujer integral, donde -por supuesto- había un espacio para la voz.

En una de las veladas del colegio, la Orquesta de Los Caballeros Montecarlo, dirigida por –en ese momento- un joven promesa de la música: Jorge Taveras, quien luego se convertiría en él maestro con una gran e histórica carrera musical, visitó el colegio. Estando allí, una de sus compañeritas de aula, Carolina Sánchez Solano, se le acercó a Taveras y le pidió que escuchara a su amiguita porque que cantaba muy bien. Y es así, como Maridalia Hernández, que nació cantante, inicia lo que iba a ser su destino: ¡CANTAR!

Al mismo tiempo estudiaba piano en el Conservatorio de la Escuela José Ovidio García, en Bellas Artes de Santiago, participando en festivales intercolegiales y coqueteando, de manera casual, con una vocación que aparentaba ser casualidad pues ella tenía otros planes en los que figuraba la música pero en otra dimensión, nunca viendo el canto más allá de un hobby.

Con el traslado a Santo Domingo de toda la familia, debido a que su padre, un ingeniero calculista de gran especialidad, fue nombrado en Obras Publicas, Maridalia continuó sus estudios musicales en El Conservatorio, junto a la eterna profesora Milagros Beras, su mentora junto a otros profesionales del área que dejaron huellas en su formación musical.

Así es, como por igual casualidad, de esas que persiguen a las almas con estrella, llega a las manos del maestro Luis José Mella, para ser parte del espectáculo “Sonido para una Imagen”, donde su anecdótica interpretación del éxito de Frank Sinatra y Liza Minelli, “New York, New York”, convirtió a Maridalia Hernández en estrella en una sola e inolvidable noche del firmamento artístico nacional.

Eran tiempos de gloria para el arte nacional. Sonia Silvestre era la referencia indiscutible del canto con una carrera en Cuba y otras naciones; Luchy Vicioso, tenía su espacio; por igual Rhina Ramírez, Adalgisa Pantaleón y muchas otras buenas cantantes. Charytín Goico y Ángela Carrasco consolidaban sus carreras internacionales en Puerto Rico y España.

El canal de televisión, Teleantillas, había abierto con el programa “Fiesta”, una oportunidad de oro, brillando en especial Vickiana y Olga Lara, ambas disputándose la aguerrida preferencia de sus seguidores. Por otro lado Taty Salas, Jacqueline Estévez, Anahai y muchas otras, ganaban aplausos y conquistaban espacio y adeptos a sus estilos.

Ante ese panorama, la incertidumbre de una muchacha sencilla, pero compleja, con otros gustos musicales, alma y esencia hippie, pero extremadamente formal y respetuosa de su sentir, con grandes deseos de SER, pero con los naturales temores de PERDER, en un país donde las carreras artísticas corren grandes riesgos; aunque en ese momento el lema era ser feliz, cantar en Casa de Teatro, seguir los grupos y las voces que como Mercedes Sosa, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez eran referencias, sin dejar de lado a las grandes como Barbra Streisand y otras tantas.

Maridalia Hernández junto a sus compañeros de 4.40 y Freddy Ginebra.

Pero como dicen, que “para coser y cantar, solo es cuestión de empezar”, ya el sonido de su voz estaba comprometido con una vida que demandaba cada vez más. Así llega el encuentro fortuito con un gran músico, no menos soñador que ella, Juan Luis Guerra, quien le hace la invitación formal para ser parte de un cuarteto entre amigos, tomando el nombre de la afinación perfecta 4-40.

El éxito no se hizo esperar. Fue perfecta la simbiosis entre Juan Luis, Roger, Mariela y Maridalia, quienes concibieron un repertorio de grandes temas que se convirtieron en éxitos inmediatos como: “Ojalá que llueva Café”, “Santiago en Coche”, “Vivo enamorada”, que dieron a la escena un color musical distinto y el surgimiento de un fenómeno musical que hasta la fecha, no ha tenido igual; cuya calidad llegó para quedarse.

Maridalia HernándezJuntos conquistaron las fronteras y, con esto, llegó a la vida de Maridalia la encrucijada de quedarse o irse tras otros sueños con su instrumento natural: su voz. Tras analizarlo, consideró que lo mejor era irse. Decidió seguir sus instintos, aunque las trampas emocionales muchas veces entorpecían y acechaban como las sombras en la oscuridad. Firmó un contrato que luego traería a su vida por una larga década, más lágrimas que aplausos, alimento espontáneo que nutren a todo artista.

Viña del Mar, la llevó a Chile y la canción “Para Quererte”, de letras de José Antonio Rodríguez y música de Manuel Tejada, consolidaron su carrera, otorgándole su primer premio importante y legándole una canción, que es parte absoluta de su identidad artística.

Maridalia y su hija, Camila Jiménez Hernández. Foto Rubén RománEl amor se coló de golpe, entre la fama y la gloria, dejando su mejor obra, su única hija, Camila Jiménez Hernández.

El hasta que la muerte nos separé, no siempre se cumple y en ella, no fue la excepción. Sola enfrentó su batalla legal, la defensa de su carrera, el seguir volando con las alas mojadas, pero cruzando el océano, en búsqueda de nuevas lecciones y otros rumbos logró volver al ruedo, cuando la marea trajo un nuevo oleaje.

Maridalia Hernández luego de ser galardonada en los Premios Casandra, hoy Soberanos, en 1987Si tocara resumir una vida productiva como la suya, destacara a la ganadora de los máximos reconocimientos nacionales y premios internacionales, cuya voz no se ufana, que separa con autoridad el escenario de la artista y marca distancia con la mujer que es; esa que no canta por cantar, la que espera y confía en que un día le llegará el amor, la que imagina el compañero ideal, la amiga de sus amigos -los de siempre-, la que no acepta desaires porque no los provoca, la que juega con su suerte pero nunca con su destino porque su fe es como su voz, baluartes de su sentir.

Ella, que es frágil, cuál mariposa temerosa ante la llama de luz pero que defiende con ardor su derecho, su opinión y su verdad sin transigir, porque los humanos no somos como las monedas, ni tenemos dos caras, ni les gustamos a todos.

Todavía es mucho lo que oiremos de esta gran voz, porque una artista como ella, nunca termina. Su último logro es graduarse con honores de su carrera como Licenciada en formación musical, deuda pendiente que tenía con ella misma y sus exigencias propias. Por igual la ilusiona la llegada de Daniela, su primera nieta.

Como toda mujer, Maridalia Hernández es alma, sentimiento y voz que sonríe ante el aplauso y que, para quererla, ¡todos debemos entenderla!

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