Durante unas dos semanas he estado aquejado de un virus que, prácticamente, destruía mis huesos y mi estómago. Luego dejó como secuela unas terribles hemorroides que concluyeron en trombosis. El dolor fue tan intenso que hasta llegué a pensar podía morir de un infarto. Confieso temerle al dolor, mas no a la muerte, que apenas transcurre en micras de segundos.