Mi padre era comerciante importador, viajaba regularmente a Santiago, allí conoció a Yoryi Morel, y le encargó tres retratos, el de mi abuelo, mi hermano Mario, que tenía siete años, y el mío; Yoryi prefirió esperar que tuviera esa edad para pintarme; cumplí los siete, pero el cuadro nunca llegó a realizarse.