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Personajes y calles de mi vieja ciudad (1/5)

martes 21 de julio de 2015, 19:00h

Nací en la calle Colón, de la entonces Ciudad Trujillo; tras la caída de la tiranía, la calle y la ciudad, recobraron su nombre original: Las Damas y Santo Domingo, ciudad Primada. Teniendo dos años, nos mudamos a la calle Salomé Ureña No.21, en la misma zona colonial, y de allí parten allí mis primeros recuerdos. Nuestra familia estaba formada por mi padre Mariano Heredia López, mi madre, Concepción Ottenwalder Mallol, el abuelo Mariano y mi hermano Mario. La pasión de mi padre y abuelo, era la ópera, de ahí que escogieran para mí el nombre de dos óperas Carmen Alceste. Poseía el abuelo una de las mejores colecciones de discos de entonces, los que escuchábamos en su vitrola Telefunken, así conocimos desde nuestra infancia, las grandes voces de principios de siglo, como Enrico Caruso, Beniamino Gigli, Pascuale Amato, la Galli-Curci y otros. Mi madre había sido profesora de piano en su natal Santiago. Al llegar a la capital comenzó a trabajar en la Cancillería, presidida entonces por Arturo Despradel; su dominio del idioma alemán que había aprendido de su padre, sin duda le abrió las puertas, eran tiempos de guerra. Al casarse con mi padre fue cancelada.

Las tertulias en nuestra casa a la que acudían los amigos de mi padre, eran verdaderos espacios culturales, que aun siendo niños, disfrutábamos escuchando a hurtadillas, las discusiones sobre los más variados temas que allí se trataban. Aquellos personajes asiduos a esos encuentros, son realmente inolvidables, por su valía profesional, cultura y hombría de bien. Recordamos, al Dr. Gilberto Gómez Rodríguez, eminente hematólogo, había estudiado en Paris, era padrino de mi hermano; Carlos Ascuasiati, mi padrino, un próspero comerciante; el Dr. Eusebio Jiménez, odontólogo, gran polemista, el Dr. Nicolás Pichardo, cardiólogo, uno de los padres de la medicina dominicana, llegó a formar parte del Consejo de Estado en 1962; los arquitectos Gay Vega y Mario Lluberes, amante de la plástica, fue uno de los primeros coleccionistas de arte; el Dr. Freddy Prestol Castillo, distinguido jurisconsulto y escritor. Otros contertulios eran, el Dr. Rafael Peguero –Puchito- abogado, poseedor de un fino humor; Armando Germán, al que apodaban “Bani elegante”, sin duda por su buen talante, y Juan Acevedo, amigo entrañable.

En la Salomé Ureña, esquina 19 de marzo, estaba la casa y consultorio del Dr. Toribio García, otro de los grandes médicos dominicanos, y padre del primer actor dominicano, Iván García Guerra. En esa misma cuadra vivían el Dr. Fabio Fiallo Cáceres, abogado, y el Dr. Eduardo Read Barreras, quien formó parte del Consejo de Estado en 1962.

Al lado de nuestra casa residían en la primera planta, la señora Jimena Fernández Vda. Guzmán, y su nieta Lillian, a la que escuchábamos frecuentemente tocar el piano, eran madre e hija del futuro Presidente don Antonio Guzmán Fernández. En la segunda planta se encontraba el consultorio de uno de los mejores oftalmólogos que ha tenido el país, el Dr. Fernando Noboa Recio. Hago un paréntesis para narrar un episodio ocurrido allí.

Luego del almuerzo, nuestro padre nos dijo que esa tarde no iríamos al colegio; un rato después, sentimos un movimiento inusual que nos hizo asomarnos a la puerta de la casa, vimos entonces que en toda la calle habían apostados una gran cantidad de guardias, y se había prohibido el paso de vehículos y peatones.

Fuimos retirados de la puerta, pero la curiosidad nos llevó a subirnos a una ventana que daba a la calle a mirar lo que pasaba. De repente llegaron varios carros, uno de ellos se detuvo frente a la casa del lado, entonces vimos salir dos hombres, el miedo se apoderó de nosotros, mis ojos no podían creer lo que veían, cuando mi hermano me dijo, ese es ¡Trujillo! El otro hombre no sabíamos quién era, ambos subieron al segundo piso, y se nos ordenó bajar de la ventana. Tras la baraúnda que turbó la apacible calle, todo el mundo salió a comentar, entonces supimos que el señor que acompañaba a Trujillo, era el eminente oftalmólogo español, Ramón Castroviejo, quien a la sazón había venido al país a examinar al “jefe”, y se había escogido el consultorio del Dr. Noboa Recio, para realizar la consulta. El Dr. Castroviejo luego fue investido Dr. Honoris Causa, por la Universidad de Santo Domingo.

En la siguiente casa vivía don Joaquín Del Valle, su esposa doña Cristina Gómez y su hija María Altagracia –Nonita-, quien casó con el Dr. Vetilio Alfau Durán, reconocido historiador y abogado, director por años, del Archivo General de la Nación; sus hijos Vetilio y Salvador siguieron sus pasos dentro de esa institución.

Otro vecino era, el Dr. Luis Julián Pérez prominente jurisconsulto, quien muchos años después en 1974, aspiró a la presidencia de la República. Al mudarse la familia Julián, la casa fue ocupada por don Pedro Blandino y doña Pilar Canto, hasta que don Pedro, fue nombrado cónsul en Miami. Su hijo Pedro Blandino Canto, siguió la carrera diplomática, hasta hoy.

Uno de los personajes más pintorescos de la calle Salomé Ureña, lo era Altagracia Berliza -Tata-, llamaba la atención, por su forma de vestir y el uso permanente del sombrero, era una viva estampa del siglo XIX. La señorita Tatá, fue una excelente modista, y una estrella de las manualidades; el Nacimiento que instalaba en su casa en navidad, era una obra de arte, al punto que era bendecido por el padre Atanasio, párroco de la iglesia de Las Mercedes. Un joven asiduo visitante a esa casa nos llamaba la atención, porque siempre iba acompañado de su violín, era Jacinto Gimbernard, que con el tiempo se convertiría en un gran violinista. Los familiares de Tata Berliza, aun viven en esa casa, marcada con el no.15, la cual permanece intacta, visitarla es como volver al pasado.

La curiosidad nos hacía detenernos en la casa siguiente para ver desde el balconcito que daba a la calle, a una señora muy “histriónica” que cantaba y se acompañaba al piano, era doña Blanca Mejía, quien vivía con su madre doña Carlota Soliere, viuda de don Juan Tomás Mejía y Cotes, padres también de la narradora y crítica literaria, Abigail Mejía, autora de la novela “Sueña Pilarín”; su hijo el poeta Abel Fernández Mejía, también vivió en aquella casa.

En la esquina de la Salomé Ureña con Duarte, se aposentó una familia procedente del Seibo, formada por don Máximo Beras y doña Angiolina Goico y sus cinco hijos. Los Beras Goico, descollaron en diferentes actividades, sobresaliendo el polifacético Freddy, uno de los grandes íconos del humor repentista de nuestro país. Al mudarse esta familia la casa fue ocupada por otra procedente de San Pedro de Macorís, formada por don Rubén Nicolás y doña Adelaida Rissi, con ellos llegó a nuestra calle otro piano, que era tocado, por la madre y su hija Ana María.

Paralela a la Salomé Ureña, la calle Luperón tenía un atractivo especial, en la casa de la esquina con 19 de marzo, ensayaba la Orquesta Sinfónica Nacional, que en ese entonces dirigía el maestro Abel Eisenberg. Los niños del vecindario atraídos por aquella música, y los grandes instrumentos, nos sentábamos en la acera a escuchar los ensayos, una bella distracción cuando aun no llegaba la televisión. En la casa contigua vivía Haydee Tallaj, a quien veíamos frente al piano siempre practicando, llegó a destacar como pianista y profesora. Definitivamente la música inundaba aquellas estrechas calles, y la siesta, “La Hora Mística” que transmitía la emisora HIG, era un encuentro obligado de la familia con los clásicos…

Publicado en Areíto.

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