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Personajes y calles de mi vieja ciudad #3

lunes 03 de agosto de 2015, 20:35h
Mi padre era comerciante importador, viajaba regularmente a Santiago, allí conoció a Yoryi Morel, y le encargó tres retratos, el de mi abuelo, mi hermano Mario, que tenía siete años, y el mío; Yoryi prefirió esperar que tuviera esa edad para pintarme; cumplí los siete, pero el cuadro nunca llegó a realizarse.
El de mi abuelo y mi hermano -1948- son verdaderas obras de arte, que guardo como mi más preciado tesoro. Yoryi Morel fue uno de nuestros grandes pintores, ícono del costumbrismo dominicano. Visitar familiares y amigos era costumbre de la época; en la 19 de marzo visitábamos a la tía Evangelina Heredia, casada con Luis Marión, fueron los padres del gran psiquiatra dominicano, Luis Marión Heredia.

Otra tía visitada en la Sánchez, era Mercedes Heredia, casada con Odalis Fiallo Rodríguez; en la misma calle entre Mercedes y El Conde vivía don Danilo Ginebra y su hijo Freddy Ginebra Giudicelli, quien ha sido un verdadero promotor cultural. En la casa de don Franklyn Mieses Burgos, en la Espaillat, se reunía la intelectualidad de entonces. Gran poeta, fue de los Iniciadores del movimiento literario “Poesía Sorprendida”.

En esa misma calle vivía la familia Guerrero De Castro y sus tres hijos; don Leo Guerrero Noyer era farmacéutico y doña Lydia De Castro Cabral, destacada maestra, perteneció a la primera promoción de farmacéuticas graduadas en el país, fueron los padres de Juan Bosco Guerrero De Castro, abogado, profesor y político, quien se convertiría en mi esposo, con el que llevo solamente, 51 años de feliz unión. Es difícil en la infancia y adolescencia percatarse que tras la aparente y apacible sociedad en que vivíamos, había otra temerosa que sufría los embates de una tiranía despiadada; pero los niños captan más allá de su propio entendimiento.

Nos llamaba la atención que las tertulias en nuestra casa ya no fueran tan concurridas, y las conversaciones animadas se convirtieran en susurros, el tiempo se encargaría de darnos las respuestas. Corría el año 1949, se puso de moda un merengue que tocaban todas las emisoras, cuyo estribillo cantábamos, “Ahí viene el gato y el ratón a darle combate al tiburón”. En una ocasión mi padre nos oyó cantarlo y con voz pausada, nos dijo: “yo quisiera que no cantaran más ese merengue”, simplemente no lo volvimos a cantar; luego supimos que el merengue de marras se llamaba “Victoria en Luperón”, con el que su autor Luis Senior, alababa al “jefe” y sus huestes, luego de aniquilar los expedicionarios que desembarcaron por la bahía de Luperón, el 19 de junio de 1949. Entre los sobrevivientes habían dos amigos de mi padre: Horacio Julio Ornes y Tulio Arvelo. Empezamos a entender muchas cosas. En el mes de agosto se edita “La Ciudad Inefable” de Franklin Mieses Burgos, donde el poeta connota la realidad social a través de símbolos. Pero la vida, continuaba su curso.

En septiembre de ese año, se presentaron en el país “Los Niños Cantores de Viena”, mi madre nos llevó a verlos, fue una noche inolvidable en el cine Olimpia. Años después “Los Niños Cantores” -no aquellos- han regresado en varias ocasiones al país. En el año 1951, se realizó la Primera Feria Nacional del Libro, en el Parque Colón y bajo las arcadas del Palacio Consistorial, su promotor había sido don Julio Postigo. Allí acudía un numeroso público que iba a “comprar libros” a bajo costo; los alumnos de escuelas y colegios, eran llevados por sus maestros, y por las noches, la Feria se convertía en un escenario exquisito donde se presentaban obras teatrales, conciertos y danza.

Allí vi por primera vez, un espectáculo de ballet, la “Escuela de Ballet Flor de Oro Trujillo”, que dirigía Magda Corbett -la madame- ofreció un divertimento, que me dejo fascinada, esa noche soñé con “tutus” y zapatillas, al día siguiente mi madre ante mi insistencia, hubo de inscribirme en la escuela de ballet donde permanecí por varios años, pero el amor por la danza me ha acompañado por siempre.

Otro acontecimiento artístico tuvo lugar en octubre de ese año 1951; la Dirección General de Bellas Artes presentó en el Teatro Olimpia una “Noche de Opera” con la participación de cantantes líricos dominicanos, acompañados por la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección del maestro Roberto Caggiano, y en la que se destacó el tenor Napoleón Dihmes. Mis padres que habían asistido, llegaron entusiasmados, fue tema obligado por algunos días, la prensa se hizo eco de esa histórica noche. Más allá de los escenarios, de la música y los cantos, la ciudad tenía sus propias voces y sonidos, aquellos que brotaban de sus gentes sencillas y su trajinar cotidiano.

Los pregones de las marchantas con sus canastas en la cabeza, anunciaban cada una a su propio modo, las excelencias de sus productos: el paso de los caballos, arrastrando las carretas cargadas de víveres, marcaban sus “motivos rítmicos característicos”, de igual manera, las carretillas cargadas de carbón.

El silbido de un pito anunciaba la llegada del hielo, grandes bloques se colocaban en una especie de nevera que había en las casas, pero este gélido negocio tenía competencia, habían dos personajes muy populares “Chochueca” y “Pelao” que estaban presentes siempre en todos los mortuorios, su verdadera misión era llevarse el hielo que se colocaba debajo del féretro, para luego venderlo… y es que la necesidad tiene cara de hereje.

“Barajita” era un personaje carnavalesco, el sonido de las baratijas que la cubrían de de pies a cabeza, anunciaban su paso, su nombre se convirtió en símbolo de lo recargado. El sonido plañidero de las campanas de las iglesias llamando a misa, daban un toque místico a la vieja ciudad; otras marcaban las horas en el reloj municipal, y la bocina altisonante de los bomberos a la doce del medio día, indicaba el cese de labores, la vuelta al hogar, al almuerzo coloquial. Pero las campanas de las iglesias repiqueteaban de manera especial algunos días, como el Sábado de Gloria, y paradójicamente el 24 de octubre y el 24 de diciembre, para conmemorar el nacimiento del “Jefe” y del Niño Jesús, respectivamente.

Estos sonidos, esta música citadina del ayer lejano, permanecen aun en nuestra memoria, pero su eco vivirá por siempre a través del poeta Tony Raful al convertir nuestra vieja ciudad, en una metáfora vibrante, en su poemario “La ciudad y sus cantos”. En el 1952 el Teatro Escuela de Arte Nacional, presentó en el Instituto Salomé Ureña, el entremés de Miguel de Cervantes “La Guarda Cuidadosa”, dirigida por Modesto Higueras. Ese año fue creado “El Cuadro Experimental de Comedias María Martínez”, y nombrado director a Rafael Montás Coén. Iniciaron sus presentaciones con la obra “La Dama del Alba” de Alejandro Casona.

El primero de agosto de 1952 se inició la televisión en el A la calle 19 de marzo llegó un refugiado español, director teatral, Julio Francés. A solicitud de “La Sociedad Jesús Obrero” inició el montaje de la obra “El Gran Teatro del Mundo” de Pedro Calderón de la Barca, y para ello, reunió un grupo de jóvenes diletantes; la obra fue presentada en el Instituto Salomé Ureña. Entre los jóvenes participantes se encontraba Iván García, se iniciaba así su dilatada y exitosa carrera de actor. Por breve tiempo, -1953- Julio Francés, fue director del Teatro Escuela de Arte Nacional. Un día fue encontrado muerto, “sotto voce” como solía hablarse en la “Era”, se decía que había sido asesinado por el Servicio de Inteligencia…
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