Nacido en Nueva York en 1890, uno de los más grandes cómicos del cine
estadounidense moría en Los Ángeles en 1977 por una neumonía.
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Groucho Marx con su característico puro y su famosa sonrisa irónica |
36 años sin el habano y el humor mordaz de Groucho Marx
Por EFE
lunes 19 de agosto de 2013, 10:13h
"¿No
es usted la señorita Smith, hija del banquero multimillonario Smith? ¿No?
Perdone, por un momento pensé que me había enamorado de usted.", decía
pícaramente este apasionado de las mujeres. Un estilo en el que el sarcasmo y
la ironía protagonizaban cada escena. El amor, la política, la crítica social y
el dinero fueron las principales temáticas que Marx trató con maestría.
Locuaz,
hilarante y atrevido. Capaz de gritar la verdad ante una sociedad sorda que se
reía con sus travesuras dialécticas, el cómico estadounidense Groucho Marx
celebra hoy 36 años como miembro del único club que le abrió las puertas sin
pretextos: el cementerio.
"Como sigas cumpliendo años te vas a
morir", le dijo Marx a un amigo el día de su aniversario. Genial hasta su
último aliento, su dinámica y venenosa verborrea lleva silenciada 36 años, pero
aún es fuente de inspiración para los nuevos cómicos.
"He tenido serias
dudas sobre la vida antes de la muerte", decía el propio Marx (1890-1977)
en una de sus últimas apariciones televisivas en 1973, cuando Bill Cosby le
preguntó sobre sus creencias religiosas. En aquel entonces, y a sus casi 83
años, el cómico demostró con sutileza por qué se había convertido en una
leyenda viva del humor, una palabra que reconoció no saber exactamente qué
significaba.
Nacido en Nueva York el 2 de octubre de 1890, en el seno de una
familia judía, Julius Henry Marx fue el cuarto de seis hermanos. Junto a ellos,
inició su andadura profesional y se subió a las tablas de los más oscuros escenarios
de la Costa Este. Tras unos cuantos triunfos en Broadway, Los hermanos Marx
decidieron sumarse al cine sonoro y explotar su ingenio lírico.
Sin mostrar
ápice alguno de respeto por la industria, el cuarteto se encontró con el
productor Irving Thalberg, una de las personas más poderosas de los estudios de
cine y a la que doblegaron con su humor. Fruto de esta unión, nacieron dos de
los filmes más reconocidos de la banda: "Una noche en la ópera"
(1935) y "Un día en las carreras" (1937).
Capaz de tallar su nombre
en la historia cinematográfica antes de fallecer, Marx fue un genio del séptimo
arte que arrastró el género humorístico hasta unas alturas que muy pocos habían
alcanzado antes.
Una vis cómica inteligente y perspicaz y una imagen dominada
por aspectos fácilmente reconocibles fueron las claves del éxito para este
neoyorquino, que conoció el éxito gracias a su interpretación en la obra
"Cocoanuts" en Broadway. El puro habano, las cejas gruesas, las gafas
y un gran bigote fueron las señas de identidad de ese humor transgresor que no
respetaba el orden establecido.
Sin embargo, serían las locuciones
esplendorosas y los juegos de palabras los que lo definieron como un genio
difícil de imitar. Unas frases épicas que se han convertido en
"leitmotiv" de revoluciones, himnos de una peculiar forma de entender
la vida en el que no hay tiempo para el mañana.
"Disculpe que les llame
caballeros, pero aún no les conozco bien", dijo en una ocasión este genio
rebelde que siempre fue fiel a su nombre artístico, procedente de la palabra
anglófona "grouch", que significa gruñón.
"Hay muchas cosas en
la vida más importantes que el dinero. ¡Pero cuestan tanto!", lamentaba
Groucho Marx, Óscar honorífico en 1974, en una de sus citas más célebres.
El
actor lo consiguió todo. Viajó "de la nada a la miseria extrema",
como reconoció en una ocasión, pero sobre todo bramó por la verdad, siempre
camuflada con humor, en un periodo en el que no todos se atrevían a confesarla.
Siempre se mantuvo fiel a sí mismo, aunque reconocida es la frase de
"estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros", como una
forma de denunciar la hipocresía en las altas esferas.
Groucho Marx falleció el
19 de agosto de 1977 en Los Ángeles por una neumonía a la edad de 86 años sin
dejar, en ningún momento, de dominar la palabra. Su epitafio, no obstante,
resumen de su sarcástica existencia, "Disculpen que no me levante",
jamás se llegó a grabar en su lápida, ya que su familia prefirió no hacerlo, y
se convirtió en una cita más de su genio.