El argentino Carlos Castelli llevaba 30 años en el negocio de los accesorios de moda cuando sus hijos empezaron a trabajar con él, a mediados de los años noventa. En ese momento, era dueño de una pequeña fábrica que vendía un amplio y variopinto repertorio de productos en su local del barrio de Once, el centro del comercio minorista en Buenos Aires, donde se puede comprar casi todo a buen precio.