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Un nuevo coronavirus o mejor conocido como COVID-19.
Un nuevo coronavirus o mejor conocido como COVID-19. (Foto: Fuente Externa)

Para esta guerra no estábamos preparados

Por Milton Tejada C.

Sin pesimismos, parecería que nos encaminamos a un holocausto autoinfligido. Como dice Ana Fuentes, en un artículo escrito en El País: Cuando la guerra te toca...

Cierto, para esta guerra no estábamos preparados. Cuántas serán las bajas, no lo sabemos. No sabemos tampoco si seremos una de ellas o nos tocará con alguien cercano...No vivimos la segunda guerra mundial, y la mayoría de nosotros ni siquiera la llamada Guerra de Abril. Además, el enemigo en este caso es especial: diminuto, escurridizo, duro de matar... y para matarlo tenemos que negarnos a nosotros mismos: tenemos que negar el abrazo o el beso, la sociabilidad, el trabajo cotidiano...Tampoco estábamos preparados porque no creemos en nuestras instituciones y estamos ahora obligados a creer, a darle un voto de confianza.

No estábamos preparados porque más del 50% de nuestra fuerza laboral es informal. Las calles están vacías y esta gente se ganaba el pan en las calles. No estábamos preparados porque tomamos medidas, como el toque de queda, para evitar la socialización, el contacto, la cercanía, y hacinamos a los detenidos en pequeñas celdas. Uno solo que haya contagiado los contagiará a todos, y a las seis de las mañanas irán a sus casas, a sus varios, a contagiar a todos los demás...

No estábamos preparados porque queremos que las empresas cierren, que eviten que sus obreros enfermen, pero simultáneamente queremos garantizar el empleo y que suministren al mercado lo que necesitamos para sobrevivir, y eso no es posible sin mano de obra, eso no es posible sin transporte a los lugares de trabajo. No estábamos preparados porque conocemos de la hipercomunicación, pero no conocíamos de la hipercomunicación en tiempos de crisis, donde las informaciones y desinformaciones conducen al pánico.

No estábamos preparados porque nos convertimos en una sociedad que le aterroriza la idea de la muerte, como si esa no fuera una compañera que camina a nuestro lado, inevitable, a quien mejor comenzamos a aceptar que a horrorizarnos. No estábamos preparados porque nos alejamos de Dios y entonces toda referencia a la vida se centra en nosotros mismos, finitos. No aceptamos el duelo y mucho menos el duelo colectivo, viviendo en una permanente etapa de negación. Y lo peor, no podremos estar preparados. Y, sin pesimismos, parecería que nos encaminamos a un holocausto autoinfligido.

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