La situación en Gaza representa un alarmante retroceso en la lucha contra la hambruna, según el investigador Alex de Waal. A pesar de los recursos disponibles, decisiones políticas han bloqueado la ayuda humanitaria, resultando en muertes evitables y el desmantelamiento de la sociedad. La crisis es una hambruna provocada que exige acción urgente.
Gaza.- Desde los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad había logrado reducir drásticamente los episodios de hambruna provocada por el hombre. Sin embargo, el caso de Gaza marca un alarmante retroceso. Así lo advierte el investigador británico Alex de Waal, una de las principales autoridades mundiales en el estudio de las hambrunas, quien sostiene que la situación actual en ese territorio palestino constituye “la más minuciosamente diseñada y controlada desde el siglo pasado”. Según el experto, el hambre no solo está matando cuerpos: está desmantelando una sociedad entera.
A lo largo de la historia, el hambre ha sido utilizada como arma de guerra para doblegar poblaciones enteras, romper tejidos sociales y empujar a la rendición. Lo vimos en el cerco de Leningrado, en Biafra, en Darfur y más recientemente en Yemen. Gaza se suma a esa dolorosa lista, pero con una particularidad que la convierte en un caso sin precedentes: la existencia de todos los medios logísticos y materiales necesarios para evitar la tragedia, bloqueados únicamente por decisiones políticas deliberadas.
Mientras miles de camiones con ayuda esperan en las fronteras, más de 100 agencias humanitarias alertan que la hambruna se extiende rápidamente. Según datos recientes, al menos 154 personas han muerto de hambre, entre ellas 89 niños. Uno de cada tres gazatíes pasa días sin comer. De Waal insiste en que esta crisis era evitable, y que en varias fases del conflicto pudieron tomarse medidas que hubieran salvado miles de vidas. Pero no se hizo.
La Fundación Humanitaria de Gaza (GHF), una entidad privada respaldada por Israel y EE. UU., fue creada para sustituir a la red de distribución de alimentos de Naciones Unidas. Sin embargo, su actuación ha sido duramente criticada por expertos y organismos internacionales. La ayuda que ofrece es insuficiente, de difícil acceso y deja fuera a los más vulnerables. “Solo los más fuertes pueden llegar a los puntos de distribución, y eso con un riesgo enorme”, explica De Waal. Los más débiles simplemente mueren en el intento o mueren esperando.
La Corte Internacional de Justicia ya había advertido en marzo de 2024 que Israel debía garantizar el acceso inmediato y sin trabas a la ayuda humanitaria, como parte de su obligación de prevenir el genocidio. Sin embargo, esa orden ha sido ignorada, mientras los gobiernos de potencias como Estados Unidos, Reino Unido o Alemania siguen enviando armas y evitando sanciones significativas.
La comunidad internacional parece haber normalizado las imágenes de niños esqueléticos en brazos de sus madres, de cadáveres pequeños envueltos en mantas, de rostros desnutridos que claman en silencio. “Quienes deshumanizan a otros, se deshumanizan a sí mismos”, dice De Waal. Pero incluso frente a ese espejo, el mundo sigue mirando hacia otro lado.
Lo que ocurre en Gaza no es una catástrofe natural, ni un colapso espontáneo. Es el resultado de decisiones frías, calculadas, tomadas con plena conciencia del daño que causarían. Es una hambruna provocada. Y como tal, debería despertar no solo compasión, sino también acciones concretas, firmes y urgentes. Porque cada día que pasa, mientras el mundo duda o guarda silencio, otro niño deja de respirar con el estómago vacío.
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