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Economía real en República Dominicana

Por Antonio Sánchez Hernández
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domingo 10 de marzo de 2019, 03:57h
“Se entiende por economía real la ó las actividades productivas más importantes de un período de tiempo determinado”. Jacques Chonchol.

En el caso concreto de la República Dominicana, el economista José Luis Alemán, siguiendo las investigaciones del historiador Frank Moya Pons divide lo que fue la economía real durante todo el período colonial. Se entiende por economía real la o las actividades productivas más importantes de un período de tiempo determinado.

Comencemos por la economía real colonial.

a) 1492-1516. Una economía real caracterizada por la producción de oro hasta el 1514. La población indígena total de acuerdo a la Fundación Vicens Vives era de cien mil habitantes a la llegada de los españoles en 1492.

b) 1516-1606. Inmediatamente después, una economía real caracterizada por la producción y exportación de azúcar de caña, cañafístula y, de forma ilegal de cueros, en el norte de la isla en todo el siglo XV1, hasta las devastaciones de Osorio en 1606, a principios del siglo XV11. La población total en 1570 se redujo a unos 35 mil habitantes. (Bosch: 1960).

c) 1606-1700. En todo el siglo XV11 predominó una economía real dominada por la producción agrícola de autosuficiencia y la población se mantuvo estacionaria.

d) 1700-1800. En el siglo XV111, predominó una economía real
basada en la producción ganadera en el Norte de la isla y de
maderas en el Sur de la isla. La población total para el año 1783 (Censo Parroquial) fue de 117 mil habitantes, apenas 17 mil habitantes más que en 1492, cuando llegaron los españoles.

e) 1800-1900. En el siglo X1X, predominó una economía real de autosuficiencia agrícola durante la ocupación haitiana hasta 1844, y con una población de 126 mil habitantes en la parte española. (J. R. Abad: 1844).

f) De 1844 hasta las grandes inversiones azucareras en 1880, coexisten una economía agrícola de subsistencia, la producción y exportación de tabaco (Bonó: 1881) y de maderas (Cassá: 1975). La población total comienza a crecer y ya en 1888 es de 417 mil habitantes (J.R. Abad: 1888).

G) Como puede observarse, desde la llegada de los españoles en el año 1492 (100 mil habitantes) hasta el año 1888 (417 mil habitantes), la población creció en apenas 317 mil habitantes.

Creación del mercado interior.

De ahí en adelante, es cuando entramos de lleno en la creación de un mercado interior, y es entonces que la población dominicana crece de manera vertiginosa:

1920: 895 mil habitantes (Fuente: 1r. censo nacional).

1935: 1,5 millones de habitantes. (2do. censo nacional).

1950: 2,1 millones de habitantes (3r. censo nacional).

1960: 3 millones de habitantes (Oficina nacional de Estadísticas. (O.N.E.).

1970: 4 millones de habitantes (O.N.E.).

1980: 5,6 millones de habitantes (O.N.E.).

1993: 7,3 millones de habitantes (O.N.E).

2000: 8,2 millones de habitantes (O.N.E.)
2018: 10,4 millones de habitantes.(O.N.E.)

Estos datos demográficos indican que la población no creció en el período colonial (1492-1844), debido al poco desarrollo del mercado interno. Que el crecimiento de nuestra población se torna vertiginoso desde finales del siglo X1X hasta el año 2000: cerca de 8 millones de habitantes, debido al desarrollo amplio del mercado interior, proceso que continúa en el siglo XX1, bajo una economía de servicios: turismo, zonas francas, remesas, industria de la construcción, telecomunicaciones: 10,4 millones de habitantes en el 2018.

Mercado interior: Elementos de Modernidad.

Al igual que en el resto de los países de América Latina, curiosamente, la sociedad americana que se consolida en los siglos XV11 y XV111 nace del mercado exterior, pero no logra crear un mercado interior. En todo el período colonial fuimos sociedades fragmentadas en provincias, con poca o nula comunicación vial entre sí y con un orden social tan rígido que dejaba poco espacio para que el artesano y el campesino libre, con el tiempo, pudieran convertirse en empresarios y arrendatarios y repetir el proceso que se desarrolló en el resto de Europa.

Durante la economía colonial, se creó un comercio de tipo predatorio que generó un comerciante que siempre estuvo de paso y por lo tanto, no tenía predisposición para acometer proyectos productivos complejos, de lenta maduración. El hacendado desarrolló una mentalidad rentista, con el ojo puesto en los grandes centros de consumo europeos.

El trabajo productivo era principalmente de tipo servil, sin iniciativa propia y siempre en espera de la dirección del amo hasta en los mínimos detalles.

Una organización social que aunque siempre estuvo motivada por el mercado exterior, fue absolutamente hostil al desarrollo interior de las prácticas mercantiles.

"Siempre vivimos entre dos aguas: en los períodos de auge, la economía de plantación prosperaba mientras el orden despótico se hacía más rígido. En períodos de decaimiento comercial con la metrópoli, el orden despótico se relajaba y aparecían espacios restringidos donde la actividad comercial y artesanal prosperaban.

En definitiva, tuvimos un orden americano, dónde tomamos lo peor del orden feudal y del orden mercantil, moldeando las conductas de los agentes sociales, de forma perversa". (Jacques Chonchol: 1975).

Esa diferencia explica cómo los países latinoamericanos nos iríamos diferenciando de Europa, en la plástica diferencia que separa la ciudad europea de la ciudad americana. Allá, pequeños conglomerados de cien mil a medio millón de habitantes muestran toda la solidez de un denso tejido de prácticas sociales de todo

tipo de una gran ciudad; aquí, ciudades de millones de habitantes
ofrecen el escuálido espectáculo de no ser más que inmensos caseríos sin una auténtica cohesión urbana, sin planificación de nada.

Santo Domingo, nuestra capital, con casi cuatro millones de habitantes, en pleno siglo XX1, es un ejemplo de cómo el casco urbano de la ciudad se diferencia de manera notoria de sus barriadas periféricas, arrabalizadas todavía en pleno siglo XX1, creando una especie de dualismo urbano de muy difícil integración, debido a la profunda distribución desigual del ingreso urbano, con una planificación escasa del ordenamiento territorial, sin casi ningún tipo de planificación urbana, y dotado de un sistema de transporte tan desorganizado y tan entaponado, que podríamos calificarlo de transporte caótico.



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