Una auténtica explosión de colores, parte de nuestra posición geográfica, ubicados en el mismo trayecto de un sol, que entre arenas, playas y montañas, crecen las palmas y florecen las cayenas, para ofertar un sinnúmero de recursos, que de igual manera, se reflejan en cada una de nuestras regiones, donde todos somos diferentes pero estamos unidos por el cordón umbilical de un solo sentimiento: ¡El amor a la Patria!
Se me muere Rebeca, Nicolás Denden, Papá Mi hijo, El Rey Califé y la insolentemente divertida Roba la Gallina, junto a cada Diablo Cojuelo o los fastuosos Lechones Joyeros y Pepineros, símbolos de distinción del Carnaval de Santiago, nos ponen a vibrar de emoción, en esa mezcla extraña de miedo y alegría, con sus golpes de vejigas y sus fuetes impetuosos, cargados de energía y fuerza, en el escenario de las calles, que como manifestación popular, se tornan en amalgamas de espectros fantasiosos.
Tradición y cultura tras una manifestación, que gana puntos con la transformación y dimensión del Carnaval Vegano, en donde la ciudad olímpica y culta, asume esa fiesta, como un reto de superación inspiraciónal, año tras año.
Esta vez, tras la suspensión de dos años a causa de la Pandemia del Covid -19, la alegría ha vuelto y de nuevo los dominicanos bailan en la calle de noche y de día, en la más divertida masificación de diversión, espontánea y devota ante sus personajes favoritos.
El reciclaje gana puntos y ya la creatividad del artista Luis Rivas ha introducido al diablo ecológico, creado con desechos plásticos, cuyas máscaras llaman la atención, por sus líneas y colores, que andan entre Pablo Picasso y Joan Miró pero también podrían ser imágenes de Iván Tovar, porque esas ventajas, solo las concede El Carnaval dueño y señor de la imaginación y la alegría popular.
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