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¿Competimos o cooperamos?

Por Néstor Estévez
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viernes 05 de noviembre de 2021, 22:34h
Cooperativas.
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Cooperativas. (Foto: Fuente externa)
Con gran nostalgia recuerdo una imagen usada para promover el cooperativismo hace algunos años.
En un pequeño cartel se mostraba la secuencia de dos burros atados a la misma soga y tirando en sentido contrario. Ambos tenían ante sí respectivos montones de hierba que intentaban comer, pero ninguno lo lograba porque el otro se lo impedía.

La secuencia continuaba con ambos burros, esta vez en el mismo sentido, sacándole provecho a uno de los montones de hierba, y luego al otro. Habían dejado de competir para pasar a cooperar. Y habían disfrutado de los beneficios que eso genera.

Tal parece que necesitamos, quizás con otros ejemplos, entender y aplicar el concepto. Pues, aunque la propia RAE, además de la acepción “oposición o rivalidad entre dos o más personas que aspiran a obtener la misma cosa”, incluye otra que reza “pericia, aptitud o idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado”, el común de la gente se ha quedado con la primera.

Ni siquiera ha valido aquel planteamiento de que la principal competencia no ha de ser contra los demás sino consigo mismo. Todo lo contrario: se empuja a exagerar la competencia con el prójimo demás, aunque ello implique “comérselo”.

Y la verdad es que, aunque se insista en negarlo y hasta en no verlo y mucho menos entenderlo, sobran las razones para que revisemos y reorientemos el significado de competencia y la pertinencia de priorizar la cooperación.

Lo primero es que desde mediados del siglo pasado se impuso y se ha ido generalizando un modelo de desarrollo imposible de mantener. Sobran las demostraciones de que necesitamos cambios urgentes para detener o por lo menos mitigar, el daño que le estamos ocasionando al único planeta que tenemos.

Hace casi una década se advirtió que, de continuar la tendencia de ese momento, en 2020 se necesitaría 1.75 planetas, y 2.5 en 2050. Pero en lugar de admitirlo y cambiar, nos hemos empeñado en concentrarnos más y más en el “yoísmo”, olvidándonos de las necesidades de las próximas generaciones. Aprovechar la posverdad y hasta la posmentira ha servido para negar realidades como el cambio climático, aunque huracanes o inundaciones ocurran en lugares donde solo sabían de eso por las noticias.

A nivel mundial, en el 2015, todos los Estados miembros de Organización de las Naciones Unidas adoptaron los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible, también conocidos como los ODS. Se trata de una especie de llamado universal para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad de cara al año 2030.

Diecisiete objetivos sirven de orientación para equilibrar la sostenibilidad medioambiental, económica y social. Con la consigna de “no dejar a nadie atrás”, todos los países se han comprometido a acelerar el progreso para aquellos sectores más atrasados.

Transcurrido poco tiempo desde la fijación de esos objetivos globales, la llegada de Covid-19 ha trastornado muchos planes. Pero también ha abierto oportunidades para conocer la crudeza de la realidad de muchos seres humanos y hasta para apreciar manifestaciones de la propia naturaleza.

Para quienes han asumido patrones y estilos de vida reñidos con la sostenibilidad, este tiempo de pandemia ha servido para mostrar que el mundo es uno solo y que está realmente interconectado. Lo que en un momento dado es problema en un lugar aparentemente lejano, en muy poco tiempo puede convertirse en problema propio.

Ante semejante estado de cosas, quizás resulte oportuno retomar ideas y planteamientos que no han sido lo suficientemente asumidos y puestos en práctica. Hace algunos años, el profesor de la escuela de negocios de Harvard, Michael E. Porter, se refirió al papel de las empresas que van más allá que la simple responsabilidad social en su relación con la sociedad. A eso lo llama “valor compartido”.

Según Porter, la creación de valor compartido, en lugar de enfocarse en mitigar los daños de su operación, se centra en la innovación de sus propios procesos para promover el progreso social. La propuesta de valor compartido incentiva al mundo empresarial a renovar sus procesos y actividades de negocios, tomando en cuenta el entorno social en el que se desempeña, sin sacrificar la búsqueda y obtención de utilidades, pero sí con atención a las necesidades y los beneficios que se pueden alcanzar en el sector social.

Con una buena “lectura” de la realidad actual, de las enseñanzas del cooperativismo y de la pandemia, así como de la propuesta de valor compartido, podemos encontrar atinada respuesta a la pregunta ¿competimos o cooperamos?
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