Elisabeth Puig
Hacer lo que nunca se ha hecho... lo
estamos logrando con el cierre, a petición del gobierno dominicano, de la
oficina del ACNUR en nuestro país y con la solicitud de que su representante,
Gonzalo Vargas Llosa, sea declarado persona non grata en la República
dominicana, sacado como un malhechor.
Lo que parecía hace todavía
unos días un chiste de mal gusto se ha traducido en los hechos en una real
y arrogante petición de parte de nuestras máximas autoridades. En vez de
enmendar por sus actos la extremista resolución de la Cámara de
Diputados que condenaba la alegada campaña internacional que procura
acusar al Estado dominicano como propiciador de apatridia, ni esperaron la
instalación del nuevo canciller para afilar, desde Palacio, sus cañones
hacia el ACNUR.
No oyeron tampoco la voz de Flor Rojas, directora del
Consejo Nacional de Migración, quien estimó que el Estado dominicano
tiene que jugar su rol, dar a conocer y defender el trabajo que hace para implementar
una verdadera política migratoria y respetar los acuerdos internacionales sobre
esos casos.
Lo único que uno se puede preguntar
es cuáles son los vínculos insólitos que arrastran los sucesivos gobiernos del
PLD y los atan a las fuerzas de la caverna que han arremetido de manera
unánime y coordinada en contra del funcionario internacional tratando
siempre de enredar, confundir y mezclar problemas reales, por cierto
agobiantes, que norman nuestra relación con el vecino país.
En vez de deshilachar nuestras difíciles
relaciones con sutilidad e inteligencia emocional, separando el grano de la
paja, procurando aunar esfuerzos en este sentido las medidas que impulsa el
sector pretendidamente nacionalista, parece ser parte de un plan para envenenar
los hechos, enchinchar hasta más no poder y trastornar la realidad a fin de
provocar explosiones peligrosas como lo demuestra el trato dado a la
información del asesinato de un vendedor de chicharrones por la Policía.
¿Qué se puede esperar de un país
donde el cardenal llama "canalla" a un defensor de los derechos humanos cuyas
oficinas forman parte del Sistema de las Naciones Unidas y olvida que la
compasión es el punto de partida de la solidaridad? ¿A que apuestan los
sectores más derechistas con una radicalización de su verbo y de sus
actuaciones?
Es tan fácil confundir a
nuestra gente amalgamando temas como migración, nacionalidad, naturalización,
apatridia, ilegalidad, racismo o apartheid, apelando al patriotismo ciego y no
a la necesidad de construir un Estado de Derecho respetado por todos los
actores.
Lo que está claro es que después de
tres años de batallas jurídicas, a pesar de ser portadora de un pasaporte
dominicano, Juliana Deguis no tiene los mismos derechos que cualquier otro
ciudadano dominicano. El tinglado organizado por las fuerzas "nacionalistas"
y mediáticas la acosa y la convierte en una ciudadana de segunda categoría
con derechos limitados. Juliana, con su pasaporte nuevo, no tiene derecho a
viajar donde ella quiera. Es una "traidora a la dominicanidad" por haber
respondido a la invitación de asistir a una conferencia sobre apatridia
organizada por las Naciones Unidas en Holanda.
Este viaje podría haber pasado sin
pena ni gloria pero parece que esta humilde mujer asusta, inquieta; su
comparecencia al foro internacional ha sido magnificada como si su testimonio
fuera de vida o muerte para el futuro de la nación. Juliana tiene todavía
cuatro hijos que no tienen patria y es solidaria con sus compañeros
desnacionalizados. Demuestra, a través de sus actos, tener más compasión hacia
sus hermanos de lucha que determinados prelados.
No podemos jugar con el odio y las
emociones de determinados sectores interesados. ¿Existiría acaso el temor de
que surja un liderazgo semejante al de Sonia Pierre?