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Hacia otro modelo de desarrollo más realista

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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viernes 19 de abril de 2019, 18:09h

“Todo lo que yo he escrito, en un centenar de novelas, como una ficción de la vida real, se basa en que los seres humanos de todo el planeta tierra viven su vida en tres grandes dimensiones: los celos, la venganza y el dinero. Y por ese motivo soy conocida en todo el mundo”. Agatha Christie
Introducción.-
Primero fue el período mercantilista, basado en el comercio mundial. Luego la libre competencia basada en la industria mundial. Luego la etapa del monopolio, donde primó la fusión del capital financiero con la industria mundial. Y ahora luego de estos tres largos períodos económicos de varios siglos, todo se globalizó, desde 1980 el mundo se torna muy cercano, las fronteras desaparecen, las comunicaciones duermen ya en nuestras camas, y se funde la banca mundial con el narcotráfico, cada vez a un ritmo más acelerado, donde uno lava y el otro plancha.

Un ciclo de expansión infinito, globalizado, aquel que dejó atrás, casi en el olvido, a las tierras vírgenes, a las regiones de aguas estancadas, a las minas inacabables, a las familias nucleadas en una prole numerosa, a los bosques infinitos, a la abundancia de tierras y aguas, a los propios organismos internacionales y donde surgen nuevos países líderes en el mundo, asociados en nuevos bloques económicos y políticos, con un nuevo líder mundial: la China Popular con apoyo del capital privado y público internacional, particularmente de los Estados Unidos. Ahora casi todos los países del mundo son capitalistas, con ligeras excepciones: es el fin de la guerra fría y del nacionalismo.

Un ciclo de desarrollo que borra del mapa mundial las buenas costumbres, tradiciones y enseñanzas patriarcales y que en busca de la libertad, basada en el alto consumo, nos guía supuestamente a todos, hacia economías libres de mercado. ¿Usted se lo cree? Sea usted el jurado.

Todo parecía bien, un modelo bien estructurado hasta que entramos en la economía espacial y se logró orbitar la tierra en apenas ochenta minutos y no en ochenta días por vía marítima. Desde entonces se supo que la tierra es apenas un diminuto punto en una infinita galaxia y el mundo planetario nos quedó pequeño para tanta población, y al igual que los recursos, este tiempo de alta velocidad devino real: las generaciones se quebraron en su continuidad y el mundo colectivo y las fronteras nacionales nos parecen ajenas; no valió el definir la mecedora o la hamaca: simplemente el mundo campesino había llegado a su fin.

Fallo en la desigualdad de los ingresos.

Falló el modelo capitalista únicamente en la desigualdad de los ingresos: mientras los recursos fueron explotados vorazmente por un núcleo reducido de países, la historia parecía congruente. Luego, casi inmediatamente, los límites del nuevo orden se desplomarían en la medida, en que todos los factores de producción: capital, trabajo, recursos naturales y tecnologías, se internacionalizaron para siempre y todas la naciones, ricas y pobres, empezaron a interrogarse, como el hombre moderno, el del siglo XX1, sería capaz de conciliar, pobreza y riqueza, con la vida errante, con las actuales emigraciones gigantescas. Ahora África se vuelca sobre Europa, Latinoamérica se vuelca sobre los Estados Unidos, Asia se vuelca orgullosa sobre ella misma y sobre todo el mundo.

Todo comenzó a arruinarse desde el momento en que comprendimos que el planeta tierra, sede del experimento social, era un cuerpo errante, un pequeño punto de una infinita galaxia, donde la democracia era el resultado de la modernidad, no el camino hacia ella, donde crecimiento y desarrollo eran conceptos distintos, porque se hizo evidente que en la mayor parte del planeta tierra seguían coexistiendo: el burro y el avión, los analfabetos y la buena poesía, las chozas y las fábricas, en completa falta de armonía.

Entonces y sólo entonces, los altos costos de este moderno modelo de globalización del desarrollo fueron evidentes: todo se encareció, ya no hay países baratos, todos los países son caros o ultra caros, ya no hay término medio, la inflación es elevada y es mundial, y además los países líderes, los ricos, tienen problemas tan graves de contaminación ambiental y provocan daños tan incalculables al equilibrio ecológico y demográfico del planeta que continuar esta forma de desarrollo es un suicidio para una parte considerable de la población mundial: exactamente para dos mil millones de personas de un total de 7,5 mil millones, los excluidos, los más pobres del planeta.

Hoy en el 2019, ya los pobres, dos mil millones de habitantes, son una población mundial sobrante, excedentaria, que no encuentra empleo aunque lo busque y que emigra desesperada, masivamente, hacia los países más ricos y hacia países de desarrollo medio como R.D., caso de los haitianos.

Así, Europa se llena de emigrantes de mayoría musulmana que vienen acompañados con sus mezquitas. EEUU se llena de emigrantes pobres de todas partes del mundo, creando muros ficticios, pretendiendo crear muros fronterizos en la frontera con Méjico, por solo citar dos ejemplos.

Un regreso a las tradiciones vencidas.

Ya no se trata de un problema político provocado por la guerra fría: este oeste, norte sur. En la loca carrera hacia la modernidad, estábamos por regresar a las tradiciones vencidas: entonces muchos intelectuales brillantes pensaron que quienes tenían la razón eran los aztecas desde antes de la guerra fría. Para ellos los puntos cardinales eran cinco, no cuatro: norte, sur, este, oeste y centro. Las primeras cuatro direcciones se movían y al moverse, cambiaban la colocación y el significado del caminar humano: el centro, siempre igual a sí mismo era el eje del universo.

La dificultad consistía en encontrar ese centro. Todo está cambiando, y ya nadie se baña dos veces en el mismo río. Ahora en el siglo XX1, en tiempos de globalización, en cuatro de los cinco continentes, nos movemos cada día a mayor velocidad y así nos extraviamos siempre.

Globalizados, el siglo XX1 es y será el siglo de las mayores emigraciones en toda la historia del mundo. Por ejemplo: desde ya el 40% de los dominicanos pobres preferirían emigrar a otras latitudes, preferiblemente a los E.E.U.U. según encuestas recientes. Lo mismo sucede con los demás países latinoamericanos.

Ya si es cierto que el mundo es ancho y ajeno. Ahora que todo se discute en encuentros mundiales, se evidencia como nunca, que no hay posibilidad real de integración entre países pobres y ricos en igualdad de condiciones, a menos que los imperios se desplomen, lo cual es una utopía, un sueño. Es hora de que los pobrecitos de la tierra y los hombres modernos de Sur se replanteen sus ejes de desarrollo, sin perder la brújula, el centro, quedándose quietos e integrados a una fuerte dimensión ecológica que los proteja.

Reforestar. Reforestar. Reforestar.

Hasta que nos olvidemos de Colón, de los viajes al Cosmos, de nuestra pequeñez galáctica, del hueco en la capa de ozono, del cambio climático y de las emisiones de gas carbónico.

Reforestar, hasta que volvamos a una infancia perdida, a nuestros sueños de niños. Hasta que cunda en nosotros la voluntad de proteger las especies, porque si la Antártida ha podido ser preservada de toda explotación minera durante cincuenta años, nosotros los dominicanos podríamos dedicar ese mismo tiempo para demostrarnos que somos un país forestal, siempre que los ruiseñores canten nuevamente y nos digan la verdad. Y que la alta emigración ilegal haitiana, ya enclavados en nuestras tres cordilleras, con su cultura de tierra arrasada lo permita y dejen de nutrir de leña y carbón a todo Haití, un país con un Estado fallido con 11 millones de habitantes.

Hay que sacarlos, al igual que a muchos dominicanos, de las cuencas medias y de las cuencas altas donde nacen 136 ríos del lado dominicano, antes que sea demasiado tarde y nos quedemos sin agua y sin bosques…como en Haití.

Educar. Educar. Educar.

Para que no seamos ciegos y evitemos todo tipo de ceguera social y política. Para que nos demos cuenta del error que significa el elegir a nuevos o viejos caudillos, que es lo mismo que sacar de la nada, algo que siga siendo nada, al mismo tiempo que gracias al uso de los tres poderes del Estado, lo es todo. Una educación distinta que cree destrezas laborales, artísticas, musicales, idiomáticas y deportivas, en nuestra población pobre, para que evitemos decir que nuestra educación es un fiasco, casi una estafa: un famélico sexto grado promedio de primaria.

Salud. Salud. Salud.

Porque si no podemos garantizar salubridad a todas las personas humildes dominicanas, nunca podremos hacernos cargo y dar servicio y tranquilidad a la pobreza ajena, a nuestros vecinos haitianos, aunque queramos: no tenemos recursos para integrar el sistema de salud de R.D. a los dos países. Cierto. Que cada país se rasque, mientras seamos países pobres, con su propio palo.

El problema haitiano. -

Si nos atoramos en el problema haitiano nunca seremos un país del primer mundo. Busquemos atención y apoyo internacional. Vayamos a los organismos internacionales y planteemos el problema imposible de la fusión de los dos países en salubridad y en empleos insuficientes. Negociemos con Haití sin tener un mezquino dólar en la frente. Ayudemos a Haití buscando soluciones reales, internacionales en el propio territorio haitiano. Saquemos la política partidaria de esos predios antipatrióticos que nos gobiernan y hagamos justicia social en ambos países.

Separar e independizar en R.D. los tres Poderes del Estado, como en EEUU, pensando en democracia real, en cual debería ser el tamaño del mismo Estado y sus instituciones. Cada país en esta isla necesita de un Estado que se ajuste a su cuerpo y al tejido social de sus ciudadanos, como cualquier traje o vestido bien acabado. Si no lo hacemos, jamás tendremos instituciones de respeto y confiabilidad en R.D., lejos de la corrupción y de la impunidad. Nunca: el sistema de partidos se hará rico, por su lado como lo hizo antes y lo hace sobre todo ahora. A mayor P.B.I. mayor será la corrupción y la impunidad, Y nada más. Resultado: los pobres en R.D. no tendrán ningún futuro. El país no será planificable: todo será una guerra de rapiña entre partidos políticos corruptos como lo es ahora en el 2019.

Y una cosa muy importante: los mercados no pueden ser ciegos, ninguna persona debe ser conducida por la mano ciega del mercado. Se necesita un consenso permanente, una capacidad idolatrada para reunirse y conversarlo todo, planificar los seis motores la economía: el turismo, las zonas francas, las telecomunicaciones, las remesas, la industria de la construcción y la agricultura, a fin de lograr, que el monólogo, esa inercia constante, ese arte de prorrogarlo todo para después, desaparezca para siempre, de la misma forma que ya la globalización del mundo está enterrando las fronteras y las nociones de países en vías de desarrollo y países desarrollados…

La pobreza es ya tan extensa en el mundo que hasta en los países ricos hay serios problemas de estabilidad de empleos debido al desarrollo tecnológico. Hay pobreza real nueva en todos los países ricos: hay otra vez marginados bajo los puentes de París, por sólo citar un ejemplo y ahora que casi todos los países del mundo son capitalistas, hasta Moscú con su regreso al capitalismo, se ha convertido en la ciudad capital más cara de Europa, cuando siempre fue la capital europea más barata, curiosamente cuando era socialista.






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