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Cuento

Dibujo de Fabienne Simon
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Dibujo de Fabienne Simon

"El Bostezo"

Por Rosalinda Alfau Ascuasiati
Olivia se dirige al sofá de la sala mientras el lazo azul prendido por un solo punto a la espalda, explaya sus alas de mariposa alegre; allí sentada, el tul se pierde en la espuma del cojín verde y con aire de virgen inmaculada, sus movimientos de seda maravillan como de costumbre a los presentes.
La crinolina levanta el organdí transparente del vestido, la trabilla de los zapatos acentúa la redondez de las pantorrillas infantiles y las mediecitas azules dobladas impecablemente hacia abajo, combinan a la perfección con los ganchitos celestes por donde se confunden, en un único caudal, varias mechas del peinado. De vez en cuando, el impulso involuntario de la mano imprime un revoloteo interminable a la pulserita de oro que lleva en el antebrazo.
Dispone las piernas con gracia y esmero, simulando abandono. En ese empeño, los músculos pierden la flexibilidad de que disfrutan y se invisten de un incontrolable temblor leve. Enseguida, con maestría, los pies dibujan en el aire varios pasos de danza y los miembros inferiores vuelven a abrazarse como por influjo de magia. Ajenos al aturdimiento momentáneo de la jovencita, los rostros siguen mostrando la misma sonrisa en filigrana de antes, en deleite total ante la perfecta imagen celestial que ella encarna.
Olivia se siente dividida entre el marasmo interno en que se encuentra y la admiración sin límites que causa. La confusión le desencadena un parpadeo delicado, seguido del cierre algo prolongado de las pestañas como si fueran persianas tratando de proteger algún interior vejado. Al abrirse, la sonrisa circundante se ha hecho aún más complacida; el culto que le rinden alcanza su punto máximo. Tiene la sensación de ser propulsada por el aire y de no pertenecer en forma alguna al corriente mundo terrenal.
De repente, se siente cansada. Reproducir sin cesar todos aquellos gestos que suscitan la atención incondicional de la sala, la deja exhausta. Entonces, sin poder impedirlo y, en medio de la sorpresa general, un bostezo tremendo y amplio le deforma los rasgos faciales. Lo párpados se comprimen con fuerza y eyectan dos gruesas lágrimas que resbalan a lo largo de la cara.
La madre deja de beber el café que absorbía con orgullo voluptuoso y, con parsimonia más que estudiada, regresa taza y plato a la mesita de al lado. La vieja tía cruza las piernas lenta y pesadamente volteando un rostro de cera hacia la ventana. Y el padre, con condescendencia y solemnidad sublime, sugiere a la audiencia dar una vuelta por el parque.
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