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José Luís Méndez La Fuente
José Luís Méndez La Fuente

La Cubanización de Venezuela

jueves 07 de noviembre de 2013, 06:48h
Una de las mayores preocupaciones que tenían los venezolanos cuando Chávez comenzó a gobernar era la de que Venezuela se convirtiese en  una segunda Cuba. Era un  tema que  estaba siempre latente,  que los opositores veían  como el final de una película ya conocida, que más tarde o más temprano llegaría, mientras que los  partidarios y seguidores  del chavismo no querían aceptar  o que  simplemente  negaban porque  les parecía  inverosímil.  Y no nos referimos solamente a la presencia de asesores cubanos en sectores como salud, agricultura, electricidad, inteligencia y seguridad. La hermandad  con Cuba busca  igualamiento del modelo. Nos referimos al modelo de control político que ha venido utilizando con éxito,  durante más de medio siglo, el régimen cubano sobre la población, con el único propósito de mantenerse en  el poder. Si los soviéticos lo pudieron  hacer en un país tan vasto, que sobrepasaba en territorio y población a la Rusia actual, después de la experiencia  cubana, repetirla en Venezuela no debe ser tan difícil.
Durante más de una década, ya decidida su afinidad con el socialismo cubano, el gobierno de Chávez  vino cocinando a fuego lento, sin necesidad de meter el acelerador a fondo, a la sociedad venezolana  en su propia salsa, con la receta que le dieron en La Habana, sin casi percatarnos; o lo que es peor, con la misma conciencia del sapito que se estaba bañando en una olla de agua tibia, sin darse cuenta, hasta que se quemó, de que el agua estaba hirviendo.   
A los  venezolanos actuales les ocurre lo mismo que a aquellos  jabalíes que merodeaban libres por el campo buscando bellotas y castañas, cuando de repente,  un día apareció  frente a ellos una empalizada cerca de la cual había  mucha comida; poco tiempo después vieron otra pegada a la anterior, con la cual formaba un ángulo de noventa grados, no se preocuparon mucho pues había muchos frutos secos entra las dos y cuando querían comer del otro lado simplemente le daban la vuelta. Un día se despertaron con una tercera valla que con las otras dos conformaban una especie de callejón en forma de U, pero como seguía habiendo comida fácil y nada les impedía utilizar la única abertura que había, siguieron entrando y saliendo como si nada, hasta que acostumbrados a aquella situación cuando en  una oportunidad  se les ocurrió salir se encontraron con que ya no había chance, pues una  cuarta cerca les tapaba la salida.
Quien puede negar que en los últimos catorce años, nos han venido poniendo muros, tapias y barreras de todo tipo y que,  ahora mismo, con Maduro,  el agua de la cacerola está a punto de ebullición. Recordemos, tan solo, como se ha venido desarrollando, poco a poco, en todo este tiempo, el tema de la prohibición del dólar libre, que ya hoye en día, afecta todos los demás asuntos de importancia humana, al imponerle limitaciones a la gente, que tocan no solo su libertad económica, sino también su libertad como personas, ambas contempladas en la Constitución de 1999. O pensemos, en todos los días, meses y años  que los venezolanos hemos empleado en hablar, en la calle y  en reuniones sociales, del tema de las restricciones a la propiedad privada, el cual fue además propuesta medular de una reforma constitucional  que  Chávez llevó a las urnas dos veces; o a discutir sobre si vendría o no una tarjeta de racionamiento similar a la de la isla caribeña, instrumento de control  social que ya se  trató de  implementar, hace poco, de manera electrónica en estados fronterizos para la gasolina y artículos de primera necesidad.
 Pero, en ambos casos lo que tenemos que ver, es que al final, más allá de las intentonas frustradas o habladurías de la gente, la  enmienda constitucional fue implantada y el racionamiento sin tarjeta, ya alcanza prácticamente a todos los aspectos de nuestras necesidades diarias; hasta el punto que la venta de pasajes aéreos  internacionales, queda también restringida a partir de enero próximo, según fue anunciado recientemente por la asociación de líneas aéreas, lo que bien pudiera constituirse en la cuarta tabla o  última baldosa que nos cierre la única salida que quedaba y nos convierta, definitivamente, en una isla dentro de un continente.
La escasez y el racionamiento son, aunque nos cueste entenderlo, una realidad inevitable en la  Venezuela actual del gobierno de Maduro. Como resulta igualmente inevitable, que la felicidad se convierta en un asunto ministerial, burocrático, o que el  olvidado espíritu de la Navidad se traté de instaurar por decreto.
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