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José Cestero: El trazo eterno del alma dominicana / Foto: fuente externa
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José Cestero: El trazo eterno del alma dominicana / Foto: fuente externa

José Cestero: El trazo eterno del alma dominicana

Por Graciosa del Valle
viernes 18 de julio de 2025, 22:16h
José Cestero, maestro del arte dominicano, falleció el 16 de julio de 2025, dejando un legado profundo y comprometido con la identidad urbana. Su obra, marcada por el color amarillo y la emoción, refleja la vida caribeña.
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Santo Domingo.- La muerte del maestro José Cestero, ocurrida el pasado 16 de julio de 2025, deja un profundo vacío en el panorama artístico de República Dominicana. Su vida fue un testimonio de entrega, sensibilidad y rebeldía estética, y su obra un espejo de las luces y sombras de nuestra identidad urbana.

A sus 88 años, falleció en su hogar de la Ciudad Colonial, la misma que tantas veces inmortalizó en sus lienzos. Cestero no fue un artista complaciente. Fue, ante todo, un cronista del alma popular, un pintor que desde su paleta expresionista retrató la angustia, el bullicio, la espiritualidad y la melancolía de la vida en el Caribe urbano.

Un niño del trópico, alumno de los grandes

Nacido en Santo Domingo en 1937, José Cestero comenzó su formación artística a los 13 años en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En ese espacio coincidió con gigantes de la pintura dominicana como Joseph Fulop, Gilberto Hernández Ortega y José Gausachs. Su mirada se forjó entre óleos y carbones, pero también entre debates de vanguardia y un país que aún latía bajo la sombra de la dictadura.

En 1954, luego de graduarse, partió a Estados Unidos para continuar su formación en la prestigiosa Mills Cooper School of Art de la Universidad de Columbia. La influencia del arte moderno internacional, sumada a su herencia caribeña, daría forma a un estilo tan profundamente suyo como inconfundible: trazos libres, rostros deformados por la emoción, colores cargados de simbolismo.

La revolución desde el lienzo

A su regreso al país en 1960, fue parte fundadora del colectivo “Arte y Liberación”, junto a nombres como Silvano Lora, Ada Balcácer, José Ramírez Conde e Iván Tovar. Este grupo, surgido tras la caída de Trujillo, rompió con la pintura oficialista para explorar una plástica libre, comprometida, emocional. En sus obras se respiraba lucha, poesía, y también el dolor de un país que empezaba a despertar.

Cestero nunca se encerró en la torre de marfil de la elite artística. Pintaba al pueblo, con el pueblo, desde las aceras, los mercados y las esquinas coloniales. Su obra fue testigo del barrio, del ruido, del silencio. Fue un artista del pueblo, pero no populista. Su lenguaje estético exigía al espectador pensar, sentir y confrontarse con su entorno.

El amarillo de la locura y la fe

En la obra de José Cestero, el color amarillo adquirió un significado casi místico. Para él, ese color no era simplemente una elección cromática, sino un símbolo de locura, espiritualidad y visión interior. “El amarillo es la luz que no se ve, el grito de lo que no se dice”, decía en entrevistas pasadas.

Sus personajes, casi siempre figuras humanas solitarias, deformadas, introspectivas, habitaban paisajes urbanos cargados de símbolos y referencias culturales. No eran figuras “bellas” en el sentido clásico, sino profundamente humanas. Estaban dolidas, pensativas, absortas en un tiempo propio. Como si sus cuadros fueran espejos del alma nacional.

Una carrera de exposiciones y reconocimientos

José Cestero participó en más de un centenar de exposiciones nacionales e internacionales. Entre sus logros más destacados se encuentran su participación en la Bienal de Roma (1979), el Festival de Arte de Cagnes-sur-Mer (1985) y la Bienal de São Paulo (1989). En 2022, el Museo de Arte Moderno le dedicó la retrospectiva “Notas sueltas para contar”, que abarcó seis décadas de su carrera. La muestra fue celebrada como una de las más completas jamás dedicadas a un artista vivo en el país. La crítica la describió como “una sinfonía plástica del alma dominicana”.

Recibió también importantes galardones como el Gran Premio de la Bienal Nacional de Artes Visuales (1990) y el Premio Nacional de Artes Plásticas (2015), máximo reconocimiento otorgado por el Estado a un artista visual.

La herencia: un museo para el pueblo

Pese a los reconocimientos, Cestero nunca se alejó de su entorno. Siguió pintando desde su estudio en la Ciudad Colonial hasta el final de sus días. Su última voluntad fue clara: que su obra se quedara en el país y sirviera de inspiración para las nuevas generaciones. Gracias a la gestión de coleccionistas privados y el Ministerio de Cultura, se inauguró el “Museo José Cestero”, ubicado en la Zona Colonial, a pocos pasos del Parque Duarte. Este espacio alberga más de 200 obras, además de documentos, bocetos, objetos personales y testimonios audiovisuales.

“Este museo no es solo un homenaje a un pintor, es una escuela de sensibilidad para el pueblo”, expresó la ministra de Cultura durante su inauguración.

El hombre detrás del maestro

Aunque reconocido en el ámbito artístico, José Cestero vivió siempre con modestia. Vestía sencillo, caminaba sin escoltas, saludaba con una sonrisa cansada. Sus amigos lo recuerdan como un hombre reservado, generoso, de mirada profunda y palabras escasas pero certeras.

“José era un alma de otra época. Le dolía la injusticia, le hería la pobreza espiritual de nuestra sociedad. Pintaba para sanar, pero también para incomodar”, recordó el crítico de arte Gamal Michelén.

En 2024, medios y artistas denunciaron su precaria situación de salud y económica, lo que generó una ola de solidaridad nacional. El Estado respondió con asistencia médica y una pensión especial. “Fue una deuda saldada a medias”, opinó la artista Rosa Tavárez en ese momento.

El último trazo

El 16 de julio de 2025, José Cestero falleció en silencio, como vivió. La noticia de su muerte fue recibida con consternación por el mundo cultural dominicano. Velado en la Funeraria Blandino, su sepelio fue acompañado por decenas de artistas, estudiantes y ciudadanos que reconocieron en él no solo a un maestro del pincel, sino a un testigo del alma colectiva.

El Ministerio de Cultura declaró tres días de duelo cultural y se comprometió a difundir su legado en escuelas de arte del país. Diversas universidades han anunciado que incluirán su obra como materia de estudio obligatoria en sus programas de artes visuales.

Una llama encendida

El legado de José Cestero es vasto, vibrante y necesario. En una época marcada por la inmediatez y la estética del consumo, su obra se erige como un refugio de profundidad, de introspección, de compromiso con la humanidad. No fue un artista de galerías elitistas ni de modas pasajeras. Fue un cronista visual de su tiempo y de su gente. Un sembrador de preguntas. Un alquimista del color. Un testigo de la belleza que existe aún en medio del caos.

Hoy, sus cuadros cuelgan de paredes públicas y privadas, pero más aún, de la memoria colectiva de una nación que necesita mirar sus sombras para entender su luz.

José Cestero no murió. Vive en cada trazo que dejó para que otros sigan pintando el país que aún soñamos.

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