Montecristi
(Ecuador), 19 feb (EFE).- Unos dedos hábiles, un puñado de hebras de una planta
similar a la palma y, sobre todo paciencia, mucha paciencia, son los
ingredientes para confeccionar los famosos sombreros ecuatorianos de paja
toquilla, que todavía hoy se tejen con el cuidado propio de las más finas
tradiciones.
El sombrero, emblemático reclamo turístico
del país andino, declarado por la Unesco patrimonio cultural inmaterial de la
humanidad en 2012, se conoce en muchos países como sombrero "Panamá",
pero se confecciona en Ecuador, donde se cultiva la "carludovica
palmata", nombre científico de la paja toquilla, una herbácea relacionada
con la palma y conocida también como "jipijapa".
En la tienda "Modesto Hats", en un
sombreado rincón del patio trasero, Héctor se aplica a entrelazar las finas
hebras entre si para ir dando forma al sombrero, cuya confección requiere de una
paciencia casi infinita, ya que "hacer un sombrero puede durar hasta un
mes, desde el comienzo", señala.
Como a casi todos los artesanos que se
dedican a la confección de este accesorio, fue su padre quien enseñó a Héctor
el arte de hacer los sombreros a mano, un oficio que practica con devoción
desde los dieciocho años, según comenta.
El artesano retuerce la paja entre sus dedos
de largas uñas con el tesón y la delicadeza con los que se debe trabajar para
lograr un producto de calidad.
En Ecuador casi nadie llama
"Panamá" a estos tocados, que son confeccionados también en la
provincia de Azuay, aunque no en todos los talleres se elaboran "sombreros
finos" como los de Héctor, que trabaja en silencio, sentado en una banqueta
y acodado sobre sus piernas.
Cuanto más juntas quedan las fibras, cuanto
más pequeños son los orificios entre ellas al final del proceso, más fino es el
producto acabado y, claro, más caro se vende.
Pero para los artesanos, el oficio no está
bien pagado, pues se considera más que poco rentable cobrar 200 ó 300 dólares
por un sombrero que en el extranjero se pude llegar a vender hasta por varios
miles, comentan vendedores de esta parroquia ecuatoriana.
Sin embargo, el amor a la tradición familiar
y al arte pueden más que la ambición y por eso todavía quedan tejedores que
mantienen la producción y hacen posible no solo la venta en el mercado local,
sino la exportación a países como Francia, España, Italia, Estados Unidos,
Brasil, Argentina y Japón, según el organismo Proecuador, dependiente del
Ministerio de Comercio Exterior.
Pile, una pequeña comunidad próxima a
Montecristi es, quizá, uno de los lugares donde la tradición se mantiene viva
con mayor fidelidad a sus orígenes. Contribuye a ello la bondad de un clima
suave y húmedo, que favorece el cultivo de la "jipijapa".
Hay que dejar crecer la planta cerca de dos
años antes de cortarla para iniciar el proceso de elaboración.
Luego, los flexibles tallos de la toquilla
son abiertos y separados, puestos a cocer en grandes ollas y colocados en
tendederos a la intemperie hasta que están listos para el proceso de trenzado,
aunque antes deben ser espolvoreados con azufre para conservar su
característico color claro.
En los talleres, las finas pajitas son dobladas,
retorcidas y entrelazadas para ir adoptando poco a poco la forma que los hizo
famosos hace décadas, cuando se utilizaron para proteger del calor a los
trabajadores del Canal de Panamá.
Los sombreros también son golpeados por el
artesano con una maza para darles forma, aumentar su flexibilidad y, en la fase
final del proceso, alisados con una plancha bien caliente
Y así, tras este laborioso proceso, quedan
listos para ocupar su lugar en las vitrinas de los comercios y seducir a los
compradores con su característico y elegante estilo.