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De corrupción, juicios mediáticos y nuevos tiempos

Por Néstor Estévez
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martes 20 de julio de 2021, 23:16h
Aunque se le use para otros muchos propósitos y hasta para despropósitos, lo real es que la comunicación sirve para que nos mantengamos humanos.
Cárcel.
Cárcel. (Foto: Fuente externa)
Desde que comenzamos a fallar en su uso se abre una puerta que conduce a serias dificultades. Desde un simple malentendido hasta el colapso de una sociedad, pasando por todas las guerras que ha conocido la humanidad, el punto de partida está marcado por un problema de comunicación.

En estos días, a propósito de las acciones de persecución de la corrupción por parte del Ministerio Público, matizadas por el uso de nombres de especies marinas o por el denominado número de la mala suerte, encontramos toda clase de opiniones en diversos estratos de nuestra sociedad.

Y menos de ahí no debía esperarse, en un país en donde un “tíguere” gallo puede privar en león y hasta poner a cualquiera “chivo” cuando llega con su “cotorra”. Para quien necesite “traducción”, eso hace referencia a la persona que pretende usar sus habilidades para persuadir y terminar engañando a las demás.

Pero recordemos que también es un país en el que la iniciativa de un educador y sacerdote que intentó promover la autogestión para socorrer a enfermos, ancianos e indigentes ha terminado “regándose como la yerba mala”, pero con fines y resultados que distan mucho de aquel origen filantrópico.

Las acciones de la Procuraduría Especializada en Persecución de la Corrupción Administrativa van motivando amplia diversidad de sentimientos y reacciones. En esa variedad encontramos desde quien alimenta la esperanza de que se ponga freno a un mal que imposibilita el bienestar de gran parte de la población hasta quien asume que se trata de “entretenimiento” y nada más.

Claro que también genera “comidilla” en una actualidad en la que “todos comunicamos para todos”, con la diferencia de que una muy exclusiva parte de ese todo tiene, conoce y aplica estrategias que ayudan de manera muy efectiva a condicionar, persuadir y a lograr ciertos propósitos.

Lo de lograr propósitos mediante la persuasión no es tema nuevo. Aristóteles, hace más de 2,300 años, planteaba la retórica como formidable herramienta para persuadir. Ese alumno de Platón, padre de la lógica, explicaba que tener conocimiento, actuar con apego a ciertas reglas y poseer habilidad para identificarse con los demás es un trípode que termina otorgándonos extraordinario poder sobre las personas.

Mucho tiempo después otros estudiosos aportaron enfoques como la psicología social experimental. En ese ámbito destacan las contribuciones de Carl Hovland, estadounidense hijo de emigrantes escandinavos, que trabajó para la Universidad de Yale y para el Ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y estudió el cambio de actitud y la persuasión.

Hovland, a mediados del siglo XX, concentró sus esfuerzos en un proceso clave: la influencia en un contexto de comunicación entre una fuente y un receptor, a través de un mensaje que va del primero al segundo, a partir de un modelo de comunicación conductual. Como se puede apreciar, ahí no había espacio para la adivinación porque se partía de conocer “por sus hechos” al destinatario.

Pero hace mucho que vivimos en el reinado de las redes sociales virtuales. Y eso representa un “caldo de cultivo” perfecto para que, como dicen otros estudiosos, algunas fuentes se especialicen con la intención muy clara de producir información (y agrego, pero principalmente desinformación), concebida con un trabajo minucioso, para modificar la conducta de ciertos destinatarios.

El resto consiste en “echar a correr”. Con tanta gente que “se traga” lo que le den. Y con otra tanta que prefiere creer (cualquier cosa), para no tener que investigar ni pensar, pero además se presta a replicar, sobran por mucho los ayudantes gratuitos para aquella macabra labor.

De manera que, mientras sigamos dando como buena y válida cualquier versión, mientras sigamos distraídos con las formas y no reparemos en los contenidos, mientras sigamos, “como papagayos”, sin analizar y mucho menos entender, nos queda una enorme tarea relacionada con la gestión de los mensajes.

Por fortuna, también nos queda una llave: se llama duda. Ella nos lleva al examen, y el examen a la verdad. Y también puede ayudarnos el propio Aristóteles, recordándonos que “la duda es el principio de la sabiduría”.
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