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Nuestros demócratas dominicanos

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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martes 14 de abril de 2020, 20:10h

’’Treinta años después, cuando ya no pude postergar por más tiempo la decisión de escribir una novela, retomé algunos sueños, vivencias y fantasías de esa época. Escribí para rescatar la memoria del pasado y sobrevivir a mi propio espanto. No sospeché que el espíritu benéfico de mi abuela protegería estas páginas, acompañándolas en su tránsito por el mundo.” Isabel Allende.
  • Abuelo, una vez más el presente social es realidad y ficción, no tiene cara definitiva, es rostro maleable e indócil, es ayer, hoy, mañana, es futuro impenetrable: parece obedecer a las manos diversas que lo esculpen. Es recién nacido, luego niño, después adulto, al final anciano, Su única virtud es el cambio, entre la anarquía y el autoritarismo.

Cada persona, familia, escuela, empresa, institución, sociedad, estado, forman ahora esta nación mulata abrazados por momentos de esplendor y momentos de declives, cada uno por separado y eternamente juntos, formando un resumen. Y así es que han llegado los hombres fuertes supuestamente para enderezar entuertos. Militares o civiles. Se turnan, sin poder separarse de un pasado colonial autoritario que es como un hierro candente, su acta de nacimiento.

El último de estos hombres fuertes está todavía vivo en el subconsciente colectivo como una guía para la acción, como un paradigma de lo que aun somos. En ese aquí y ahora lo oficial prevaleció sobre lo cotidiano: mensaje para la familia: en esta casa el bicornio es el jefe. Dios y el bicornio. Mensaje para la empresa: si estás bien con el bicornio, estás bien con tu empresa.

Mensaje para el Estado: centralismo, corrupción nepótica generalizada, creación de intelectuales cortesanos. Con razón la tiranía del bicornio dislocó a la República, consolidó el cauce autoritario. ¡Quién hubiera querido ser un hombre de tanto poder como para comerse a tantas damas!: 31 años de guillotina y como una niebla pesada gravitó el miedo gris sobre los rostros. Y nada rebaja más al ciudadano común como el miedo. Desde entonces, nadie ha podido quitarse jamás de encima el miedo oficial. Fue un hierro candente que nos marcó y todavía nos marca, como al ganado.

El tirano del bicornio, Rafael Trujillo, el gran sembrador, dejó a su paso su olor a chamusquina y como siempre quedó viva la ficción, la conciencia de lo devastado. Desde entonces los dominicanos nos examinamos y nos juzgamos injustamente de forma muy severa. Ese desmesurado interés por nosotros mismos es simple angustia ante el pasado y también ante la modernidad presente…
  • Nuestra alba republicana se inventó con la tragedia: primero el reino de los caudillos, de los caciques, la obra suprema de nuestras modernas torpezas, donde cada momento tiene su Jefe como su gran resumen.
Desde entonces, desde 1844, nuestros intelectuales comenzaron a mirar hacia el pasado de manera autocrítica, para preguntarse que habíamos sido, como era el perfil de nuestra pobreza. De esa larga mirada nació una concepción pesimista y se descubrió además que los mejores intelectuales dominicanos han sido grandes pesimistas frente a la posibilidad del porvenir. Hoy mismo, ya en pleno siglo XX1, pocos intelectuales creen en mañanas radiantes.
  • Abuelo, lo que sucede es que han vivido en pleno siglo XX, el mejor de nuestros siglos, en la edad del hierro, dirigidos por un hombre de segunda categoría social que reventó para siempre el núcleo familiar, la libertad religiosa, la libertad de empresa y la noción de los que es un ciudadano verdadero. En términos morales terminamos viviendo en la edad del fango, en la corrupción generalizada. Todas las instituciones fueron carcomidas por el poder político: familias, escuelas, empresas, estado, iglesias. Hasta la iglesia fue carcomida por dentro. No se respetó nada. Absolutamente nada.
  • Lamentablemente mi querido nieto usted tiene toda la razón, pero debes reconocer que aunque ahora la situación es diferente: el espíritu del bicornio ha languidecido pero no ha desaparecido. Quedan apenas los intercambios de disparos y la droga. Precisamos olvidar. Para ello los discípulos precisamos olvidar y construir algo mejor. Ojalá pudiéramos comenzar un proceso mental de grandes olvidos, de enormes perdones, porque en el fondo estaríamos perdonándonos a nosotros mismos, que somos los creadores de las montoneras republicanas, una a una, desde que Duarte el fundador de esta república nos quedó grande, se cansó de todos nosotros y terminó largándose de nuestro país a las selvas de Venezuela. En el fondo creo que muy feliz de estar lejos, muy lejos. Como vez cada quién escribe para recobrar una inocencia perdida.
  • Cuando se es muy joven, y nosotros apenas ahora comenzamos a vivir en dirección al mundo, hace apenas cuarenta años o quizás cincuenta, se comprende claramente que exista una diferencia entre un acto de valor necesario y uno que no es necesario. Al hombre del bicornio, al trujillismo, hay que darle una profunda terapia de extinción, que comience con una sublime amnesia, para de esta forma honrar a Duarte. Y como ya lo sabemos, a veces hay que esperar muchos años, cosas del trópico y de esta isla sin tiempo, para que ideas y actitudes obvias tengan posibilidad de materializarse.
Total, que la prórroga es nuestro santuario, nuestra fuerza de gravedad. Ahora se valoriza el mercado como el gran fetiche, lo cual no es malo, pero eso es muy complicado porque las reglas del mercado la imponen siempre los fuertes y ahí los débiles ciudadanos cuentan solo el día de votar. Concebir el país como un gran espacio regional cuando hemos vivido ocultos del mundo exterior durante tantos siglos, me recuerda la prédica de tu tío político Andrés, ese robusto español, seis pies cuatro pulgadas, que vino al país con ideas republicanas, huyéndole a Francisco Franco y a la guerra civil española en 1936, que se casó con tu tía Zenona y que gustaba decir que cuando alguien empieza a integrar las diferente partes de un todo, ya estaba pensando. Pero pensar es una cosa y poder actuar libremente es harina de otro costal.
  • En tal caso, mi querido abuelo, esperaremos. Total que “el hombre dominicano ha sido siempre sólo una extensión del espíritu del lugar que habita. No hay tierra nueva ni mar nuevo. En las calles te enredarás interminablemente, los mismos suburbios del espíritu irán pasando de la juventud a la vejez, y en la misma casa terminarás lleno de canas.” Aquí y ahora nada es eterno. “Todo cambia, individuo y sociedad, y ambos viven entre el miedo y la risa.
El miedo nos contiene, nos esclaviza, la risa nos libera, nos humaniza”. Realmente no sé que pasará de aquí en adelante luego del coronavirus. El dominicano moderno, el discípulo globalizado, sin unidad familiar, con un amor infinito hacia el dinero y hacia el consumo, está lleno de miedos y de risas. Por eso ha terminado riéndose de sus propios miedos, metiéndole miedo a su propia risa. El miedo ahora es su contención y la risa su paliativo.

Ahora que el mundo entero se está poblando de dominicanos y hablamos con los canguros de Australia y con los esquimales de Alaska, de manera simultánea y bilingüe, nos comenzamos a conocer un poco mejor. “Si no riéramos de nuestros defectos o debilidades, de la insipidez de nuestra carne, de la corrupción, de nuestros ladrones, de las distracciones del ser humano o de la licencia del borracho, seríamos más imperfectos”. Incluso la Iglesia, que fue tan oficial y permisiva por conveniencia con el hombre del bicornio, y que solo se le viró al final cuando todo era ya previsible e inevitable, en su actual sabiduría ha permitido el momento de la fiesta, del carnaval, de la feria, la comedia, la sátira y el mimo, que permite descargar los humores, tratando de evitar lo inevitable, que se ceda a otros deseos, a otras naturales ambiciones, inclusive como la dice ya la prensa mundial, de los propios escapes cardenalescos.
  • Es cierto abuelo. El actual papa argentino parece estar muy preocupado con las naturales ambiciones de los propios seglares de la iglesia católica.
  • Y es normal. Yo soy un convencido creyente y no comprendo que los sacerdotes quieran vivir de manera asexuada. Hace mucho tiempo que Sigmund Freud demostró que la naturaleza humana solo es posible, si se actúa en plena armonía con una sana sexualidad, desde que se nace hasta que se muere. Lo mismo sucede con el miedo y la risa. Entre nosotros la risa tiene ahora la misma estatura social que el miedo, es el amparo de los simples, el deleite de la plebe. En vez de arder, casarnos. En lugar de rebelarnos contra el orden divino, reírnos y divertirnos con vuestras inmundas parodias del orden. Nos valemos de la risa para desarmar la seriedad del oponente, para oponernos a nuestro propio autoritarismo.

Nos reímos de todos y de todo y mientras más nos reímos mas humanos nos tornamos. Es el nuevo equilibrio que tomamos como receta para vivir en sociedad. Desde hace siglos, en períodos de paz, el miedo surgió en todos los rincones de nuestro espíritu. En tiempos de guerras, y este ha sido una isla de guerreros, los actos de valor más inverosímiles estuvieron sustentados en el miedo de perderlo todo, comenzando por la vida. De las guerras y particularmente de la última guerra civil de 1965, hemos comprendido que “el miedo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad tocada por la duda”.

Hemos dejado de creer en los espíritus guerreros. “Ya no quedan hombres con timbales en este país”, es la frase preferida de quién no cree ya más en la resurrección de las almas. Abuelo, con razón nos dijo Gandhi, el pacifista: “Huye de los profetas y de los que están dispuestos a morir por su verdad, porque suelen provocar la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia”. ¿Sabías que Aristóteles también enseñaba a deformar el rostro de la verdad con el teatro, para que no nos convirtiéramos en esclavos de nuestros propios fantasmas?
Tal vez la tarea más difícil para una sociedad que estime a sus ciudadanos consiste en lograr que la propia sociedad ría, porque hemos vivido con tantas limitaciones humanas, entre tanta pobreza, en medio de tantas montoneras y dictaduras desde 1844, que quizás la mejor verdad consista en liberarnos de la insana pasión por ella y por ellos. “La verdad es un signo, nadie duda de la verdad de los signos, es lo único de que disponemos para orientarnos en este mundo” de pobreza, anárquico y autoritario. Lo que no comprendemos muy bien y tal vez por ello vivimos creando hombres providenciales aunque no sean más que delincuentes disfrazados, “es la relación entre los signos, entre la verdad y la mentira, siempre de manos, siempre expectantes, entre miedos y risas”.

El Poder los corrompe.
  • Abuelo, “el hombre ingenuo casi siempre creativo, siempre inventará un nuevo orden en todo lo que hace. Un orden que imagina nuestra mente como una red, como una escalera que se construye para llegar a algo. Pero después tiene que arrojar la red o la escalera, porque descubre que aunque haya servido, tienen sentido temporal o simplemente carece ya de sentido: las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que arrojar”.
  • Sí. Pero nuestras ingenuas escaleras casi siempre han entronizado a un dictador. El hombre dominicano actual, moderno, globalizado, tan pequeño, tan manipulado, en su miedo de cambiarlo todo, siempre aceptará la idea de un nuevo orden en el planeta, y se ríe, porque de lo contrario ofendería su libre voluntad de creación. Así, la libertad es ahora nuestra condena, o al menos, la condena de nuestras soberbias y limitaciones, entre miedos y risas.


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