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Nuestros amancebamientos: uniones libres

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
http://antoniosanchezhernandez.com/
viernes 11 de octubre de 2019, 22:22h
“Para mí, uno sólo tenía derecho a morir cuando tenía una buena historia que contar”. L.F. Celine.
  • El amancebamiento fue la forma usual de unión libre entre el español, el indígena y el negro, durante todos los siglos coloniales. Solo y libre, el marino o colono español, no tenía empacho en vivir en concubinato con la mujer indígena o negra, sobre todo cuando advertía lo normal que era para ellas, acostumbradas como estaban al ejercicio de la poligamia, hecho característico en su forma de hacer familia, nos dice Ana Delphine en la 8va generación.
  • Los matrimonios mixtos entre españoles e indias o negras fueron la excepción, no la regla, exclama Mencía 4ta, en todo el proceso de colonización, en todos sus cinco siglos. Los intentos de la iglesia para evitar el concubinato y la concupiscencia apenas dieron resultado. Ya en 1502 había solo en el Valle de la Vega Real más de 300 españoles viviendo de esa forma. Los feligreses vivían en pecado permanente a causa de sus mancebas indígenas y los mismos curas se empezaron a dar desde entonces, sus primeras escapadas. Abundantes fueron también las uniones libres, legales entre españoles y esclavas negras, que como sabes vinieron sueltas de piernas y de manos, lo cual no significaba ninguna agravante moral perjudicial. El concubinato entre españoles fue en la colonia resultado de la peculiar situación civil de cada uno.
  • Al principio, acota Ana Delphine 8va., "los españoles emigraban a esta isla solteros o casados, pero sin sus mujeres, y no es de extrañar que en sus naturales apetencias sexuales intentaren ser satisfechos con mancebas, ya de manera estable, ya esporádica. La existencia, por lo demás de viudas y abandonadas por sus maridos, así como la costumbre de la época, propiciaba y reforzaba aún más esa práctica".
  • De modo que, nos dice Mencía 4ta. la familia en uniones libres, en este trópico torrencial, ha sido siempre el reino de las madres solteras. Hemos sido criados por mujeres, por madres solteras, con hijos por todas partes, en sucursales, con padres diferentes, aunque nunca ni siquiera ahora en pleno siglo XX1, ellas han dejado de ocupar un espacio propio y tolerante, ante el monopolio religioso y cultural de los hombres.
  • No es de extrañar entonces, que los hijos, gracias a la fertilidad del trópico, fueran de naturaleza saludable, razón demás para que se quisieran más de la cuenta. En esa vida tan austera, fría en apariencia y pobre por definición, en esas familias polígamas, siempre se tuvo miedo del padre, tan distante y tan dominante, más tarde de los hermanos mayores, que fungían de padre cuando este formaba nuevas familias sucursales o cuando moría.
  • El ambiente de las primeras familias españolas estaba lleno de silencios amancebados que parecían cada vez mayores y todo silencio está hecho de palabras que no se han dicho. Y nada acercaba tanto a esos seres como el vivir amancebados, temer a las sorpresivas tormentas y al mar, sobre todo en el peligroso mes de septiembre, a pesar de lo cual, en todas las épocas del año el miedo y la risa fueron los fieles acompañantes de esos hombres, acota Ana Delphine. Desde entonces, desde hace siglos, se ha dicho y no sin razón, que una sucursal siempre ha tonificado al hombre y de paso a la mujer, pues para amancebarse se necesitan dos y siempre, casi siempre, más de dos. Tanto en los siglos de la colonización como en los siglos de vida independiente, desde mediados del siglo X1X como también en menor medida en los siglos XX y XX1, donde la Iglesia ha tenido mayor presencia e imagen.
  • Fue así como el Valle de la Vega Real se convirtió en una gran torre de Babel, para así hacer el amor en forma, y que los españoles decidieron enseñar a indígenas y negros el castellano; un idioma común para todo un continente y para que las hamacas y las mecedoras no quedaran como silenciosos y únicos testigos presenciales.
  • Dicen que al principio tanto negros como indígenas eran de muy poco hablar y que se sentían mejor en sus bohíos, que discutiendo si esa palabra quería decir canoa o papiamento, pero eso sí, el amor tiene recompensas lingüísticas en medio de tanto trópico, y los viajes a la humedad, con la ayuda del idioma castellano, se tornaron desde entonces viajes sin regreso: América Latina es el único continente del planeta con un idioma común: el castellano.
  • Mira Mencía, creo como tú, que mucho más que los nuevos productos alimenticios, - la famosa bandera dominicana- lo que además realmente más nos unificó, fue la sensualidad y los amancebamientos, las uniones libres, y por esas vías, se integraron paulatinamente los españoles, que también fueron olvidados por la Corona, tan lejos, aplatanados, buscando oro en sus cabezas y soñando con un pronto regreso a ninguna parte.
  • Los españoles fueron en esta isla, los hijos tempranos de las hamacas. Ellos les preferían al duro suelo. Y como ninguno de los tres personajes eran racistas, sino polígamos, la rústica hamaca indígena fue mejorada, aparecieron las primeras mecedoras, y esas mecedoras eran cada vez más usadas, en la medida que los españoles se ligaban a las negras y a las indígenas, y así fue que las mecedoras y las hamacas comenzaron a crecer en los traseros; hijos por allí, hijas por allá y cuando se dieron cuenta, ya no existían ni taínos, ni españoles ni negros, en su versión original, sino una mescolanza de mulatos de diversos tonos, desde el siglo XV11, que se reconocían por sus cinturas estrechas, nalgas frondosas, espaldas medianas y una cabeza llena de dioses paganos con nombres cristianos, comida magra, trabajo regulado, ni muy allá ni muy acá, un dejarlo todo para después para que resulte, en medio de una putería de colores grises, que llenaría las pocas iglesias recién construídas, de avemarías y padre nuestros que estás en los cielos, santificados sean tus hombres y tus mujeres.
  • Y no olvide jamás, querido abuelo sin tiempo, y eso para que le quede constancia, que en esas labores de acercamiento corporal, no siempre fue por la vía de Dios, que con tanta pobreza aquí hasta las iglesias eran escasas. Debieron pasar muchos siglos, para que esa pasión por las mecedoras y las hamacas perdieran eterna vigencia, en cualquier inolvidable y destartalado residencial de clase media o clase baja de esta ciudad antigua, en todo el siglo XX, en cualquiera de sus décadas, en un periplo multiracial y multisexual, donde el merengue clásico, la salsa, el perico ripiado, la bachata, la sarandonga, él carabiné, él son montuno o la misma Roberta Flack han sido los únicos testigos.






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