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En torno a Oswaldo Guayasamín

domingo 24 de agosto de 2014, 04:05h
Palabras de Ylonka Nacidit-Perdomo en ocasión de la tertulia celebrada en honor a la memoria del gran  maestro Oswaldo Guayasamín, con motivo de los actos organizados por la Embajada de Ecuador en el país  para conmemorar el 205 aniversario de su  independencia.   Personalidades compartieron sus opiniones, testimonios, aportes al arte universal, su vida política y el  amor de este insigne artista  por la República Dominicana.
  • Oswaldo Guayasamín y Juan Bosch

    Oswaldo Guayasamín y Juan Bosch
    Fuente externa

  • Ylonka Nacidit- Perdomo

    Ylonka Nacidit- Perdomo
    Fuente externa

Conocimos a Oswaldo Guayasamín a través de Verónica Sención, en la Tertulia del Hostal Nicolás de Ovando, en la legendaria calle Las Damas, era el año de 1993, el mes de noviembre, y para los que acudíamos al Hostal detrás de la palabra con deseo de respirar libertad, nos llevamos la sorpresa de que Oswaldo Guayasmín estaba allí, y que trajo consigo la diversidad y los rasgos étnicos indígenas en su pintura. 

Fue su presencia como si llegara desde el viento la inspiración, y su labor de artista un aliento al máximun para que en nuestro bosque interior ninguno pudiera omitir ese retrato fiel que somos de dualidad no asumida. Dolor y miseria, destrucción y ataduras son los presagios que los pueblos tienen y traen con la fragilidad de su inocencia ante las criaturas que se dejan llevar por la irracionalidad de la violencia, la explotación del hombre por el hombre, y la mala fe del capitalismo. ... 

Una pintura, un lienzo de Guayasamín daba de cara, de frente, golpeaba la sin-conciencia de los que siembran el odio, de los que son intolerantes con la verdad. Su participación en la Tertulia del Hostal hizo que comenzará a nacer en nosotros el sentido de la dignidad, y a tratar de comprender el arte como denuncia, el arte como virtud, el arte como sensibilidad; un arte que se asomaba a sus ojos, y que nos aprisionaba como una tumba abierta. 

 Un lienzo de Guayasamín, vuelvo y repito, desnudada los prejuicios, era una manera de resistencia, su arenga silenciosa, aparentemente inmóvil, de la grandeza de su grito, como profundo clamor, triste, sollozante ante la miseria humana. Era como si la paleta del Maestro meditara ante el desequilibrio trágico del mundo, porque él no era un espectador taciturno ni un instigador rabioso, era un poeta de evocaciones, que duelen, que duelen en la realidad y en el sueño... 

 La América de Guayasamín, que conocimos gracias a la labor de Verónica Sención, es la América cautiva, pero de resistencia activa, la adormecida por la voz del lamento como voz de la naturaleza, voz de madreselva donde somos fugitivos de la ternura sin doblajes ni ambivalencias. Guayasamín nos hizo estar de frente a la América mestiza como fuga de un pájaro en vuelo que no se deja atrapar...
Por:  Ylonka Nacidit-Perdomo 
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