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El mito de Ícaro en su versión Caribe

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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martes 26 de febrero de 2019, 20:21h
“Según la leyenda, Ícaro, famoso personaje de la mitología griega, fue acorralado por Minos, un minotauro, en un laberinto, pero Icaro se fabricó unas alas y las pegó con cera a la espalda, escapó del asedio, pero voló tan alto que se acercó al sol y la cera se derritió y las alas cayeron e Icaro cayó en el mar que lleva su nombre”.
Ese mar puede ser perfectamente el mar Caribe.

Los sociólogos han demostrado que al desaparecer la coherencia de cualquier sistema jerárquico, al filtrarse desacuerdo en el ámbito de la autoridad, la masa subalterna aprovecha la oportunidad para dejar de obedecer. Y se da entonces una especie grande de desamor.

Es lo que está sucediendo en el país dominicano en el 2019 con el P.L.D. en las 32 provincias del país y también por la reelección obligada del primero entre los iguales, que no puede entender ese desamor después de tantos apoyos cuando era todavía un redentor desconocido, y un pobre de solemnidad, cuando el P.L.D. no conocía todavía el sabor del Poder y del dinero, hoy su verdadero mundo de ensueño.

Esta explicación se ha utilizado mucho en el modo del funcionamiento de las instituciones, porción del nuevo mundo, que en América Latina y sobre todo en República Dominicana había sido hasta hace poco, por naturaleza, mitad convento, mitad cuartel.

Pero primero que todo oigamos la versión de William Shakespeare, en el rey Lear: ¿Acaso no podremos curar un espíritu enfermo, arrancar de nuestra memoria un dolor arraigado, borrar el pesar escrito en nuestro cerebro, y con algún antídoto que permita olvidar, liberar nuestro agobiado pecho de todo el veneno que nos oprime el corazón?

Los sistemas jerárquicos esenciales en el mundo republicano dominicano y latinoamericano han sido la familia, la escuela, la empresa y el Estado. En función de estos cuatro niveles de autoridad, se ha estudiado el punto de ruptura donde la obediencia disminuye o donde la autoridad ha impuesto su mandato por la fuerza de las circunstancias. ¿Cuál o cuales de estas cuatro instancias están haciendo hoy aguas, para crear un ambiente delincuencial y de inseguridad que a todos nos preocupa: la familia, la escuela, la empresa, el Estado? Como nadie se parece a nadie, y cada quién es único, sea usted el jurado, más nadie.

Según se mire, nuestra historia puede ser y lo es, el mismo viaje de siempre, en nuestro caso el trayecto infortunado del presidente vitalicio. Antes de tener presidentes republicanos tuvimos virreyes en el período colonial. Después de la independencia en 1844, los virreyes republicanos han sido los presidentes vitalicios, unos militares otros civiles: Santana, Báez, Heureaux, Trujillo, Balaguer, Guzmán, Jorge Blanco, Fernández, Mejía, Medina. Ahora, en el 2019 y desde el 1996, estamos básicamente en la era de los demócratas de palabra, los presidentes vitalicios.

Vivimos hoy en la era de los dirigentes vitalicios peledeístas, los cuales nueva vez, dirigen los tres poderes del Estado: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, sin la menor independencia de las principales instituciones del país. Lo dirigen y controlan hegemónicamente todo. Lo único que se salva es la libertad de opinión, después de muchas batallas comunes.

Cuando Colón fue recibido cordialmente por los indígenas, ninguno de ellos imaginó que pronto se verían aniquilados en su vida espiritual (creencias, sentimientos, jerarquías), desintegrados sus sistemas de vida material y social, destruidas y desprestigiadas sus clases dirigentes. Pronto, los indígenas sintieron su impotencia, su inferioridad de energías antes formas de vida nuevas, extrañas, que se imponían en forma arrolladora y pronto se vieron abandonados por sus dioses y sus jefes. Comenzó el mestizaje. Aprendimos el castellano, negros esclavos sustituyeron paulatinamente a los indígenas muertos, barcos de negreros iban y venían con sus cargamentos humanos, desde tantos lugares que muy pocos se entendían entre tantos dialectos.

Taínos, los pocos que quedaron vivos y los africanos, empezaron a hablar en castellano, hacían el amor por señas y por lo tanto los hijos eran de poco hablar, pero eso sí, el amor tiene grandes recompensas lingüísticas en medio de tanto trópico y los viajes a la humedad eran viajes enteros, sin regreso. Pronto los mismos españoles, se integraron, porque la Corona los olvidó, tan lejos, buscando oro en sus cabezas y soñando con un regreso a ninguna parte.

La hamaca taína fue mejorada, aparecieron las mecedoras, y esas mecedoras eran cada vez más frecuentes en la medida en que los españoles, que eran polígamos y no eran racistas, se ligaron a las negras, y las mecedoras empezaron a ver crecer sus traseros, hijos por allí, hijos por allá y cuando se dieron cuenta, ya no habían ni taínos, ni africanos, ni españoles, sino una versión mezclada de mulatos, que se reconocían por sus cinturas estrechas, nalgas frondosas, espaldas medianas y una cabeza llena de dioses paganos con nombres cristianos, comida magra, trabajo regulado, de subsistencia y una putería inmisericorde de colores grises, que llenarían las recién estrenadas iglesias de avemarías y padre nuestros que estás en los cielos... y desde el siglo XV11 seríamos definitivamente y mayoritariamente una comunidad dominicana de mulatos.

Lamentablemente, lo que se juntó en el lecho, de manera bien concreta, no se integró en la cultura, o mejor dicho, la fusión cultural fue tan epidérmica, que la cultura española, la cultura africana y la cultura taína, fueron además culturas en discordias y no serían lo suficientemente fuertes, por separado, para cimentar la conquista de la isla, como un conjunto funcional, completo en sí, armoniosamente equilibrado, que es lo que ampara, encuadra y vigoriza la vida personal de los individuos. A pesar del enorme mestizaje.

Y se dio el primer resultado republicano en 1844. Desde entonces, un período de independencia bamboleante (120 años de gobiernos autoritarios de poder militar, de un total de 175 años) desde el mismo trabucazo de Mella en 1844. Hemos vivido la República, con una cultura política guerrera, disque republicana, sin la independencia de los tres poderes del Estado, heredera de la manigua, donde el principio Rector ha sido la continuidad militarista y la violencia de la montonera, y ahora la herencia republicana del presidente vitalicio, herencia directa de ese pasado colonial.

Han pasado ya 319 años de mayoría mulata desde el 1700. Y además 175 años desde el trabucazo republicano de Mella en 1844: sin un plan nacional de desarrollo y con una descomposición social tan absurda que nunca ningún gobierno, ha sido capaz de separar e independizar los tres poderes del Estado desde la formación de la República Dominicana hasta nuestros días en el año 2019.

Un alto a la pobreza, a esa pobreza de más de cinco siglos, que, según nuestra leyenda moderna, puede que no termine, como aquella historia de Icaro, que, acorralado por Minos en un laberinto, el de la pobreza, fabricó unas alas y las pegó a su espalda con cera, escapó del asedio, pero voló tan alto que se acercó al sol y la cera se derritió y las alas cayeron al mar que lleva su nombre: el mar Caribe, en una media isla llamada República Dominicana.

Y le tocó entonces el turno a la democracia de palabra, a los presidentes vitalicios, no a la democracia de hechos; a los grandes partidos demócratas de pacotilla, los cuales, desde el ajusticiamiento de Trujillo, están en procesos de desaparición, tanto a nivel local, léase PRSC y PRD, como también a nivel mundial, desde que comenzó la globalización del mundo en 1980. Solo queda un partido grande en R.D. carcomido por sus propios escándalos: el P.L.D.

Y para que tengamos continuidad en la vida, el continuismo reiterado de los demócratas de palabra del P.L.D., ya no tienen como lo dicen las encuestas, todo el apoyo de las Comunidades, ahora muy exigentes y antes esencialmente pasivas, que se desenamoraron de dos de los grandes partidos y peor aún, se desenamoraron del sistema de partidos, como lo sabe hacer una cultura tropical caribeña: ardientemente, esa misma cultura que se entrega enteramente y sabe salir del conflicto con el sabio rito del desamor.

Así votaremos en el 2020: en aluvión, para no perder más tiempo. Total, que los políticos del P.L.D. con su falaz democracia de palabra, hasta hoy se cotizaron demasiado caro y con razón: hoy son los nuevos ricos, los grandes millonarios del sistema político y económico con mayúsculas.

Pero no se dieron cuenta todavía de su propia trampa: el mito de Icaro, hoy mitología dominicana, quizás les dirá en las próximas elecciones, cual es su lastimosa y verdadera realidad: las comunidades de las 32 provincias del país dominicano ya están hartas de tantas demagogias y de tantos fracasos colectivos, de tantos escándalos, de tanta impunidad y de tanta corrupción e inseguridad. Hartas.

Para eso y por eso, se formó espontáneamente la marcha verde apartidista con millones de afiliados. Ninguno de los partidos del sistema tiene más volumen numérico que la marcha verde. Y son además los ciudadanos apartidistas, es decir, los únicos ciudadanos neutrales que quedan en el país dominicano, fuera del sistema de partidos, donde también hay muchos ciudadanos honestos: hartos además de las bellaquerías de sus propios partidos. La unidad de la marcha verde con un solo partido opositor sellaría una alianza victoriosa, y el triunfo electoral. ¿Vale la pena esa alianza? Sea usted el jurado, más nadie.

El torneo electoral del 2020, pues, puede ser el gran cambio de la sociedad dominicana y el comienzo de una democracia de hecho, no de palabra. Con la separación de los tres Poderes del Estado y el respeto total de las instituciones del país.

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