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Los opositores del presidente egipcio, Mohamed Morsi en una protesta frente al palacio presidencial en El Cairo, Egipto. |
Un Egipto dividido vuelve a medir sus fuerzas en la calle
Por EFE
domingo 07 de julio de 2013, 21:57h
Prueba
de la creciente tensión en el país eran las barricadas de hormigón y sacos
terreros instaladas en los accesos, así como los innumerables montones de
piedras preparadas para ser arrojadas en caso de enfrentamiento. En el camino a
la universidad, casi todos los adoquines han sido arrancados de las aceras,
donde un niño de unos diez años blande amenazador una tubería y les dice a sus
padres: "Esto si vienen a por mí...".
Partidarios
y detractores del golpe militar que depuso el pasado día 3 al presidente
islamista egipcio Mohamed Mursi volvieron a medir hoy sus fuerzas con
multitudinarias manifestaciones en El Cairo que plasman la división del país.
Los
islamistas trataron de intensificar su exigencia de que Mursi regrese al poder
acudiendo en masa a distintos puntos de la ciudad, como la plaza Rabea Adauiya
o la sede de la Guardia Republicana (la unidad militar de escolta y protección
del presidente de Egipto) donde creen que puede hallarse retenido.
Pero los
defensores del golpe, convocados por el movimiento "Tamarrud"
(Rebelión, en árabe), respondieron abarrotando la famosa plaza Tahrir en
defensa del nuevo presidente interino, Adli Mansur, cuya dimisión pidió hoy el
grupo salafista Gama Islamiya, aliado de Mursi.
El cisma social egipcio se ha
cobrado 35 vidas en cinco días y hace
temer un deterioro de la situación. Dentro de este pulso de protestas, que son
pacíficas durante el día y a veces se tornan sangrientas tras la caída del sol,
la llamada Alianza Nacional en Defensa de la Legitimidad Electoral, integrada
por los Hermanos Musulmanes y otros grupos islamistas, mostró su fuerza con
concentraciones multitudinarias, una de ellas en la plaza Al Nahda, frente a la
Universidad Árabe.
Miles de islamistas y algunos salafistas se apelotonaban
allí ante un escenario decorado con pancartas con lemas como "Sí a la
legitimidad" o "Abdel Fatah Al Sisi (jefe del Ejército y autor del
golpe) acabará naufragando". Para
los islamistas, la bestia negra no es el nuevo presidente interino, Adli
Mansur, sino el general Al Sisi, blanco de la mayoría de cánticos y pancartas. Una
pintada en el muro de la universidad dice "Sisi agente" y una
Estrella de David, el símbolo judío, en referencia a Israel.
"Mi presidente
es Mursi, no el otro que ni me acuerdo cómo se llama. Da igual porque el que
controla todo en realidad es Al Sisi", señala el joven Ahmed Mohsan tras
escuchar en silencio las proclamas que lanzar por turnos los oradores desde el
escenario. Uno de ellos, un imam, recita como un mantra "No hay más Dios
que Alá y Mahoma es su profeta" y la multitud responde al unísono
señalando al cielo con el índice.
Entre los asistentes, muchos de ellos
mujeres, había pocas ideas concretas, pero mucho optimismo sobre el regreso al
poder de Mursi, vencedor en 2012 de las primeras elecciones presidenciales tras
la caída del dictador Hosni Mubarak un año antes. "Si echamos a Mubarak
sin armas, también podemos recuperar a Mursi sin ellas", argumenta Mohsan.
"No sé cómo ni cuándo, pero Mursi volverá, si Dios quiere", sentencia
Ruad Asem, de 17 años, mientras asiente su madre, cubierta con un negro velo que
sólo deja entrever los ojos.
El golpe ha unido en torno a Mursi a egipcios con
diferencias ideológicas. Hisham Al Ayli dice que Abu Ismail, clérigo
fundamentalista detenido, es para él "como el Papa" para los
católicos, lo que avergüenza a sus dos amigos, Mustafa Mahmud y Tamer Ibrahim,
que no votaron en la primera vuelta a Mursi, sino a un islamista moderado,
Abdel Moneim Abul Futuh.
En Tahrir, también hay piedras en los accesos
amontonadas como munición, pero el ambiente es de alegría, con una gran
pancarta en defensa de la segunda "revolución". "Mursi tenía que
irse y que llegase alguien mejor que él, porque ha hecho retroceder al país, no
lo ha hecho resurgir", asegura en la plaza el albañil Walid Magrebi.
Los
manifestantes forman una ola de banderas nacionales y cantan, guiados desde el
escenario: "El pueblo acabó con el régimen". "A los Hermanos
Musulmanes sólo les interesa excluir a los demás. Solo desean controlar el
poder", critica Haizam al Saadi, nacido hace 40 años en la ciudad de Sharquiya,
de la que procede Mursi.
La inestabilidad se filtra también a la escena
política. El país se acostó ayer con un nuevo primer ministro, Mohamed El
Baradei, cuyo nombramiento había anunciado la agencia estatal, Mena, y se
despertó sin él, aparentemente por el rechazo salafista a la decisión. Y
continúa la persecución legal de los Hermanos Musulmanes, con la detención hoy
de dos dirigentes de su brazo político, Esam el Arian y Mohamed el Beltagui,
por la acusación de instigar a matar manifestantes.