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A Carmen Imbert Brugal

Por Ylonka Nacidit-Perdomo
sábado 31 de marzo de 2018, 14:38h
A Carmen Imbert Brugal, Coordinadora Académica de la Escuela de Formación Electoral y del Estado Civil (EFEC), algunas notas sobre el pensar, a propósito del Ciclo de Paneles sobre el Pensamiento Social y Político Dominicano que organiza la EFEC de la Junta Central Electoral, agradeciéndole su breve «mención» a mi opinión sobre el tema, ya que no puede estar presente en la Conferencia sobre Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897), del pasado miércoles 21 de marzo, dictada por la historiada y catedrática universitaria Carmen Durán Jourdain. [1]
«La existencia misma es una descomunal abertura por la que se nos escurre la vida, casi siempre sin advertirlo o midiendo su escape gota a gota.»

Hilma Contreras [2]

I. DE ¿CÓMO «QUIZÁS» SE PIENSA EL MUNDO DESDE LA MUJER?

Desempolvar la historia y, por consiguiente, el pensar, de esa fragmentación de sujeto denominado mujer en los distintos espacios de la geografía física y de la geografía política nacional en la cual ha existido por siglos, requiere volver a mirar lo que quedó o pudo quedar de ciertas páginas añejadas por el paso inexorable del tiempo, aquellas que posiblemente por un azar misterioso se resistieron a quedar vacías de letras, y por consiguiente, como registro de voces anónimas unas, “conocidas” otras, y legitimadas sólo aquellas de «tono viril y varonil.»

Si escogemos ir al pasado, abstraernos, jugar a merodear en torno al tiempo circular o al cronológico, quizás, es posible juntar las piezas del rompecabezas de las acciones, del pensar, de aquellas que en esta geografía procuraron hacer o construir una Historia desde el pensamiento propio y desde el cuerpo propio. Así entiendo, y procuro entender que, el cuerpo por siempre es nuestro primer territorio, y por lo tanto, espacio geográfico desde el cual empezamos a existir, y por ende, desde el cual se inician nuestras percepciones instantáneas sobre el mundo.

No sé, no he podido cuantificarlo aún, cuántas pensantes decimonónicas del siglo XIX, y cuántas del pasado siglo XX, desaparecieron físicamente desconocidas, borradas sus improntas y sus legados al no ser canonizadas por las élites dominantes. Murieron, y sus cuerpos –el primer territorio donde habitaron- tuvieron sepultura en un dominio geográfico donde ni siquiera son recordadas como un vestigio de lo que fueron, permaneciendo inertes.

Entiendo, y puede ser que esté equivocada, que esto es lo que son aún las pensantes en este país: una metáfora de un territorio, en un punto geográfico donde se desarrolla lo humano, y por consiguiente, los asentamientos humanos, y las acciones humanas. Por eso me digo -con la voz quebrada y cierta angustia- que la existencia de ese signo denominado “mujer”, se ha hecho a lo largo de dos siglos de encuentros y desencuentros un no-decir en una territorialidad donde permanece sin ser aceptado o de la cual emigra.

La Historia oficial en torno a la mujer, y a su pensar, se ha ido escribiendo manipulada desde el orden simbólico masculino. Dos siglos (XIX y XX) no han sido suficientes para reconstruir el territorio del matriarcado en la geografía global, y menos aquí, en esta media Isla. La contrahistoria se ha hecho a trazos, de manera subyacente, en planos, y aún falta rearticular los escenarios donde las que nos anteceden actuaron, donde existieron, y por supuesto, donde pensaron. Lo cual –entre el ayer y el presente, entre el allá y el aquí- nos muestra que, se desconocen aun sus fronteras imaginarias: dónde nacía el río, y la anchura de su cauce, porque sólo se tuvo noticias que las lágrimas de ellas alimentaban a las aguas.

El pensar de la mujer en nuestro territorio (República Dominicana) no ha estado al alcance de todas descubrirlo, dibujarlo o desdibujarlo en un mapa. En esta geografía nacional, ellas (todas, y muchas) han existido sin confrontar al Estado, sin entender que es patriarcal, y que la ideología del falocentrismo desde el Estado, cuyo orden se fundamenta en la instrumentalización de la instrucción, y una fuerza legalmente aceptada, ha ido despojándolas de su identidad. Por eso, en dos siglos, las pensantes (para los otros) han tenido una estancia temporal, un existir de paréntesis.

Fue en este Estado, surgido desde el 1844, en el cual nacieron y continúan naciendo las pensantes como sujetos inacabados, encerrados en los dogmas, en la retórica, en el decir, en la cultura, en los discursos que le esconden la realidad posible para existir, y donde la opción más cómoda es obedecer, no desobedecer las vestiduras que les “otorga” ese mundo que las amedrenta. En efecto, ellas han vivido de manera sofocante, condicionadas solo a conocer la dimensión restringida de esa geografía asignada. De mayoría humana que somos aquí, somos reducidas a ser una minoría en la nada. De multitud que somos, ese Estado nos “conduce” a la perplejidad de no conocernos; no somos pueblo, no somos dimensión en esta geografía para actuar ni siquiera como pensantes.

De ese «existir» del sujeto femenino, que no ha sido resquebrajado, re-escrito en sus significantes, que se ha erigido desde supuestos oficializados por el poder hegemónico del orden patriarcal, parte la contrahistoria.

No tenemos que insistir para mostrar de frente –como evidencia- que, es en esta geografía donde se continúa existiendo en peligro absoluto, y por ende, en conflicto con los otros, en medio de figuraciones, identidades y enigmas en torno a nosotras.

La historia del pensar de la mujer (no de las canonizadas, “redimidas”, “reivindicadas” como suyas, de su pertenencia, por el orden simbólico masculino), y más aún su pensamiento político –aquí en esta territorialidad que es la República Dominicana- ha sido eclipsado, y continúa siendo eclipsado. De muchas se “habla”, se “cita” desde las especulaciones, y de elucubraciones anodinas y perversas.

Así las cosas, conocer la “verdadera” Historia, la que se nombra como tal, la inédita, no la édita desde el patriarcalismo, es un reto generacional. Pero, ¿cuál es la “verdadera”?, si toda Historia del pensar de la mujer es controlada, reducida a anécdotas, a indiferencias, a interferencias, a interpretaciones avezadas, convocada de manera novelesca. Apenas sabemos qué Historia en torno a ese sujeto denominado mujer es, pues, verosímil, sino rescatamos vestigios, y extraemos de la memoria -no capturada por el poder falocéntrico- los episodios probables.

Un cuadro, una cronología de esos momentos, de esos espacios donde la crónica en torno al pensar de la mujer se hizo amarilla o se tiñó de rojo en los siglos XIX, XX, y ahora el XXI, es ruta a develar, y a recorrer para conocer hechos o acciones trascendentes del sujeto femenino, no maleados por intereses ortodoxos y tradicionales de la historiografía oficial. Sabemos que su territorialidad continúa marcada por su accionar en el espacio privado y en el público de manera restringida. No obstante, la distancia entre ambos espacios se recorre a través de la memoria, la contrahistoria y el affidamento, para vencer la resistencia de los límites impuestos, cambiar de piel, y dotarse de herramientas para abrir las cerraduras de los espacios que le han sido vedados, y de la parálisis impuesta.

Esto es provocar un «cisma narratológico» en el pensar, en el pensamiento, una ruptura con su libresca geografía ficticia, dejar de ser “algo” ahistórico, ajeno a los saberes. Es un deber nuestro hacer esa cartografía, para que de la misma surjan los textos que interroguen los espacios en que por siglos estuvieron aisladas.

II. DE ¿CUÁLES SON «QUIZÁS» LAS RUTAS PARA CREAR PENSAMIENTO COMO MUJER?

Recordemos, primero, que nosotras fuimos instruidas desde la filosofía del lenguaje patriarcal. De manera inconsciente razonamos, observamos, definimos, actuamos y desarrollamos estrategias desde ese discurso.

Por consiguiente, emerger desde sí misma, y renovar el subconsciente desde el monólogo interior es la necesidad que las pensantes descubren tener. Encontrar la palabra, apropiarse de ella es, la segunda parada en esa ruta; entender la especificidad de cada significado construidos por ellos, desordenarlos, reprogramarlos es una manera de alterar la verbalización en el pensamiento. El poder patriarcal decretó por siglos vetarnos de ir hacia la palabra, y de encontrar la palabra; decretó el silencio de nuestra voz; decretó que no habitáramos ninguno de los espacios que eran dominios suyos. Y, aun continúa así desde muchas esferas del Estado en las cuales interactuamos.

Sin embargo, en las pensantes hubo algo que no dejaron que les quitaran: su ligazón absoluta con el misterio, su ámbito mayor: la naturaleza. La amplitud de la idea ante el vacío, el vuelo de reconocer los detalles, les dio la fuerza creadora. Por siglos ellas estuvieron encerradas en su súper-yo, y no sabemos cómo ocurrió, a fin de cuentas, el desplazamiento del poder simbólico masculino, por el otro poder simbólico que hizo de la fémina un ser con un logos propio para destruir las barreras que impedían que como exegetas plasmaran en el mundo su pensamiento. De ahí que se hace necesario, al momento de hablar de pensamiento, redefinir lo femenino, esa otra categoría que se le etiqueta al signo mujer, lo cual trae consigo un discurso que provoca gestar un lenguaje nuevo.

El mundo que ellas, las pensantes, pretenden pensar desde la mujer es el de los saberes como fuente genésica para asociarnos a la naturaleza, y desde allí alcanzar la certeza de que traemos una heredad vinculada a la madre inapelable, intransferible e innegociable con el dominio patriarcal.

Silenciadas sus palabras, articuladas desde el silencio por los ecos de sus voces, se gestó en el siglo XIX un alerta ante el mutismo para ir re-definiendo ante los otros sus identidades. Es esta otra Historia la que he llamado en contrapunto, y la que me indujo a la lectura de una acumulación de narratologías que se fueron desplegado ante mi mirada, correspondientes a distintas generaciones en torno a las relaciones de poder-sexo entre hombres y mujeres.

Entonces me pregunté: ¿Qué es la mujer? A lo cual contesté: -Un signo en construcción; un signo al cual el patriarcalismo o la cultura fálica le ha asignado un valor sexual o de objeto. Desmantelar, desenmascarar, aguijonear esa manera única de verse y asumirse de un alto porcentaje de la humanidad de sexo femenino, lo cual es una forma de represión desde el Estado, es la razón de ser de los estudios de género y del feminismo de la diversidad.

Valor sexual o de objeto, sabemos, es lo que ha creado la tensión entre los opuestos. ¡Y qué decir de los saberes! Desmontar esa razón-de-ser y esa razón-de-existir que ha sido legitimidad por el derecho burgués, no fue posible a través de la palabra “igualdad”, porque la emancipación del signo-mujer debió ser contra la preeminencia de la cultura que la reprime, persigue, encapsula, restringe y confina a su territorialidad.

Reconozco, que desde el pensar, aquí, las que asumieron el feminismo ilustrado del siglo XVIII estimularon acciones políticas de cambio, y las del siglo XX empujaron al Estado “moderno” a no codiciar todos los derechos reconocidos al hombre, solo para él, siendo una paradoja que la figura mítica de la libertad se representa como una mujer.

Las pensantes del feminismo de vanguardia y sufragista local lucharon contra las estructuras sociales que la hicieron un ser sin valor, un objeto libidinal, hecho para el uso, sacrificio, y no apta para tomar conciencia en los saberes. Pero, ¿construyeron ellas, desarrollaron ellas, escribieron ellas, fraguaron ellas, cimentaron ellas, contribuyeron ellas, las del siglo XIX y las del XX, un Pensamiento Social y Político Dominicano, que pueda ser debatido, conocido, cuestionado, escudriñado, puesto en escena en el Ciclo de Paneles sobre el Pensamiento Social y Político Dominicano que organiza la Escuela de Formación Electoral y del Estado Civil (EFEC), de la Junta Central Electoral?



Es esta la pregunta a contestar si ese «Pensamiento Social y Político Dominicano» se pretende auscultar sólo desde los imaginarios de las creadoras-literatas, dejando a un lado a otras que en ambos siglos procuraron quebrar la cultura patriarcal, desde la producción de ideas dadas a conocer en compendios bibliográficos, libros, manuales, monografías, en folletines, en hojas sueltas, o como artículos de opinión en periódicos y en revistas, o como separatas, etc. –por demás dispersos siempre, cuando son de mujeres-. O bien, cuando las ideas de ellas provienen y surgen de su accionar en el feminismo o no, en las escuelas de capacitación de los partidos, desde la militancia política y/o su praxis sindicalista, desde la producción doctrinaria, desde el ejercicio del poder en el Estado, en organismos internacionales, desde las contiendas y enfrentamientos juntas o no a sus opuestos genitales. Esto es lo que entiendo como social y político.

Así las cosas, me pregunto: ¿cuáles pensantes van a ser legitimadas, asimiladas, validadas como pensadoras sociales y políticas, en el presente desde el Estado?

Sé que la historia de las dominicanas, en los distintos espacios de la geografía física y de la geografía política a lo largo de unos cinco siglos se ha escrito con pulsiones, con entretejidos, pedazo a pedazo, por retazos, salto a salto, porque ha sido borrada, una veces, secuestrada las otras veces, o reunida con el nombre de un varón. Eso explica lo difícil que ha sido re-escribirla re-construirla, re-interpretarla, re-identificarla, re-señalarla, re-descubrir cuándo, dónde y cómo ocurrió. A las protagonistas y testigos presenciales de los acontecimientos políticos de fin-de-siglo o finiseculares que se asomaron a las lides del feminismo internacional se le acusó de histéricas o neuróticas; lo mismo ocurrió a principios del siglo XX, fueron discriminadas con señalamientos pueriles. No obstante, se hicieron visibles, transmitieron la fuerza de su pensamiento y la determinación con la cual empujaban sus acciones. El siglo XIX y el siglo XX han sido dos siglos excepcionales para organizarnos, y cambiar el orden constitucional del Estado.

En la ruta para pensarse mujer, y crear pensamiento propio, se encuentra la subversión. Es necesario practicar la subversión desde la argumentación, alumbrar ideas, hacer de la palabra teoría.

Las mujeres, comprendo que sí, existimos haciéndonos visibles. Por eso las investigadoras de género y las historiadoras desde la contrahistoria hacen progresivamente visibles los discursos de aquellas que han subvertido el orden simbólico masculino, es decir, a la cultura patriarcal. Constantemente, miramos hacia atrás, y fragmento a fragmento, se ha ido haciendo un rompecabezas de historias, de existencias, de vidas, de miradas, de sílabas esparcidas que fueron arrojadas al olvido. Nos hemos hecho auditivas, sensitivas. Recuperamos lo visto, lo vivido, lo asumido por las otras golpeadas, malogradas, desfiguradas, des-individualizadas, colocadas en tensión (con su cuerpo y desde su cuerpo) porque hicieron la acción de mirarse hacia adentro. Esto es lo que no nos perdona la cultura patriarcal: «mirarnos hacia adentro». Es lo que quiere impedirnos.

Desde que una mujer se «mira hacia adentro» se hace visible ante sí misma; se mira, y al hacerlo se descubre.

Los estudios de género como herramientas para desmontar y desaprender los patrones jerárquicos del patriacalismo y el androcentrismo, nos permiten la re-lectura del pasado desde una perspectiva crítica, introspectiva; nos hacen articular discursos cuestionadores, introducir otros valores para desconfigurar lo que somos, o lo que nos han asignado que somos. La palabra «género» pretenden (sectores ortodoxos sociales que representan al parecer al Santo Oficio) hacerla prohibitiva y permeable en las academias y en las enseñanzas. «Género», decir «género» es asumir la subversión femenina. «Género» re-simboliza a lo femenino, a lo femenino canonizado por el patriarcalismo, porque rompe de manera rotunda con las cárceles hechas para el pensar de la mujer.

La ideología de género, no es una ideología patriarcal, por eso disgusta tanto. Asumida, si lo fuera por la sociedad patriarcal, traería el equilibrio del mundo, y ya no estaría marginado el sujeto mujer. Si observamos la inacción del Estado machista como “protector” de los derechos humanos, persiste en hacer agonizar a la mujer a través de distintas violencias. Seguimos existiendo junto a las otras encerradas en la identidad asignada de objeto-cuerpo. No ha podido aun el vocablo «género» hacer el “milagro” de que dejemos de ser objeto-cuerpo del pater familias en que se erige el Estado, por encima de la naturaleza. Exclusivamente, aun, el Estado tiene privilegios sobre nosotras, y de manera enraizada sobre nuestros saberes, y nuestro pensar.

Sólo pretendo con estas reflexiones retornar a los saberes de las pensantes, y al otro orden simbólico, el de la madre, desde el cual armamos la barca, y nos hacemos a la mar, para viajar hacia su interior, a su Útero, que es el Universo.

Sábado 24 de marzo de 2018.

12.09 meridiano, Víspera del Domingo de Ramos.



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REFERENCIA Y CITA.

[1] Ver además la publicación: «Panel afirma Salomé fue víctima de la violencia de género», Acento.com.do, 22 de marzo de 2018.

[2] Hilma Contreras (San Francisco de Macorís, 1910-2006) cita extraída del cuento «Canícula» de Entre dos silencios (Santo Domingo: Editora Taller, 1987):40.

NOTAS SOBRE LAS AUTORAS CUYAS FOTOGRAFÍAS ILUSTRAN ESTE ARTÍCULO

[I] Sobre Amelia Francasci (Santo Domingo, 1850-1941) he escrito, anteriormente: « ¿Quién conoce a La Francasci, la escritora que inaugura el género autobiográfico en la literatura nacional, que se goza leyéndola, que tuvo poca opinión en torno a sus obras de los “críticos” contemporáneos? ¿Quién conoce a esta mujer que hizo un pacto evidente con “lo inútil” que es el amor carnal para una creadora que huye de los subterfugios banales y estereotipos de género de su época, que se escapa de la historia humana convencional, que tuvo una empatía con la transgresión, con lo que se le atribuía como prohibido?


«Amelia fue una escritora desprejuiciada, antiburgués, que peligrosamente pensaba; de extrema sensibilidad, y aguda observación. Es la autora que las otras no conocen, porque estuvo contrapuesta a esa tentativa de ordenar su vida de manera lineal. Y esta es la neurosis existencial que enfrenta desde 1850 a 1941: metaforizar un carácter, un saber distinto al canonizado, escribiendo en un estilo libre, en un lenguaje a veces directo, y otras veces entre comillas. Su trampa del destino fue habitar en esta ciudad poco luminosa y poco letrada, que tenía ataduras milenarias. Su espíritu era demasiado intenso para autoexplicarse ante el mundo; por eso se narra en el contexto de situaciones vividas, que se consideran extrañas al lenguaje femenil. […]

«Así, Francisca Martinoff (su novela) contiene las más agudas reflexiones sobre el emergente revolucionarismo en la línea fronteriza, en el Cibao, y en toda la República. Retrata el destino que toca a los tiranos, y forja el perfil de quienes en esa escisión del tiempo conocen la orfandad en que queda la Patria, y la Nación con desesperanzas, desestabilizada. A la Revolución de 1899 le dedicó el Capítulo XXI (177-184) y el Capítulo XXII (185-191), y a la Política el Capítulo XXVI (219-224) de su novela.

«Francisca era una mujer de dos siglos. Había cruzando de los novecientos al veinte, por el umbral de su calle, la calle del Arquillo, entre una plazoleta, y la solemne paz de la augusta Catedral. Es posible que Francisca se resguardara de esa sociedad criolla que veía desvanecer sus sueños de grandeza, luego de ser sus ancestros peregrinos por las Islas del Caribe. »

[II] Mercedes Mota (San Francisco de Macorís, 1880-Cedarville, New Jersey, 1964) escribió en Puerto Plata, en octubre de 1899, luego del ajusticiamiento del tirano Ulises Heureaux (Lilís):

«La obra de la tiranía no puede ser obra perdurable. El reinado del mal no puede ser eterno.

Hasta ayer gimió la Patria, presa de la más dolorosa angustia, escarnecida, vilipendiada por la sórdida avaricia, por el más grosero y descarado cinismo de sus propios hijos!

Situación desesperante, horrenda!

La abyección y el servilismo entronizados, encargábanse de realizar su nefanda obra; la corrupción prendió sus garras cada vez con el mejor éxito, y el honor y la
dignidad del pueblo dominicano venían a tierra para mengua y mancilla de esta tierra infortunada.

« ¡No hay Dios! » He aquí la frase pronunciada diariamente por cuantos creyeron o creen que el origen y el remedio sociales provienen de alto.

Ah! Necio quien tal piense. Sólo el hombre es el autor de su propia felicidad o desventura.

Patria mía! ¡Cuántas veces, solitaria y triste, pensando en tus dolores, lloré lágrimas del alma! Tu visión llorosa me llenaba de congojas y nostalgias.

Pero la voluntad de un solo hombre bastó para deshacer la obra del error; sí, que solo el error y la ignorancia pueden formar opresores, eterna y odiosa pesadilla de los pueblos.

En el día supremo, en la hora quizás más triste que nos aguardaba bajo la férula despótica, surge una figura hermosa, sublime, y hay redención, y el aire se puebla de
gloriosos himnos a la santa causa de la Libertad y del Derecho. […].«Ramón Cáceres» en Listín Diario (Octubre 21 de 1899, No. 3071)

[III] Sobre «La Condesa Mathieu de Noailles» de cuyos textos literarios hizo traducciones Mercedes Mota, era una de las autoras más leídas por las escritoras decimonónicas dominicanas. Presidió el jurado del Prix Fémina, creado en 1904, integrado por 16 mujeres colaboradoras de La Vie heureuse, que otorgó el galardón al mejor libro de año por una gran mayoría de votos a la obra de Myriam Harry (Jerusalén, 1869- Neuilly-sur-Seine, 1958) Conquête de Jérusalem.

El Fémina fue una respuesta al Prix Goncourt que excluía a las mujeres pensantes.

[IV] Sobre Abigaíl Mejía Solière (Santo Domingo, 1895- 1941), he escrito, anteriormente:

« El caso nuestro de Abigail Mejía, no es ajeno, porque la «New Historicism» en la República Dominicana no se ejerce, ni menos aun realiza prácticas deconstructivas de las ortodoxas interpretaciones de la Academia de la Historia. Hasta tanto no se planteen, desde un prisma sin prejuicios, estudios desde la «New Historicism», no se comprenderá y continuará siendo fragmentada la vida de Mejía, y de muchas otras que no están en su accionar dentro de los estándares o parámetros del discurso oficial.

«Así, de infame, ha sido el destino asignado por la Historia oficial a Abigail Mejía, puesto que localmente se habla de ella de manera empírica, sin verificación de las fuentes originales. Ha sido culturalizada como una de las pioneras del feminismo, y evidentemente como feminista, pero no como una transformadora revolucionaria-humanística, y como una pensadora del siglo XX.

«Escribo esto desde la autorreflexividad, porque creo que mi labor es ayudar a comprender las contrariedades de la canonización que trae la Historia oficial en torno al sujeto femenino, las vueltas hacia atrás y hacia adelante que debemos dar para preguntarnos cómo se articularon sus experiencias, acciones y vivencias en desventajas con los otros y, su postura ideológica, puesto que participar significaba rechazar el status quo; luchar, colocar en agenda el tema de los derechos civiles, políticos y humanos de las mujeres; combatir, producir un pensamiento. »

[V] Zoraida Heredia Vda. Suncar (Santo Domingo, 1918-2011) escribió este párrafo que consideremos debe llamarnos a reflexionar, porque conserva toda su actualidad: «En esta época de inquietudes e inseguridades, más que en ninguna otra, se crece y agiganta la gran Maestra, en esta época en que las pasiones humanas destruyen todo cuanto de amor y el esfuerzo es capaz de crear, de construir; en esta época en donde los milagros de bien se postergan para dar paso a los rencores y venganzas; en donde el Maestro poco vale como tal y solo adquiere relieves y fuerzas como ente social si se une en lazo fraterno a la política inoperante; en esta época de crisis de valores del pensamiento, se cumple como un deber al rendir este homenaje limpio, sano y desinteresado a quien tan dignamente se hizo merecedora». [Fragmento de las palabras pronunciadas en el homenaje nacional a su Maestra Abigail Mejía (1895-1941) en el Ateneo Dominicano, 1971.

Y de mi parte, en torno a este pensamiento de mi maestra Zoraida, reflexioné: «Esta es la voz de Zoraida, pura, profundamente profética, en torno a su Maestra en la Escuela Normal: Abigail; aquella mujer desprovista de ambiciones, de odios y rencores, que poseía solo una amplitud de espíritu en equilibrio con la naturaleza, una manera de ser especial, una voluntad inquebrantable, y condiciones excepcionales que no se pueden expresar simplemente, aun escribiendo desde el afecto o desde la admiración sobre su actividad intelectual, artística, magisterial.


«Sé que en todos los puntos geográficos de este territorio que habitamos hay miles de conciencias incorruptibles, fecundas, que no trafican con la verdad ni la dignidad suya ni de los otros, que se extrañan de los momentos de irracionalidad y de violencia que vivimos como conglomerado social. Sé que el estar aquí nos hace estar expuestos a una maquinaria feroz mediática -de manipulación- en torno a lo que es o se entiende como orden, que crea temores, inseguridades, desencantos, asombros, dejadez, y agotamiento de las fuerzas para definir las cosas del presente. Pero no todo, quizás, es ordinario, de solideces que aturden, de ornamentos ficticios en torno a las virtudes, aun cuando las apariencias se han ido desbordando, y se toca fondo, por la inacción nuestra de exigir que sea respetada la legitimidad en la conformación de los poderes del Estado, y por ende, respetada nuestra condición de ciudadanas y ciudadanos. »

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