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Muchacho deja la cabeza quieta

Por Guillermo Caram
miércoles 28 de febrero de 2018, 19:41h
Los recuerdos mas lejanos de mi infancia lo asocio al aprendizaje, Mis padres tuvieron que contratarle un profesor particular a mi hermano para que facilitar su ingreso la escuela entendiendo que su enfermedad le habría provocado dificultades para su normal inserción escolar. La contratación recayó en García, quien además de profesor era el barbero de la familia, duplicidad de roles propia de una época no caracterizada por el espacialismo y que difícilmente hoy se observe. Pero a la vez el rol de maestro le infundía respeto al rol de barbero.

Los cortes de pelo se efectuaban en la casa y para mí resultaban traumáticos. Eran casi siempre simultáneos con los demás miembros varones de la familia el mismo día – Papá, mi hermano y yo – y el hecho que sufriera de “vitiligo” enfermedad que entonces no conocía, me provocaba cierto nerviosismo cuando sus manos iniciaban el corte sobre mi cabeza. En ocasiones las parlan chinerías de García se hacían interminables cuando recortaba el pelo a tíos o primos que vivían en el “otro patio” expresión con la que identificábamos el patio contiguo al de nuestra casa, el de la casa de mis abuelos que colindaba la que residían sus hijos solteros y comúnmente frecuentada por otros nietos.

García no cesaba de hablar durante su tarea como peluquero: comentaba historias curiosas ajenas a la realidad cotidiana quien sabe si consecuencia de la ya consolidada dictadura que nos dominaba o relacionadas con la vida corriente del pueblo como las carreras de caballos cuando en San Pedro existía el único hipódromo nacional donde luego se construyó el Estadio hoy Tetelo Vargas, los negocios de la casa, la pelota cubana, las esperanzas del comienzo de la zafra azucarera o las calamidades del “tiempo muerto”, etc

Todo ello me causaba tal desesperación que me hacía mover mucho la cabeza, dificultando la tarea de García. recibiendo como respuesta la amonestación de García, y a veces de papá o mamá, de que dejara la cabeza quieta.

Todavía hoy postergo hasta el máximo la concurrencia a las peluquerías

Al fondo del patio de mi casa de nacimiento existía una especie de gacebo que fue habilitada como el lugar donde García prepararía a mi hermano para ingresar a la escuelita privada de la Maestra Camila donde asistirían niños a cursar del primero al cuarto año de mi primaria. La educación pre escolar era inexistente en aquellos tiempos. Como tenía que acompañar a mi hermano a casi todas sus actividades, ahí estaba yo asistiendo a esa especie de preparatoria de primaria. Y grande fue la sorpresa del profesor y de mis padres cuando llegaba a contestar alguna de las preguntas con las que García solía carear a mi hermano. Ese proceder despertó admiración en el barbero profesor que comenzó a pregonar y a sobresaltar habilidades y aptitudes originadas en la circunstancia familiar descrita, pero que, independientemente de las causas, comenzó a cimentar una fama que habría de beneficiarme por el resto de mi vida.

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