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El día que murió el golpe independentista, a Dios gracias

Por Fernando Jáuregui
martes 21 de noviembre de 2017, 21:46h
¿Cuándo murió El intento de golpe de Estado independentista en Cataluña? ¿Cuando, el 27 de octubre, Puigdemont intentó pactar una convocatoria de elecciones, con Urkullu de intermediario ante el Gobierno central, para luego dar apresurada marcha atrás, asustado ante los de la CUP que le llamaban ‘traidor’? ¿Cuando se exilió a su ridículo refugio bruselense, creyéndose, pobre, Tarradellas? ¿O más bien cuando hace tres días, y ante el juez del Supremo, Carme Forcadell, una de las principales impulsoras del ‘procés’, renunció lisa, dura y llanamente, a la loca carrera hacia la imposible –mira que todos se lo decían—independencia y puso fin así a su propia carrera política?

Sí, la ex periodista Forcadell y los otros miembros de la Mesa del Parlament, la sede del Legislativo catalán que estuvo en el origen del golpe, certificaron esta semana el fin del sueño –¿pesadilla?—secesionista. Empieza una nueva era, marcada por la inminencia de una campaña electoral que va a ser la más extraña que hayamos vivido, incluyendo aquella recta final de la de marzo de 2004. Dice el Gobierno, con evidente precipitación, que ya ha llegado la normalidad. ¿Con Junqueras y los restantes miembros del Govern encarcelados?¿Con Puigdemont y la otra parte de los consellers huídos poniendo a parir a España ante micrófonos complacientes de media Europa?

El soufflé se ha deshinchado algo, de acuerdo; estamos a punto de iniciar una etapa, completamente nueva, que incluya mirar en parte al pasado y mucho más al porvenir; pero normalidad, lo que se dice normalidad, no habrá hasta que el ex molt honorable y sus compañeros no tan mártires regresen; cuando el ex vicepresident y su camarilla salgan de Estremera y de Soto del Real…para afrontar ese fin de una era, que incluirá sus responsabilidades ante los tribunales, pero quizá también su asunción de la presidencia de la Generalitat, urnas mediante. A ver qué pasa entonces: ni ellos lo saben.

Historiar lo que ha ocurrido en España desde noviembre de 2015, hace apenas dos años, es algo que aún no está al alcance de un mero periodista: si, entonces, alguien se hubiese atrevido a pronosticar el treinta por ciento de lo que luego ha ocurrido, le hubiesen encerrado por loco. Así que todos nos hemos equivocado prediciendo cosas chocantes, sí, pero que todavía se atenían a una cierta lógica, a un mínimo de sentido común. Nada ha sido así: piense usted, sin ir más lejos, en las cosas que han pasado desde aquella nefasta fecha, el 17 de agosto último, en el que el terror yihadista se cebó con los pacíficos transeúntes en Las Ramblas. Desde entonces, todo se precipitó, impulsado por las manos inexpertas del trío Puigdemont-Junqueras-Forcadell. Y un poco también por la miopía y escasa transparencia del lado de acá. Y de los que pretendieron situarse entre las dos orillas, como Pablo Iglesias y la propia Ada Colau.

El mayor mal que se nos ha hecho ha sido convertir el ‘caso Cataluña’ en la única noticia. Como si no se hubiese incendiado media Galicia, como si Trump no siguiese poniendo al mundo al borde de un ataque de nervios, como si, sin ir más lejos, no volviese a resurgir, con su salida de la cárcel, el ‘caso Ignacio González’, que va más allá de Ignacio González, claro (se hablará mucho más de esto, ya lo verán). Y lo peor: buscando, demasiado tarde y tras mucho mirar hacia otro lado, una solución de 155-exprés para Cataluña, se ha olvidado pavimentar el futuro.

Solo colateralmente se habla de ese nuevo PSOE que parece que algo está aprendiendo de sus errores pretéritos, solo de pasada se esa reforma constitucional que hay que abordar con urgencia, nada se dice del desequilibrio social y económico que nos tiran a la cara, para nuestra vergüenza, las estadísticas. ¿Hay vida después del 155?¿Tiene el trío Rajoy-Sánchez-Rivera un ‘plan B’, un kit de supervivencia, para que España siga siendo la nación esperanzada que fue desde que, aquel 20 de noviembre, cuarenta y dos años ya, murió el dictador?

Temo, y espero, que habrá que aguardar, para empezar a tener respuestas, hasta que, el 21 de diciembre, los catalanes decidan su/nuestro camino a partir de ahora. Mientras, cinco semanas de (más aún) infarto nos aguardan.

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