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Orgullo Gay y Ayuntamiento de Madrid

Por Fernando Jáuregui
viernes 30 de junio de 2017, 12:35h
(No puedo identificarme con la estética de la fiesta, aunque entiendo su justificación. No es mi fiesta, pero es la de otros muchos, y por tanto hay que defenderla de ataques injustos)

Hay que reconocer que tienen valor el Ayuntamiento de Madrid, la propia Comunidad madrileña y hasta el Gobierno central, convocando y alentando la celebración de las fiestas del Orgullo Gay, a las que se espera que acudan dos millones de personas, en la capital. Van a ser días agobiantes para el automovilista, pero buenos para la hostelería y para eso que Enrique Tierno, aquel alcalde grande para muchos y para mí algo discutible, llamaba ‘el divertimento de la ciudad’. Y es bueno llenar de alegría y festejo ese espacio de convivencia que es una ciudad, aunque, personalmente, creo que los motivos que justificaron las celebraciones del Orgullo Gay ya no estén tan vigentes, porque la integración es un hecho desde hace ya bastantes años.

Lo que me parece cuestionable es la capacidad del consistorio madrileño para gestionar ahora mismo una fiesta que va a colocar los ojos del mundo en la capital española, con todos los riesgos que ello implica, para la seguridad entre otras cosas. El equipo encabezado por Manuela Carmena, persona por la que desde hace muchos, demasiados, años siento una gran simpatía, simplemente se está mostrando ineficaz a la hora de gestionar la felicidad y la calma ciudadanas: ocurrencias sin límites, desdén hacia la cotidianidad de los vecinos y abuso de posición dominante. Las informaciones que señalan a dos concejales encargando un informe externo que contradijese la versión de los técnicos municipales revisten cierta gravedad: porque los dos concejales, imputados, actuaron presuntamente a espaldas de la alcaldesa y gastaron fondos públicos en un informe innecesario y ‘tramposo’, sin que, sin embargo, se haya puesto en marcha el compromiso suscrito con Podemos de separación de los cargos que sean imputados.

Y claro que hay un componente político que aumenta o disminuye la felicidad ciudadana: desconozco, o no conozco a fondo, cómo gestiona Podemos algunos otros de los ayuntamientos en los que gobierna, pero debo decir que el Madrid espejo de todos los caminos y faro de todas las Españas se ha convertido en un continuo sobresalto, que pasa, por ejemplo, por obras impensadas y no anunciadas suficientemente en calles principales, obras que lastran el tránsito automovilístico. O pasa por iniciativas esotéricas, como colocar semáforos con el paso de peatones representando a parejas gay. Ya digo: como si los ciudadanos no aceptasen plena, libre y normalmente las opciones sexuales. Como si el cambio de los semáforos, la ampliación de ciertas aceras, los cambios de nombres a algunas calles, los vetos a ciertas iniciativas empresariales que resultarán beneficiosas para la cuidad, fuesen medidas necesarias y urgentes.

Trabajé durante un tiempo al frente de la comunicación en el Ayuntamiento de Madrid, y allí aprendí que la primera política, la que afecta más directa e inmediatamente al ciudadano, es la municipal. Madrid es objeto de observación, de envidias y de frustraciones de muchos de los que vivimos aquí. Creo que la alcaldesa, que es persona de buena voluntad, en algún momento debería dar un puñetazo sobre la mesa y encauzar la actividad de un equipo heterogéneo de concejales, que no pocas veces siembran el desconcierto o la irritación en el ánimo de las gentes que a ellos, a sus arrebatos de ideología primaria, nos encontramos sometidos. Sí, la izquierda se practica también -y recuerdo habérselo oído a Tierno- y fundamentalmente desde los despachos del consistorio. Pero, claro, hay que saber llevar el timón coordinando todos esos despachos. Y no estoy seguro de que, en este Madrid que se va a convertir en la capital mundial, ruidosa y alborotada, de la libertad sexual, probablemente también en la capital más vigilada del mundo, no haya demasiadas manos agarrando un único timón.

Sé que Carmena no piensa presentarse a la reelección en 2019, y ya hay numerosos candidatos que, desde las sombras, se preparan para la madre de todas las batallas municipales. Pero antes de irse, mucho antes, y para dejar eterna (y buena) memoria de sí, Carmena tiene que depurar su equipo de fantasmones vocingleros que han decidido encauzar nuestras vidas al margen de que a nosotros nos guste o no -que a mí no- que nos la encaucen. La izquierda es también respetar el bienestar de los vecinos ¿o no?

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Era de tránsito…¿hacia dónde?
Enviado por Fernando Jáuregui | 20/06/17
Creo que usted podrá darme la razón si afirmo que estamos en tránsito hacia alguna parte. Nuestro sistema de partidos está por completar, nuestra organización territorial, por cerrar, nuestras instituciones, por perfeccionar, nuestra Constitución, por reformar, nuestra Administración, por cambiar. Y hay sectores privilegiados-de-siempre de la sociedad que están empezando a sentir que, al fin y al cabo, puede que no fuesen tan privilegiados, y pienso, por poner apenas un ejemplo, en el mundo del futbol, tan refractario a sus contactos con Hacienda: el huracán, para bien o para mal –para bien, pienso yo—les ha llegado.

Estamos inmersos en un proceso de revisión de muchas cosas que pervivieron en nuestro pasado inmediato, desde la corrupción –vamos hacia una causa general que revise lo hasta ahora vedado a la revisión—hasta el sistema de partidos, incluyendo los conceptos de derecha e izquierda. Y, claro, añádase a todo el espectáculo de Cataluña, que tan profunda influencia va a ejercer sobre la marcha política, económica y social de toda la nación, y me refiero, claro está, a España, nación de naciones.

Escuchando, el pasado domingo, a Pedro Sánchez hablar, desde el atril del congreso del PSOE, de ‘plurinacionalidad’ fui consciente, de pronto, de lo abrupto, lo inevitable, de los cambios que vienen. No soy un forofo del sanchismo, desde luego, pero creo que debemos admitir que los planteamientos lanzados por Sánchez resultan novedosos y seguramente provocadores: yo no me atrevería a contradecir formalmente que España es un país estructuralmente, culturalmente, hasta socialmente, plural y, por qué no, plurinacional. Siempre u cuando admitamos, claro, que la soberanía de la nación única (nación de naciones, ya digo) corresponde al conjunto de los españoles. Otros conceptos me parece que están empezando a quedar superados.

Cierto que Sánchez formuló insuficientemente tanto esta idea como la de una reforma constitucional; cierto igualmente que, desde que fue elegido en los comicios internos, el nuevo/viejo secretario general no se ha molestado en ofrecer una rueda de prensa a los medios. Pero lo que le hemos oído puede resultar fecundo…si sabe articularlo dentro de los límites constitucionales, y si puede convencer a los sectores más reacios al cambio de que algo hay que modificar si queremos que la unidad de la Patria siga incólume. Diferente, pero incólume. Está por ver que su mente, instalada aún en el ‘no, no y no’, sea capaz de afrontar una verdadera ‘mesa del cambio’…que tiene que incluir hasta a quien no quiere cambiar, es decir, el PP.

Tengo para mí que este proceso de tránsito, pilotado por un hombre, Mariano Rajoy, de sentido común y sin duda patriota, pero refractario a los cambios, desembocará en importantes novedades, guste o no al inquilino de La Moncloa. Y estas novedades han de venir no del nuevo dirigente de un partido antiguo, ni de los emergentes, que no han –especialmente Podemos—encontrado aún un rumbo y ritmo adecuados. Ha de venir de todos ellos, impulsados –o, si no, expulsados—por una ciudadanía pasmada ante la velocidad de este tránsito, que parece actuar con autonomía, y al que nadie quiere poner motor ni volante, y eso es lo malo. Como las meigas, puede que el cambio no exista, pero haberlo, haylo. Y más valdría que nuestros representantes se aprestasen a afrontarlo uniendo esfuerzos. Que es exactamente lo contrario de lo que están haciendo.

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Un paseo por el 39 congreso del PSOE
Enviado por Fernando Jáuregui | 17/06/17
Uno ha asistido, creo recordar, a todos los congresos del PSOE desde aquel ‘semitolerado’ de 1976, que hacía el XXVII en la historia del partido fundado por Pablo Iglesias en 1879. Allí, en aquel congreso celebrado en un hotel de Madrid bajo fuerte vigilancia policial, pude saludar a Willy Brandt y a Olof Palme, en un ambiente de incertidumbres acerca de lo que iba a ocurrir en España tras la muerte de Franco. Desde entonces, una docena de congresos, muchos de ellos traumáticos, como el XXVIII, en mayo de 1979, en el que Felipe González propuso retirar la definición marxista del partido. Ahora, cuarenta años después, dí un paseo por el XXXIX congreso, que se clausurará este domingo con una apuesta, pretendidamente unánime, a favor de Pedro Sánchez, que regresa en aras de multitud –pero también con hoscos silencios– a la secretaría general. ¿Para qué, cómo, con qué objetivos, regresa, aupado de manera ciertamente inequívoca por la militancia ‘de base’?

En mi paseo por el palacio de congresos madrileño pude hablar con muchos viejos conocidos y con numerosas personas a las que no conocía y que se acercaban a saludarme, porque, decían, me conocían ‘de la tele’; pero casi ninguno habló abiertamente conmigo sobre la situación que se vive en el PSOE. Incluso observé recelos a la hora de acercarse a ‘pasillear’ los unos, los ‘susanistas’, con los otros, los ‘sanchistas’. Me recordó a lo que pasaba en algunos congresos pretéritos entre los‘guerristas’ y los ‘felipistas’, que mantenían ocasionales guerras a muerte. Pero el partido salió indemne, es la verdad, de situaciones de tensión máxima, como la ya citada del marxismo, o de las pugnas por la sucesión de González.

Siempre se sospechaba cuál era el horizonte político de cada una de las etapas del PSOE, ya en el Gobierno o en la oposición. Desde el congreso ganado por Zapatero frente a Bono, y tras un período de indudable declive interno, lo cierto es que daba la impresión de que el PSOE perdía sus perfiles, paralelamente a una pérdida semejante en la Internacional Socialista en general y en las formaciones europeas que se reclaman socialistas en particular. La izquierda tiene ahora connotaciones que no pasan necesariamente por la socialdemocracia tradicional, y la verdad es que la derecha capitalista ha arrebatado algunas banderas a esa izquierda ‘rosa’.

Me pareció que el lema que apela a la izquierda en este XXXIX congreso carece, por el momento, de más contenido que un guiño, creo que acertado, a las organizaciones progresistas de la sociedad civil, muchas de ellas presentes en la inauguración del congreso este sábado. Veremos si este domingo, en el mítin en el que ha derivado lo que debería ser la tradicional sesión de clausura, atisbamos por dónde pueden ir los tiros: de momento, Pedro Sánchez se ha envuelto en el silencio, al menos ante los medios de comunicación, a los que, en privado, acusa de ‘estar contra él’. Y, no menos en privado, y enmendando la plana a su portavoz parlamentario, José Luis Abalos, desde Ferraz se ha dejado saber que se apostará, de nuevo, por el fallido ‘menage a trois’ entre el PSOE, Ciudadanos y Podemos, entente, como todos menos Pedro Sánchez saben, completamente imposible.

Tengo la impresión de que lo peor que le podría ocurrir al PSOE, peor aún que una pelea pública que todos quieren evitan, sería salir descafeinado, sin un mensaje claro, de este XXXIX congreso, en el que la integración, al menos por lo que se refiere a la lista de la nueva dirección del partido, brilla por su ausencia. Puede, ojala, que el PSOE regrese a donde solía, a ser un partido fuerte con posibilidades de hacerse con el Gobierno de la nación; pero no será, me temo, ni tras la salida de este congreso ni con Pedro Sánchez al timón de la nave, a la que no se le adivina el rumbo, más allá de las proclamas mitineras que tanto enardecen a las bases.

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El PSOE al que yo quiero votar
Enviado por Fernando Jáuregui | 16/06/17
Alguna vez he confesado en público haber votado al PSOE en variadas ocasiones y períodos: como casi todos, uno va respaldando, más o menos resignadamente, lo que considera menos malo, ya que el entusiasmo, cuando se ha visto tan de cerca tanto discurrir de la cosa política, es punto menos que imposible. Y, como tantos, uno no acaba de sentirse ni de izquierdas abiertamente, ni confesadamente de derechas, ni, ya que estamos, de centro-centro: espero ofertas, comparo y compro. O voto en blanco, que también a eso ha tenido que llegar uno en su desilusión progresiva.

Llevo, llevamos, dos años casi de infarto político, en los que hemos asistido a casi toda la gama posible de dislates, egoísmos, incapacidades, que pudieran darse en el desarrollo de lo que, para entendernos, se llama política, aunque bien lejos se esté del significado más positivo del término. Cierto que ha habido momentos de lucidez, de reflexión, en los que parecía que esa llamada ‘clase política’ –a mí tampoco me gusta el término, conste—era capaz de enderezar el rumbo, pensar en el bien de la nación, y no en el del partido. Pero, en general, creo que la media aritmética ha sido más bien negativa.

Y pienso, claro, en el PSOE de Pedro Sánchez, culpable, entiendo, de muchas de las desgracias que nos han ocurrido, contando siempre, desde luego, con la eficaz concurrencia de PP, aún más con la de Podemos y, en menor medida –he de ser honesto y medir muy bien las críticas–, de Ciudadanos. Todos, incluyendo la sociedad civil, hemos sido, en cierta medida, responsables de lo que nos ha ocurrido y, sobre todo, de lo que no nos ha ocurrido. Ahora, el PSOE, que este sábado comienza su congreso federal, tiene la oportunidad de rectificar su errática trayectoria pasada, dirigida por el mismo hombre a quien la militancia decidió reelegir hace pocas semanas, y convertirse en la verdadera alternativa de Gobierno en España. O desaparecer.

Y en esas pocas semanas, lo que he visto me tranquiliza poco acerca de lo que pueda suceder en ese partido al que tantas veces voté, del que tantas veces abominé, que tan a menudo me hizo concebir esperanzas, que con tanta frecuencia me cabreó. Primero, por el silencio contumaz de Pedro Sánchez, que temo que no ha entendido el mensaje: tenía que cambiar el ‘no, no y no’ al partido que gobernaba y sigue, en parte gracias a él, gobernando; o sea, el PP. Pero Pedro no ha cambiado ese mensaje: silencio y sugerencias negativas, ha sido la tónica. Sigue, increíble pero cierto, ofreciéndose para encabezar una coalición con Podemos y Ciudadanos, partidos que, por enésima vez, le dicen que entre ellos no puede existir sino la guerra: son absolutamente incompatibles, como se vio en el reciente debate de la fracasada moción de censura contra Rajoy.

Ese engaño de urdir una gobernanza a base de un conglomerado imposible de partidos contra el PP ya no cuela: el propio grupo parlamentario socialista registraría rebeliones internas ante una propuesta de ‘Gobierno Frankenstein’, integrado por los republicanos de Cataluña, los independentistas del PDECAT, los de Bildu, los de Podemos y sus adláteres regionales y, claro, el PSOE. ¿Es que no se da cuenta Pedro Sánchez de que tal Ejecutivo sería inviable y, en el mejor de los casos, catastrófico?. Ansío ver cómo se enfoca el asunto en el congreso de este fin de semana. Lo mismo que las soluciones para una reforma constitucional, en la que algo más concreto habrán de proponer los ‘sanchistas’.

En general, debo decir, y digo, que no encuentro, en vísperas de este congreso, en teoría tan importante, una oferta programática atractiva, nueva, estructurada. Tampoco en lo referente a la unificación del partido, tan sometido hoy a tensiones, desavenencias y hasta odios internos. Los nombres que conocemos de la próxima Ejecutiva federal, con algunas excepciones, no ofrecen garantías de buen funcionamiento y de cierre de heridas, y cuánto me gustaría equivocarme. Sánchez, a quien, inopinadamente, los dioses le han concedido una oportunidad de regeneración que no todos los mortales logran de la Providencia, ha de reflexionar y temo que no tiene, ni lo busca, tiempo para ello: los aurigas vencedores en Roma acudían a recibir la corona de laurel precedidos por alguien que les gritaba “recuerda que eres mortal” .

Alguna vez me equivoqué vaticinando que Pedro Sánchez estaba muerto y él era el único que no lo sabía. Ahora, en vísperas de su congreso aparentemente triunfal, pienso que puede que al fin y al cabo no errase tanto, mirando las cosas a medio plazo.

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Toda una vida…Joooderrrr
Enviado por Fernando Jáuregui | 15/06/17

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Memorias de toda una vida, ayyyy…
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Si Mariano Rajoy cree que por haber superado una moción de censura tan chapuceramente planteada como la de Podemos ya ha logrado dar la sensación de que todo está consolidado y bien con solidado, atado y bien atado, me parece que se equivoca de medio a medio. Ya he dicho alguna vez que el martes 13 perdió la oportunidad de ser el nuevo Adolfo Suárez, inaugurando la segunda transición, que él rechaza frontalmente: me consta, porque me lo ha demostrado personalmente, que la propia expresión, ‘segunda transición’, le fastidia en su propia enumeración. Así que nada que hacer: Rajoy no será el nuevo Suárez, aunque, como no tiene por ahora quien le haga sombra, y como, todo considerado, no está tan mal lo que hace, pues ahí seguirá, taponando cambios, reformas y afanes regeneracionistas.

Lo digo hoy, cuando han pasado cuarenta años y un día desde aquellas primeras elecciones democráticas desde la República, y cuando ya estaba muerta, con Franco, la dictadura franquista. Cómo olvidar que, junto con algunos otros entonces muy jóvenes periodistas, celebramos, aquel 16 de junio de 1977, la llegada del ‘cambio’. Porque la Unión de Centro Democrático suarista, que había ganado las elecciones el día anterior, ya significaba un avance democrático sustancial con respecto al partido único, el Movimiento, y las asociaciones, nada democráticas, del franquismo. Sabíamos, aquel 16 de junio, que se inauguraba algo nuevo, muy nuevo: unas Cortes que iban a ser, de hecho aunque no nominalmente, constituyentes, y una era de libertades. Y, en general, una nueva España, faltaría más.

Algo deberíamos todos aprender de entonces. Primero, porque el partido vencedor, UCD, había sido aglutinado (desde el poder, es verdad) apenas unos meses antes, cuando también había sido legalizado el Partido Comunista de Santiago Carrillo; segundo, porque el partido que era la principal alternativa a la gobernante UCD, el histórico PSOE, se había reconvertido sustancialmente apenas dos años antes. Tercero, porque el PCE renunciaba a sus postulados ‘de máximos’, con el realismo que siempre caracterizó a Carrillo. Cuarto, porque los nacionalismos se integraban en el sistema territorial incipiente, tras la dura represión a sus aspiraciones durante cuatro décadas. Quinto, porque España se integraba, todos lo sabíamos, en unas estructuras europeas que nos habían estado vedadas porque nuestro país nada tenía que ver con las democracias de la entonces Comunidad Económica Europea. Y sexto, claro, porque el franquismo, al que Fraga quiso dar una mano de pintura, se hundió. Para siempre.

Algo iba a pasar, y lo sabíamos esos periodistas jóvenes que, a finales de junio, recorríamos los pasillos del Congreso, viendo a Dolores Ibarruri, Pasionaria, y al poeta Rafael Alberti instalados en la mesa de edad de la Cámara Baja. Algunos de mis compañeros de aquellos días inolvidables ya han muerto, y recuerdo con especial emoción a Susana Olmo, de Colpisa, entre otros. Ninguno de los diputados que entonces ocuparon los escaños está ya en activo, y yo diría que una mayoría ya han fallecido: ocuparon honrosamente su parcela de Historia. Muy pocos de los informadores que por allí andábamos estamos aún en activo, constatando que las cosas han cambiado mucho, pero no tanto como para no saber que tantas cosas deben seguir cambiando tanto.

Lástima que Mariano Rajoy, que entonces preparaba sus oposiciones a registrador de la propiedad, y que las aprobó brillantemente un año después; que Puigdemont, que, casi adolescente, comenzaba a escribir crónicas de futbol para un diario gerundense fundado por el Movimiento; que Pedro Sánchez, apenas un niño; que Albert Rivera, que no había nacido, y Pablo Iglesias, que tampoco, no perciban en toda su crudeza cuánto es de necesario un nuevo período consensuado que nos dure otros cuarenta años de tranquilidad, sosiego y prosperidad. Comprobamos todos en el pasado debate del martes 13 sobre la moción de censura contra Rajoy, presentada por Podemos, hasta qué punto las dos Españas, que hace cuatro décadas se difuminaron, han actualizado sus pinturas de guerra. Nos hacen falta, ay, Adolfo Suárez, y aquel –aquel, no este—Felipe González, y Carrillo, y Martín Villa, y Landelino Lavilla, y Miguel Herrero de Miñón, y Solé Tura, y Alfonso Guerra, y Miquel Roca, y Tarradellas, y Juan Ajuriaguerra –bueno, al menos tenemos a Urkullu–, y Marcelino Camacho, y Nicolás Redondo, y José María Cuevas y…¿sigo?

No, no me llame usted nostálgico, ni abuelo Cebolleta. Todo lo contrario: al evocar esos nombres, estoy pensando en el futuro. Un futuro que tenemos que trasladar a este presente tan cainita, tan de andar por casa, tan ramplón. Tan, cómo siento decirlo, mediocre. Fin de la nostalgia, si la hubiere.

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Ganó Rajoy, pero no convenció
Enviado por Fernando Jáuregui | 14/06/17
Era fácil de prever: Rajoy ganaría la moción de censura presentada por Podemos, frente a alguien de la escasa talla de Irene Montero –una revelación como parlamentaria, sin embargo, lo mismo que el portavoz socialista Abalos—y frente al a veces histriónico Pablo Iglesias, en el debate parlamentario que pretendía, y no logró, derrocar al presidente del Gobierno. No tenía rivales, aunque forzoso es reconocer que Pablo Iglesias tascó freno –excepto frente a Albert Rivera–, moderó impulsos, dulcificó algo –algo—el tono y dio un paso adelante hacia convertirse en la alternativa remota al PP. A expensas, y haciendo esta salvedad, claro está, de que habrá que esperar y ver si el PSOE sale de su congreso de este fin de semana reforzado con un programa de gobierno creíble, más o menos unificado y con un Pedro Sánchez alejado de sus viejas formas y recetas del ‘no, no y no’.

Así que Rajoy ganó un segundo ‘round’, tras sacar adelante el primero, en un esfuerzo negociador muy notable. Me refiero, claro, a los Presupuestos para 2017. El sector conservador está casi consolidado para toda la Legislatura, porque ahora de lo que se trata es de ver cómo se configura la opción de la izquierda y hasta qué punto Ciudadanos será o no un aliado fiable, pero crítico, para el PP. Así que lo que le queda a Mariano Rajoy, que ya digo, venció en el debate, pero no entusiasmó, es ganar otros ‘rounds’ para superar definitivamente el combate que habrá de librar en las urnas, si es que concurre a ellas –que yo creo que no lo hará–, allá por finales de 2019.

El siguiente ‘round’ será la comparecencia de Rajoy, como testigo, ante el juez del ‘caso Gürtel’ a finales del mes próximo. ¿Sacará pecho el presidente, en lugar de esconderse? Saliendo al combate, incluso frente a alguien que en teoría aparecía como inicialmente tan frágil como Irene Montero, en el debate parlamentario, creo que acertó plenamente: venció a sus oponentes en el atril, porque es mejor parlamentario y conoce mejor, faltaría más, los datos. El plasma a Rajoy no le viene bien, contra lo que él parece creer. Y ante el juez siempre puede alegar –aunque en el PP lo hacen, vaya usted a saber por qué, insuficientemente– que ahora se ha cortado la corrupción política, que, bien es verdad, antaño floreció tanto en las sedes ‘populares’.

Y, por fin, el cuarto ‘round’: el debate sobre los Presupuesto para 2018, que tendrá lugar en el Parlamento este otoño. Yo creo que Rajoy lo tiene atado y bien atado con los mismos escaños logrados para los PGE’2017. Ello le garantiza una Legislatura relativamente tranquila, aunque ya veremos, que en España lo previsible es siempre lo imprevisto.

El problema es que hay un combate paralelo. Sin reglas. Y se desarrolla en la plaza de Sant Jaume, donde el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya tiene su sede. Y ese es un combate a un asalto único, que forzosamente Rajoy tendrá que ganar antes del mes de octubre. O sea, que este verano no podrá sestear ni en los caminos de piedra y agua pontevedreses ni en las finas arenas de Doñana: algo tendrá que hacer, aparte de advertir a los independentistas con la aplicación de la ley, que es un sonsonete que ya no basta.

Forzoso me es reconocer que Rajoy le está echando sentido común y calma a la carrera de obstáculos en que se ha convertido su mandato. Le respetan en Europa y en Iberoamérica y los casos de corrupción pretéritos, pero que hoy están en los tribunales, no parecen haberle hecho todo el daño que él mismo se temía. Sin embargo, me parece que pedir a Rajoy que sea un gran estadista sería algo poco realista: no lo es, ni, me parece, lo pretende. Ni es un reformista nato, porque sigue convencido de que lo que va bien no hay que cambiarlo; ese es su talón de Aquiles, mucho más que el de andar huyendo de ‘los líos’. Y, sin embargo, ya ve usted, sigue ganando los debates parlamentarios, seguramente porque los otros contrincantes son bastante peores.

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No, no eran Pasionaria, Ni Suárez, ni Felipe…
Enviado por Fernando Jáuregui | 13/06/17


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((Pasionaria, en sus años buenos, con Carrillo y otros dirigentes del PCE))
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Salió Irene Montero, que allí está por lo que está, a demostrar que era capaz de sostenerse dos horas en el atril del hemiciclo sin tumbar de aburrimiento a Sus Señorías. Creo que lo logró. Pero, claro, vencer a un dinosaurio como Mariano Rajoy, con más experiencia, más coña gallega y más información –fíjese usted que no hablo de si tiene o no más razón–, era un imposible. Montero no es esa Pasionaria a la que uno alcanzó a conocer hace cuarenta años, sentada en la Mesa de edad del Congreso salido de las primeras elecciones democráticas. Claro que Pablo Iglesias no es aquel –ojo, aquel, no este– Felipe González de hace cuatro décadas. Ni, desde luego, Rajoy, con toda su veteranía, es Adolfo Suárez. Así que de expectativas de auténtico cambio, de regeneración, de ideas nuevas, ni hablamos.

Debo reconocer que me sorprendió la fogosidad, algo de asamblea de Facultad aún, de Irene Montero. Se hará una buena parlamentaria: llevaba la lección estudiada, aunque quizá no del todo aprendida. Ni aprehendida. No se puede saber de todo en apenas un año. También confieso que me impresionó favorablemente que Rajoy saliese, en persona y en carne mortal, a responder a quienes lo censuraban. Me consta que hubo quienes, desde las filas ‘populares’, le aconsejaron extremarse en el desdén y no salir al atril sino, acaso, hasta el final, un Rajoy bostezante y altivo, lejano. No fue así: se fajó porque tenía con qué hacerlo, y dejó a la cuasi neófita Montero en un nivel inferior, aunque no tan destrozada como él hubiese, claro está, querido.

Salió Iglesias, el candidato alternativo, a insistir en la visión de la España negra frente a la rosa que mostraba Rajoy: un clásico en los debates sobre el estado de la nación, que es lo que casi fue esta sesión parlamentaria, al menos en sus primeras horas. Es lo malo: que siempre se presenta la España tenebrosa frente a la luminosa. Y no: en España hay Anglada Camarasa y Sorolla, pero también Zurbarán o los pintores de las brumas gallegas. Y los de la generación de El Paso, y Dalí, y Picasso, y… Muchas tonalidades diferentes, contrapuestas, complementarias.

Propuso Iglesias medidas “regeneradoras” (o regeneracionistas, aventuraría yo) que no lograron impactar en las retinas ni en los cerebros de los telespectadores, al parecer. No, Iglesias no convence con sus propuestas de cambio ni siquiera, me parece, a los cinco millones que le han votado. Montero, con su pintura desgarrada de una España difícil de reconocer, menos aún. Esta no es la España de Montero. Ni, ya que estamos, la de Montoro. Ni, déjeme jugar con las palabras, la de las mentiras. No convencen ni la pareja ni Rajoy con sus muy diferentes, sesgadas, versiones de cómo anda este país nuestro. Pero nunca se encontrarán unos y otros en el camino: hace falta una tercera España que reconozca lo bueno y trate de arreglar lo malo. Y Rajoy se queja de que le hayan puesto una moción de censura cuando la Legislatura no tiene más que siete meses, olvidado que Adolfo Suárez, en apenas once meses, dió la vuelta al Estado como un calcetín. El, ni en once meses, ni en cinco años, sería capaz de tanto arrojo como el del sucesor de Carlos Arias Navarro.

Y no, Pablo Iglesias Turrión no es el auténtico revolucionario Pablo Iglesias Posse, a quien los volatines de su homónimo seguramente le están haciendo revolverse en su tumba. Montero, ya digo, no es Dolores Ibarruri, ni Rajoy es, contra lo que sugirió Pablo Iglesias (T) en su absurda lección de historia durante su intervención inicial, Cánovas. Ni el propio Iglesias (T) es, insisto, ni Iglesias (P) ni siquiera su admirado Tsipras, que al final tanto realismo está mostrando ante la situación que vive su país.

Ni España es hoy –hoy—el país corrupto que pintan los de Podemos ni la nación de trinos y flores que el flemático Rajoy sugiere. Aunque, si le digo a usted la verdad, entre la pintura morada de Podemos y la azul del cielo con gaviotas, casi me quedo con esta última: este país, con todas sus lacerantes e indignantes desigualdades, con su tradición de corruptelas, funciona, como constatan todos los españoles que viajan. Lo que pasa es que Rajoy tiende a desaprovechar todas las oportunidades que se le dan –y esta era una, malgré Iglesias (T)—de mostrarse como un estadista: se pierde por una ironía, que no es difícil cuando te bates con Montero. O cuando tienes a Montoro en tus filas. O a Iglesias (T) enfrente.

Así que, hasta donde me alcanzan los tiempos de esta crónica, todo se nos fue en griterío, mientras el aburrimiento, cuando el secretario general de Podemos empezaba a desgranar su programa imposiblemente alternativo, iba ‘in crescendo’. Para eso, mejor no haber planteado aquí y ahora esa moción de censura. Para eso, para demostrar que eres capaz, tú y tu portavoz parlamentaria, de estar hablando más de tres horas y media, copando la mañana en la Cámara Baja, mejor haber esperado a mejor ocasión. No han aportado nada, ni la pareja ni el solitario de La Moncloa, a la mejora de España. Ni a la resolución de graves problemas, de los que se habló menos que de otras naderías, y me refiero a Cataluña, por ejemplo. Dos Españas necesitando una tercera…No, así no vamos demasiado bien. …Pero ¿dónde está nuestro Macron, dónde?

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