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DISTRAIGASE CON SU CODO

DISTRAIGASE CON SU CODO

Por Rosalinda Alfau Ascuasiati

Mirarse el codo resulta una distracción incomparable, de fácil alcance. Algunos preferirán ir al cine, mirar televisión, jugar tenis (cada quien propondrá su lista), pero mirarse la articulación del antebrazo y el brazo, constituye una diversión practicable en cualquier momento, circunstancia o lugar. Sea día de sol, sea día de lluvia, de pie o sentado, en su casa, en otro lugar, -en la calle atraerá la atención- puede entretenerse con solo convertir al codo en punto de mira. Habitualmente suele ser punto de apoyo, o instrumento útil para acaso asestar codazos. Y si su uso inhabitual como centro de recreación puede asombrarle, tenga en cuenta que el más sorprendido será el codo mismo.

De todas maneras, empecemos.

Si ya se sentó (o está de pie, pero listo), adose el antebrazo a su brazo, de manera que su mano repose sobre su hombro. Incline la cabeza hacia adelante para mirar el codo. Su cuello se ha enrollado. El antebrazo contra el brazo muestra la forma de una pera (o de un boliche), cuya cúspide se esconde bajo su barbilla, y allá, en la base de esta pera (o del boliche), verá la silueta de la aludida articulación. Para que su vista consiga tenerla de frente, enrolle su cuello algo más; mientras lo hace, el alto de su espalda se estirará. Levante bien antebrazo y brazo, y tendrá buena visión del panorama. Por cierto, su antebrazo tomará más y más la forma de pera (o de boliche). Pero, en cuanto al codo, tampoco así lo verá de faz, sino siempre de perfil.
No lograr mirarse el codo resulta un Waterloo sin importancia. Sin embargo, ¿por qué desanimarse tan fácilmente? Desistir "por quítame esta paja", cuando se está ya sentado en su casa, o parado en otro sitio, un día de sol o de lluvia, en todo caso, decidido a efectuar el hecho tan extravagante de mirar cara a cara el ángulo de su brazo y su antebrazo —francamente, no luce bien.
Que no se diga luego que no se le buscó la vuelta.

Así pues, despegue el antebrazo de su brazo hasta que ambos formen una línea recta delante de Ud., paralela al piso, y aplíquele a ésta una vuelta de 180°, hacia abajo o hacia arriba, como guste, en dirección de la espalda. ¿Ya está? Ahora voltee la cabeza hacia allá.

En el extremo de su antebrazo, verá la mano inactiva, y divisará el codo; lo distinguirá apenas. ¿Cómo lo ve? Engurruñado, ¿verdad? No es extraño.

_Perdone, Señor Codo —puede decirle.

Voltee su cabeza hacia delante, descanse su brazo y su antebrazo, y deje al susodicho tranquilo. Si lo desea, poco después u otro día, empiece de nuevo desde el principio. Tal vez logre que abandone su cara de pocos amigos. Por el momento estará extrañado. Acostumbrar a un codo a que lo miren, sin duda, necesita tiempo.
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