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El chantaje

El chantaje

Por Beatriz de Majo
miércoles 05 de junio de 2013, 10:16h
Lo mejor que puede pasarle a Colombia es mantener a Venezuela a distancia de sus gestiones de pacificación con las FARC. Álvaro Uribe lo entendió en su momento y el sagaz Juan Manuel Santos lo va a entender, pero a fuerza de recibir golpes.

El "mandado" lo hizo completo Hugo Chávez cuando él sí se convirtió en una pieza instrumental para que las conversaciones de paz se desarrollaran en La Habana, algo que a la insurgencia de las FARC no le inspiraba sino reticencia. El "comandante eterno" logró juntar los dos extremos de la cuerda: el gobierno de los Castro que aspiraba desesperadamente a reconocimiento internacional y el gobierno de los terroristas que estaba agotado por los ataques militares y deseosos de pasar a otra etapa más humana para ellos. La isla cubana no era de su agrado ya que no encontraban el ambiente de seguridad que requerían para salir de las selvas de Colombia. Hasta allí fue útil la participación de Venezuela como facilitador y convencer a las FARC le valió el agradecimiento infinito de su mejor amigo, el Presidente de Colombia. ¿Se imaginaría el cachaco mandatario el costo que ello tendría a la larga para su país? Hoy, en medio de la trifulca que han armado solitos los revolucionarios por la "osadía" del presidente neogranadino de recibir al opositor Capriles, han tenido la idea genial de chantajear a Juan Manuel Santos con la aterrorizante amenaza de sustraerse del proceso de paz, como que sin la presencia de Venezuela el diálogo de La Habana fuera a colapsar como un castillo de naipes.

Menudo desparpajo y tamaña ignorancia la de nuestros gobernantes de no percatarse de que Venezuela puede desaparecerse y los dialogantes de la paz ni cuenta se darán de que Chaderton tomó las de Villadiego.

El otro chantaje es el del comercio bilateral. Creer que Colombia no puede sobrevivir sin las compras venezolanas denota una ignorancia supina sobre la inteligente manera en que los vecinos, desde que Venezuela detuvo sus importaciones de más allá del Arauca, han armado un tinglado de relaciones externas dentro de las cuales las importaciones venezolanas agregan alguito, pero no son determinantes hoy. Somos nosotros, venezolanos, en realidad, quienes vamos a sudar la gota gorda tratando de proveer los anaqueles de los abastos y supermercados con productos caros de Argentina, Bolivia, Nicaragua, Uruguay, Siria, Irán, o de Estados Unidos, siendo que los suplidores colombianos, a más de baratos, son veloces y conocedores de los intríngulis de la distribución en este difícil y maula mercado venezolano y son de los poquísimos que aún están dispuestos a vendernos fiado.

Torpeza por todos lados es lo que hemos visto en estos últimos tres días de impasse colombo-venezolano. Un manejo diplomático desastroso, unas pasiones desmedidas y un lenguaje propio de gente de baja ralea.

Cuesta tanto armar buenas relaciones, que uno no puede menos que deplorar este pisoteo deliberado de una binacionalidad que sólo puede y nos ha traído cosas buenas. Como en todo, algo se entresaca de positivo de este triste episodio y es que la revolución ha mostrado al mundo su cara menos bonita, la real: la que criminaliza la disidencia, la que irrespeta al vecino, la que miente sobre un gobierno amigo, la que inventa atentados inexistentes, la que destroza al adversario, la del inmoral chantaje....

Estoy por creer que Juan Manuel Santos es bastante más zamarro de lo que le atribuimos y tenía claro que, recibiendo a Henrique Capriles en el Palacio de Nariño, calladamente y sin estridencias, destaparía ante el todo el vecindario latinoamericano, el verdadero tenor de la revolución que nos gobierna.
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