La temprana derrota de la tenista Naomi Osaka, emblema de los Juegos de Tokio, la encargada de prender el sagrado pebetero, y la retirada súbita de la gimnasta Simone Biles en plena final por equipos y -un día después- su renuncia a la final individual, reavivó el debate sobre la presión fatal que experimenta cualquier deportista, pero especialmente los grandes mitos, cuando se enfrentan a unos Juegos Olímpicos.