Hay setas que parasitan algas y organismos acuáticos –vertebrados o invertebrados– y otras que los cazan. Se conocen cientos de especies depredadoras. Por ejemplo, el hongo Zoophagus tentaculum, que se alimenta de rotíferos, seres microscópicos que viven en el agua.
El comestible Pleurotus ostreatus, también conocido como champiñón ostra, inmoviliza y mata a pequeños gusanos nematodos mediante toxinas, para luego hacer crecer sus filamentos o hifas y alimentarse de ellos. Varias especies del género Arthrobotrys también los cazan, pero en su caso producen unos sacos de esporas o conidióforos envueltos en anillos contráctiles que utilizan como trampa.
Estos hongos del género Pleurotus se encuentran entre los hongos comestibles más preciados recolectados en la naturaleza por los micófagos humanos. Estos crecen en los troncos de árboles moribundos y muertos y rompen la madera. La madera contiene mucha celulosa y lignina, pero poco nitrógeno, por lo que estos astutos hongos exudan señuelos químicos para atraer a sus presas microscópicas de nematodos.
La fabricación de estos elementos supone un gran gasto de energía, por lo que lo hacen solo cuando están realmente hambrientos y saben que su presa está cerca. Como no tienen órganos sensitivos, localizan el alimento mediante señales químicas. Cuando los gusanos se arrastran hacia las hifas de los hongos (filamentos filiformes que constituyen la mayor parte de la masa del hongo), el hongo libera toxinas de las puntas de glándulas diminutas con forma de cerilla que paralizan a los gusanos. Luego, el hongo envía hifas digestivas por la boca de la víctima. Penetran por todo el cuerpo y digieren lentamente el gusano indefenso desde el interior mientras aún está vivo.
La lucha por la supervivencia ha llevado a la evolución de estrategias muy creativas para obtener alimento, como el caso de hongos que adoptan este estilo de vida carnívoro. Si bien los hongos generalmente se alimentan de materia orgánica en descomposición, a veces, como vemos, no es suficiente.