El
pueblo dominicano accedió a la democracia con tropiezos y luchas que cobraron
muchas vidas. A raíz de estas luchas la inmensa mayoría del pueblo dominicano
se ha aferrado a esta gran conquista. Sin embargo, muchos se hacen gárgaras con
el concepto de democracia sin entender el tramado y sus implicaciones reales,
sin que se haya asentado una verdadera cultura democrática, cultura que solo
crece con el pan de la educación, por ósmosis y a través del reclamo permanente
de que la democracia se haga efectiva.
Sin
esa levadura, sin creación de ciudadanía, la democracia tarde o temprano se
vuelve contra sí misma, se convierte en demagogia y acaba por desembocar
en una suerte de dictadura.
El
irrespeto de la ley impide que la institucionalidad democrática funcione a
cabalidad. Por ejemplo, cuando una fiscal declara que existe en el país un
absoluto clima de impunidad para la corrupción. Desde el momento que las
grandes mayorías captan que las leyes no garantizan la justicia, sino que
muchas de ellas favorecen a determinadas minorías, que detrás de las
bambalinas se enriquece a los gobernantes o a los privilegiados, se crean
sospechas hacia las leyes y un descrédito que permite transgredirlas con
mucha facilidad.
Por
ósmosis, estamos "creando salvajismo" como lo titulaba un matutino: matar en la
cama de un hospital, atacar a pedradas un fiscal anti-ruido en San Luis, son
actos eminentemente condenables. Sin embargo, lo son igualmente las
innumerables ejecuciones extrajudiciales contra supuestos delincuentes y
sicarios, apoyadas por una parte de la población y sufridas por otra,
perpetradas desde el Estado. Con la diferencia que en una democracia el Estado
es garante de las libertades individuales y de los derechos humanos. En la
democracia dominicana eso no sucede y, por el contrario, se deja impune
a los atracadores del erario público.
No
se puede hablar de democracia cuando el escaso desarrollo escolar y social
impide a los jóvenes cumplir con los requerimientos necesarios para realizar
las tareas más sencillas y que no pueden acceder a un consumismo erigido
en dios, al cual se accede de la manera más rápida endorsando el traje de un
político arriesgando mucho menos en su quehacer que un traficante.
Cuando
se gobierna con demagogia como lo ha hecho la gran mayoría de nuestros
gobernantes de la era democrática se llega a incongruencias como la de
reivindicar un aumento de salario generalizado desde el mismo Estado. ¿Acaso no
es el Estado, el mayor empleador del país quien, con su nómina abultada,
mantiene una multitud de servidores que ganan 5,400 pesos mensuales después de
más de 10 años de servicios y que les da por otro lado a muchos del ellos la
bendición de acceder a los beneficios de la tarjeta Solidaridad, alimentando
aún más el asistencialismo y clientelismo que estrangulan la democracia? Se les
quita de una mano el derecho a un salario mínimo decente y se les da en la otra
un subsidio que ata y no dignifica la persona.
Que más fragilidad democrática que
lo sucedido con Loma Miranda. Nuestros legisladores del PLD que se
supone han, durante dos años, ponderado y estudiado a cabalidad con comisiones
e informes sustentados, los pormenores de la propuesta, paren finalmente
una ley aprobada casi a unanimidad y se ven vetados por el presidente que
les acusa prácticamente de analfabetismo legislativo.
Por demás, asistimos a un curioso
modo de gobernar, a una mezcla de apuestas, orientadas por un cierto
laissez-faire, con la meta consciente o inconsciente de aparecer al final de la
jornada como el hombre providencial. Se está así a favor del humanismo en el
debate sobre la nacionalidad, y no se está ni por el capitalismo salvaje
ni por el ambientalismo fundamentalista en el caso de Loma Miranda.... Se es así el
hombre de la situación, el hombre providencial que da la salida a un
desequilibrio hábilmente preparado. ¿Qué les parece?