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Cornelius Castoriadis

Por Antonio Sánchez Hernández
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viernes 01 de diciembre de 2017, 22:38h

“La política tal como la concebimos todavía es una actividad para seres mediocres. Presupone dos capacidades que no tienen ninguna relación intrínseca. La primera capacidad es llegar al poder. Si uno no accede al poder, se pueden tener las mejores ideas del mundo, y ello no sirve para nada. Lo que implica que la primera capacidad de la política es un arte para acceder al poder. La segunda capacidad es saber gobernar una vez se accede al poder. Pero nada garantiza que alguien que sepa gobernar acceda al poder. Tampoco lo contrario: que alguien que no sepa gobernar no acceda al poder. Hasta ahora el poder es pues una lotería que nos impone la mercadotecnia a los ciudadanos comunes y corrientes de todo el planeta”.

Cornelius Castoriadis, ese griego disidente esencial, decía poco antes de morir el 26 de diciembre de 1997, que las instituciones políticas actuales, de todo el mundo, no solo en R.D., rechazan, alejan y disuaden de manera premeditada a los ciudadanos para que no participen en la solución de sus propios problemas. La mejor educación política, según Castoriadis, es la participación activa, lo que implica una transformación de las instituciones en dirección a la inclusión de los ciudadanos, a su integración a metas de desarrollo. Fíjense que las instituciones del Estado ya no son respetadas, ni por el partido en el Poder, ni por buena parte de la oposición. Se parte pues del supuesto que las instituciones son democráticas y certeras, ajenas al discurso político ético del gobierno, a pesar de la corrupción y la impunidad que los arropa todos los días del año, en todas partes. La corrupción y la impunidad forman parte de las instituciones.

Dice Cornelius Castoriadis, que de acuerdo a una encuesta, refiriéndose a los diputados europeos, que el 60% de estos no entienden y reconocen que no entienden, casi nada sobre economía. Por ello, en esta época de pensamientos pobres, cuando la pobreza es moda mundial y la globalización su contexto, vivimos en un mundo donde reinan y gobiernan en Europa, la insignificancia y los insignificantes. "Tomemos la querella entre la derecha y la izquierda. Esta querella ha perdido todo su significado en el ámbito mundial. Los responsables políticos son impotentes. La única cosa que pueden hacer es seguir la corriente. Ya no son más que politiqueros. Personas que cazan votos sin importar los medios. No tienen programas. Su único objetivo es mantenerse en el poder o volver al poder, reelegirse, y para ello son capaces de todo". O esta belleza: "Existe una unidad intrínseca entre esta especie de nulidad de la política, entre este devenir nulo de la política y la insignificancia en todos los órdenes: en las artes, en la economía, la filosofía y la literatura. Es el espíritu de los tiempos. Todo conspira a extender la insignificancia de los grupos partidarios a las propias instituciones.

Estamos hablando nada menos que de la Europa culta y civilizada. Pero veamos un poco la situación dominicana: cuando Juan Bosch disertaba sobre un tema de Estado, era diferente a cuando Leonel Fernández lo hace o lo hace el propio Comité político del P.L.D. Juan Bosch se dirigía a los ciudadanos y todo el pueblo lo escuchaba por la radio nacional y lo comentaba positivamente: era un punto de cercanía, servir al partido para servir al pueblo. El pueblo era parte activa de la ecuación. En cambio cuando lo hace ahora el comité político, da la impresión que es hecho distante, que a nadie le importa lo que dice, ni lo que piensa, de que nadie lo escucha. Solo a una parte de los militantes les preocupa y basta. El comité político es un organismo sin aceptación de las masas populares, mediocre. Sin carisma popular.

Cornelius Castoriadis se pregunta ¿Que es un ciudadano? Es ciudadano alguien que es capaz de gobernar y ser gobernado de forma simultánea. Por lo tanto, según él, todo el mundo es capaz de gobernar de manera institucional. "La política nos recuerda Castoriadis, no solo es un arte, un asunto de especialistas, de brujos modernos, sino de participación ciudadana de manera institucional y consciente. Hay millones de personas, de ciudadanos, con capacidad para gobernar y servir de manera directa. Pero resulta que toda la vida política trata precisamente de alejarlo, de convencerlo, de disuadirlo de que existen expertos a los cuales se pueden confiar los problemas públicos. ¿Quiénes son esos expertos? Claro está, que ellos son los militantes de los partidos, y sus asesores, los comités políticos. Ellos resolverían los problemas de la sociedad. Y han tenido la oportunidad de demostrarlo en todo el mundo: se ha creado la democracia de partidos en el ámbito mundial hace 200 años. Los ciudadanos desde entonces se han habituado, por su parte, a seguir ó a votar por las opciones de los militantes partidarios predestinados de los partidos. Y por experiencias sucesivas, en todos los países del mundo, como los ciudadanos también ejercen todo tipo de responsabilidades laborales, diversas, el resultado es que estos ciudadanos creen cada vez menos en los partidos políticos y terminan desengañados y en un manto de cinismo, y ven como los políticos se corrompen. Un círculo vicioso.

Así los círculos partidarios gobiernan el mundo hace 200 años pero no representan a nadie, más que a ellos mismos. Ya es un círculo vicioso. Los partidos, los pseudoespecialistas son cada vez menos y toman la palabra de los ciudadanos: " Yo estoy en política, nos dicen, porque los ciudadanos no participan en ella". Y los ciudadanos responden: " no vale la pena mezclarse. De todas formas el poder político ahora no cambia nada en la vida real de los ciudadanos. Ello ha conducido a la disolución de las grandes ideologías políticas, sean revolucionarias, de liberación o reformistas conservadoras. ¿De qué es que nos ha liberado el P.L.D. en veinte años? Hasta ahora de nada. No han resuelto después de 20 años nada sustantivo, ningún problema nacional, salvo el turismo. Le faltan hombres del calibre y de la estatura de Juan Bosch, porque este señor parece que le quedó grande al resto del P.L.D., y a su comité político, y estos últimos han perdido su gracia, su carisma, su brújula. Carecen de competencia política y se transaron por algo muy práctico: amasar fortunas. Sin gente idealista como Juan Bosch, el P.L.D actual no se parece en nada al P.L.D. de hace dos décadas. Es ahora un partido conservador. Y lo peor es que han dejado de estudiar y cerrado sus círculos de estudios. Llegaron al poder y cerraron su propia escuela. Es decir, su antigua y hermosa esencia. Solo les queda la riqueza y el bienestar material. Son amasadores de fortunas y basta: sin carisma y con dinero.

Dice Castoriadis: “En las sociedades modernas, después de las revoluciones americana (1776), francesa (1789), rusa (1917), hasta la segunda guerra mundial (1945), existía un conflicto social y político vivo. Las personas manifestaban por las causas políticas. Los obreros hacían huelgas, los asalariados luchaban por sus intereses. Los empresarios por una mayor productividad de sus empresas. Estas luchas marcaron los dos últimos siglos. Ahora, en el siglo XX1 en cambio se observa un enorme desencanto, la política es una actividad ajena, dirigida por burocracias pseudoespecializadas e incompetentes, que arropa a todo el mundo globalizado, fenómeno reforzado por la disolución de las grandes ideologías, sean revolucionarias o reformistas". En cambio, esta actual vida política mundial tan unilateral, es bastante aburrida y muy monótona: violenta. Manejados por los bancos y el narco, el mundo actual carece de metas: lo prueba el retroceso de la población mundial más desprotegida, en los cinco continentes, y el crecimiento de la pobreza mundial en todos ellos, tanto en países ricos como pobres, en las últimas dos décadas. El mundo actual no tiene planes efectivos para los países más pobres o medios: la mayoría mundial. Es prepotente y hedonista como corolario y está cansado de luchar. Y nada más. Nos gustaba más Mayo de 1968, en el París hoy decadente. No la guerra nuclear que se incuba ahora en un mundo cada vez más capitalista que nunca y más loco, para solucionar los problemas de la globalización, por vía militar. Y perdone usted nuevamente. Es un mundo loco: una guerra nuclear destruiría la vida humana y el medio ambiente natural, en todo el planeta tierra, en una semana, máximo en un mes. Desaparecerían además todas las grandes ciudades del mundo desarrollado, su gran atractivo. Y viviríamos entonces en el planeta, dentro de un manto de radioactividad, imposible de respirar por los siglos de los siglos.
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