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Democracia de palabra

Por Antonio Sánchez Hernández
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jueves 20 de julio de 2017, 02:11h

Aunque vengamos de un pasado republicano que es la historia del caudillismo de militares y de civiles, para buscar democracia de hecho, no de palabra, el Poder es todavía distinto para el que lo ejerce, para el que lo sufre y para el que lo contempla, un juego de ilusión y de picardía entre el primer mandatario y los que obedecen, un pacto tácito en virtud del cual los que obedecen se dejan dominar para aprovecharse y los que gobiernan aseguran más su territorio, sin ceder un sólo palmo para terminar inexorablemente multimillonarios.

No se es caudillo por voluntad sino porque el país no tiene instituciones que permitan otra manera de actuar: el hombre es él y sus circunstancias. Ni España creó, durante siglos, instituciones que fueran respetadas por el tiempo, salvo excepciones muy preclaras, ni el Estado republicano ha creado clases sociales intrépidas debido al poco libre ejercicio del mercado. Vale entonces decir, que al crearse el Estado Dominicano, los principales personajes de nuestra historia no podía ser los empresarios y los obreros, anverso y reverso de la misma moneda, ni tampoco los terratenientes y los campesinos, sino más bien el capital extranjero y el Estado, historia real del siglo XIX y XX.

Correspondieron a estas dos últimas fuerzas, en un largo y doloroso parto republicano, la creación de las clases sociales actuales. Desde un comienzo, el Estado ha debido ser administrador y empresario al mismo tiempo, en medio de una grave desintegración social y de la nación, por lo que su ascendiente sobre la sociedad civil ha sido determinante. Habiendo nacido en una sociedad sin burguesía, debió continuar la herencia del período colonial: ser altamente centralizado en uno de los Poderes: el Poder Ejecutivo. Al no contar con sectores económicos empresariales, capaces de acumular capitales, debió utilizar mecanismos de incentivos y de recaudaciones fiscales para generarlos o buscar empréstitos en el extranjero, al mismo tiempo que debió contener una división social que sólo de l844 a l9l6, había producido 56 cambios de gobiernos, uno cada l3 meses, y centenares de montoneras que no progresaron lo suficiente. A falta de una administración nacida de la libre competencia, que fue el ideario de Duarte, ha debido ser agente de un modelo cultural en discordia de sus componentes, donde se ha proclamado el soberano que regula los intercambios políticos y simultáneamente el administrador hegemónico del tesoro. Como instrumento regulador de la sociedad, como norma de orden público, sigue siendo sagrado pero desobedecido por todos, aunque tenga el mérito de haber procreado las clases sociales, fomentando desde su escasez de recursos, una abultada pequeña propiedad, que genera una gran cantidad del PBI, de empleos, de ingresos y parte de las divisas. Como pionero de las clases sociales, el Estado se ha convertido a su vez en el bastión de mayor fuerza económica, y sin leyes que se cumplan, en el principal foco de corrupción de la nación.

Cada quién escribe para recobrar una inocencia perdida, llámese o no gobierno de niño o ciudad del niño. Los jóvenes de ahora, los que son estudiantes universitarios, y también los que no lo son, quieren un gobierno que hable francamente, sin rebuznos ni demagogias, que sea comprendido no por un grupito de delicados, sino por los millones de dominicanos, los que hacen las marchas verdes, los más simples, los más humildes, que hable sin sombras y sin velos, de manera clara y firme, y de ser necesario machacona, pesada, donde ni una palabra se pierda y el verbo sea acción. Por ello esa juventud quiere abundancia energética, educación exquisita que cree todo tipo de destrezas (laborales, artísticas, musicales, idiomáticas y deportivas), un plan de reforestación, bien tramado, bien orquestado, una inflación baja que sirva de soporte a una justa distribución del ingreso, una agropecuaria pujante, exportadora, una salud pública que llegue a ellos con calidad, una separación de los Poderes del Estado que permita reglas de juegos claras para el que trabaja y para el que delinca.

Venimos del caudillismo, lo sabemos. Es hora que los caudillos principales se sienten en una mesa, conversen sobre nuestra historia y dado que son los que tienen más peso en la sociedad, le señalen a los herederos políticos, a sus partidos, hoy minorías, como será que la Sociedad dominicana se desarrollará en los próximos 20 años. Se lo íbamos a agradecer en el alma, tanto los que votan cada cuatro años, como los que nos quedamos mirando por la ventana los arcoiris del cielo, ese 42% de las pasadas elecciones, el partido mayoritario, el de los sin partido, esos que hoy forman exitósamente las marchas verdes contra la corrupción y la impunidad y que desean pasar de la democracia de palabra a la democracia de hecho.

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