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Por un real desarrollo

Por Néstor Estévez
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jueves 08 de septiembre de 2022, 07:34h

¿Quién no quisiera mejorar su situación? Podría decirse que la pregunta sobra. Se trata de una aspiración casi natural de todo ser humano.



Tan común resulta que ha sido necesario, como medio para evitar desenfreno, aplicar ciertas reglas que nos permitan entendernos y coexistir sin que “perdamos los estribos” con tanto afán por mejorar. Esa generalizada aspiración humana, además de movernos hacia estadios superiores, ha servido como palanca para que el liderazgo inspire, articule y motorice la evolución de muchas sociedades.

Como nota ilustrativa, me animo a citar lo ocurrido a propósito del inicio de un asfaltado que había sido esperado desde mediados del siglo pasado en la Línea Noroeste: el de la carretera Sabaneta – Martín García, que une a las provincias Santiago Rodríguez y Montecristi.

Han sido tan diversas como elocuentes las expresiones de quienes se resisten a creer que tan vieja aspiración se esté convirtiendo en realidad. Para mucha gente podrá parecer exagerado que una simple aplicación de asfalto sea motivo de tanta algarabía. Pero no lo es para quien lleva décadas “tragando polvo y lodo”, según falte o abunde la lluvia.

Pero también hay situaciones más extremas: hay quienes podrían asombrarse de que en muchos hogares no se cuente con piso de cemento o agua corriente, y ni pensar en que también sea potable, para realizar todo lo que implica uso del vital líquido en donde quiera que haya seres humanos.

Al otro lado de esa realidad, reparo en algo que escuchaba recientemente en una radio de uno de los países del denominado primer mundo. Trataban un tema muy actual y de gran importancia, a lo que ha de sumarse que también era de alta prioridad: la necesidad de elaborar normas para el buen funcionamiento de los taxis aéreos.

Ante uno y otro extremo es como para preguntarse: pero ¿y es de verdad? Y la respuesta ha de ser: sí, es de verdad. Así opera esa aspiración a mejorar. Así opera eso que a alguien se le ocurrió llamar “desarrollo”.

Así opera eso de lo que algunos tratadistas ubican cuatro corrientes fundamentales: una referida al estudio evolutivo; otra, a las necesidades humanas; una tercera se coloca por encima de las organizaciones, las estadísticas y los datos de la calidad de vida de las personas a las cuales se refiere, y una cuarta considera al desarrollo como algo más integral, ya que “incluye el estudio de condiciones individuales, las sociales y políticas”.

De ahí es sencillo deducir que el desarrollo no se corresponde con ciertas actuaciones mesiánicas que hasta llegan a disfrazarse de caridad. Tampoco es asunto de los tristemente famosos expertos que se pavonean ante quienes asumen como brutos y atrasados. Y por supuesto, tampoco es asunto de las buenas intenciones que pueda tener alguna persona u organización de cara a “mejorar” las condiciones en que vive cierto conglomerado.

Para que sea sostenible, el trabajo para la mejoría de vida ha de implicar organización, participación activa, el ser humano y su entorno como centro, esclarecimiento de visión, construcción de consensos y entendimiento del carácter dinámico de las relaciones humanas. Así se logra real desarrollo. Así se logra mejoría de vida. Todo lo otro puede servir para objetivos que van desde entretener hasta engañar.





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