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Monna Lisa Senciòn Villalona. de Eusebio.
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Monna Lisa Senciòn Villalona. de Eusebio. (Foto: Cortesía)

Monna Lisa Sención Villalona de Eusebio, una mujer de horizontes infinitos

(9 de marzo, 1956-6 de julio, 2022)

Por Ylonka Nacidit-Perdomo
Palabras leídas por la autora en el Novenario de la Misa In Memoriam de Monna Lisa Sención Villalona de Eusebio, el viernes 15 de julio de 2002, en la Parroquia Jesús Maestro, Mirador Sur, oficiada a las 6:00 de la tarde, terminadas de escribir a 8:02 a.m. de ese mismo viernes en Santo Domingo, D.N.
Hermanos Senciòn Villalona.
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Hermanos Senciòn Villalona. (Foto: Cortesía)
Monna Lisa Sención Villalona de Eusebio, una mujer de horizontes infinitos
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Santo Domingo.- Cuando en la mañana de hoy empecé a escribir este texto, a las 7:18, se escuchaba detrás de la ventana de mi habitación el trino de las avecillas que ya despiertas, desde el amanecer, me alertaban a oír/a interpretar el sonido de su lenguaje, como si quisieran destacar algo.

Sé que las avecillas venían de dormir y soñar; de haber aprendido (como en otros días) más de la conjugación entre el fluir de la esencia y la plenitud; que fueron convocadas en esta mañana por el Orden Divino, para que pudiera conversar — en silencio— con Monna Lisas obre la luz y su tránsito a través del horizonte hacia la contemplación, al alzar su mirada a la convocatoria que nos hace Dios —al cruzar el umbral de lo eterno— para conocer cómo es el sosiego, el reposo, al estar ya inertes y, conjugar los elementos aire - fuego - tierra que son los estados que nos llevan hacia el viaje del retorno a lo celestial.
Monna Lisa ha cerrado de manera maravillosa el ciclo de su existencia. No tuvo otras cuentas que rendir ante el horizonte y la infinitud, que no sea su vivir con apego a la confluencia de tres cualidades excepcionales en ella:
1) el desprendimiento sincero al bienestar económico que pudo darle su profesión;
2) la no publicidad ni exposición mediática de sus dones como practicante de la caridad y
3) la belleza de su interior, su sencillez y alegría vital que traslucía su sonrisa; una sonrisa tan expresiva que nunca estuvo perturbada por las quimeras o el azar, o, la sorpresa del destiempo humano que lanzó la flecha desde el arco de las circunstancias ignotas y, fue la portadora del mensaje que traía la Parca, de la hora exacta en que iniciaba su viaje para ir a descansar en los brazos del creador.

Monna Lisa tenía muchos atributos como persona. Era, cuando la conocí en 1986 (en compañía de su inseparable hermana Verónica Sención Villalona, en el escenario del ambiente cultural en ebullición constante que amigos y amigas de mi generación (la de los 80s) disfrutó con innegable vocación al servicio, apostolado auténtico de dar lo mejor de sí para el engrandecimiento de la Nación, compromiso y respeto hacia quienes nos antecedían en las artes y la literatura y una pureza que traslucía la nobleza de tantos jóvenes veinteañeros, en la Ciudad Colonial) de una cabellera larga y suelta, con ojos que revelaban en sus iris las aguas del apacible río de bondad que llevaba consigo como legado de sus ancestros familiares.

Los valores espirituales de Monna Lisa son abundantes. El mayor —y más sobresaliente— fue y será su heroicidad ante la enfermedad inesperada, ante el giro que en plena segunda juventud, le daba el azar para aprisionarla físicamente, pero no así para vencer su alma estoica. Aún estuviera subordinada por la imposibilidad de movimiento, Monna Lisa se hizo inmensa, más inmensa con los años, y no tuvo ira nunca porque aprendió el mayor secreto de los iniciados, de los profetas y de los poetas transmigrados: conversar y oír al silencio.
Ella escuchó al silencio de sus sentidos, al silencio de su corazón, al silencio de su voz, y al silencio que iba a quedar de ella, cuando el aliento de la vida cesara en su cuerpo.

Silencio… Silencio es el todo, y es el misterio a comprender. Hilma Contreras lo escribió de manera magistral: «Silencio antes de nacer, silencio después de morir, vivir anhelante entre dos silencios». Eso es la vida, el aquí y el ahora, el antes y el después: el silencio. El silencio es el sueño, el sueño eterno es el silencio.

Si hay alguna biografía que escribir sobre Monna Lisa considero que puede ser esta que les comparto: Fue una criatura excepcional que no tuvo contradicciones antagónicas con nada ni con nadie.
En las páginas de su diario afectivo está escrita la palabra utopía, y la palabra libertad en todo el sentido literal de la metafísica y lo ontológico. Para ella lo esencial era ser, y ser significaba no desvanecerse ante privilegios vanos.
No tuvo vacíos emocionales. Su identidad era la de ella misma, pero en unión perfecta (de ella) con sus hermanos. No se ficcionalizó porque el día a día fue un aprendizaje para ir en búsqueda de la armonía interior. Ni siquiera se apresuró por triunfalismos o reconocimientos. Fue como la Primavera.
Trajo consigo luz, resplandeciente luz para que los diversos colores, que la Naturaleza nos otorga, hicieran nacer en ella grandes ideales. Su ideal cimero fue tener un vínculo con los principios, no vestirse de falsos ropajes, y estar satisfecha con lo que congregaba a su alrededor: el amor.

Monna Lisa, amiga: Sé que ya estás en un jardín de deslumbrante verdor donde se escucha el subliminal trino de las avecillas; donde no hay ningún tipo de malestar ni angustias; que sonríes, y que reconoces que sí, que hay una promesa que nuestro Creador, Dios, nos ha dado y cumple: la Bienaventuranza de conocer el Reino del Cielo, junto a Él.

Te expreso mi cariño, y te despido con un ¡Hasta luego y hasta pronto! Siempre, tu hermana, Ylonka Nacidit-Perdomo.





Hermanos Senciòn Villalona.
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Hermanos Senciòn Villalona. (Foto: Cortesía)
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