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Perdóname, querida…

Por Giovanny Cruz Durán
lunes 10 de mayo de 2021, 13:56h
Durante unas dos semanas he estado aquejado de un virus que, prácticamente, destruía mis huesos y mi estómago. Luego dejó como secuela unas terribles hemorroides que concluyeron en trombosis. El dolor fue tan intenso que hasta llegué a pensar podía morir de un infarto. Confieso temerle al dolor, mas no a la muerte, que apenas transcurre en micras de segundos.
Querida, perdóname.
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Querida, perdóname. (Foto: Fuente externa)
Muchas de las amadas en fuga, difusas, pasaron por mi cerebro en aquellos padecimientos, de los cuales estoy saliendo. Algunos recuerdos, con categorías de inventarios, ocurriendo en mi habitación. Comparto los siguientes:

En El Caimito de Moca nací una madrugada de noviembre con los ojos bien abiertos. Esto, para comenzar desde el inicio a observar el Universo. El Universo particular y pueblerino, aclaro. Desde entonces tengo recuerdos que atesoro:

Perdóname, querida…

…un arbusto en El Caimito llamado bucare que produce las semillitas rojinegras llamadas peonías (mi abuela solía llenar las lámparas de gas con ellas), en la finca de enfrente un árbol que daba carambolas, un rosario de cuentas en manos de una tía, un piso de barro, extraño en Moca donde la tierra siempre está ennegrecida; un crucifijo colgando en la puerta de la casa, un libro de Rubén Darío en las dos manos de mi madre...

Perdóname, querida…

...el pilón de majar café de mi abuelo, quien tenía una herida en la nariz como apreciado tesoro de la guerra entre Bolos y Rabuses; el burro para colar café en medias, los montoncitos de cacao ratonero que “olvidaban” los obreros para que los muchachos, luego, pudiésemos recogerlos; las frutillas anaranjadas del cundeamor que se daban silvestres en las empalizadas de mayas, una niña que yo besaba sobre los sacos de afrecho que guardaban detrás de la capilla, un libro siempre abierto que me atraía cual fruta prohibida y que aún no me permitían leer...

Perdóname, querida…

... un Trujillo que borracho fue a pedir café amargo para mitigar el jumo, los ojos fríos de Vicente de La Maza tan amigo del abuelo, el trillo que hicimos para no olvidar la ruta donde se encontraban los guineos, la tía loca llena de luces y recuerdos, las naranjas, los mangos, el caimito, la parcha y la guanábana; el chofer del carro público que al regresar de la capital se paraba a dejar bolitas de quejo y galletas mocanas. El viaje familiar para residir en Las Calderas, las pescas en el muelle de Ocoa, nuestro olvidado perro blanco, las uvas de playas que nunca se acababan, los bollitos de yuca a los que decíamos “chulitos”.

Perdóname, querida…

...las primeras visiones cuando llegamos a Nagua, surcada por tantos ríos y riachuelos; el patio cuando el mar lo convertía en playa, los cangrejos en el techo de la casa, Berto el buzo que era hijo de Macita, las brujas del Cumajón, Marcial, la bruja buena; la retreta debajo de la mata de gima, la Banda Municipal y su “Teléfono a larga distancia” que Sote y Sixto interpretaban con sus trompetas, las baquetas de “sica en cajeta” que tanto nos gustaban, las postalitas de peloteros, yo vestido de Cruzado (¿o Templario?) portando el estandarte, las hostias y el vino que al cura hurtábamos, los pleitos de sor Juana, el poema obligatorio al tirano (yo soy Rafelito / el niño valiente / por eso me pongo / el flú de teniente / para hacerle el saludo / al señor presidente.”), una niña encantada que se negó a crecer, mi amiga Rafaela que me enseñó a trabajar, y espiar, en la primera central telefónica que llegó al pueblo; los adorados biscuists de mi madre... y Magalis, la primera “fruta prohibida” cuya olor pude disfrutar...

Perdóname, querida…

...el viejo libro que al fin me permitieron leer (“La Noche quedó atrás”), los nuevos libros de Vargas Vila que mi hermano me regalaba, los juegos a los vaqueros en el patio de los Jiménez, las dedicatorias que debía hacer en las serenatas que amigos de mi hermano dedicaban a sus novias, la Sociedad Cultural Taína que hube de crear, el asombro por las aguas dulces en el medio de las saladas de la playa El Diamante, las fantásticas historias que escuchaba, escondido, contar a los mayores; los fantasmas antitrujillistas que hablaban de noche debajo de la cama de mis padres, los cuchillos hechos con flejes para vengar a un tío herido en un combate, el combate presenciado entre Armando Lazala y Cotico, ambos amigos de mi padre; la visita a mi casa del viejo Bosch que fue a procurar los pastelitos de Las Cabuyas que ya sólo mi padre sabía hacer, la reunión mía y de mi madre con Manolo Tavares Justo, las muchachas que se ahogaron en una playa de Matancitas, la iglesia de Matanzas que sobrevivió al maremoto...

Perdóname, querida…

... La China, primera y única hetaira en mi vida y la segunda buena hembra; Marianela: el primer verdadero amor; Sharif y Luisa, las primeras vacacionistas conquistadas; la morena marina que por poco me mata, la navegación infantil en botes hechos con troncos de matas de guineos, las veladas que dirigía en el Colegio Belén, la expulsión del colegio por no poder pagar, la protección de las señoritas Irma y Andreina, profesora y directora de la escuela pública; mi declaración de comunista, mi rechazo al comunismo, el golpe de Estado contra Bosch, el viaje definitivo a la capital, el encuentro en Bellas Artes con el Teatro, los viejos y queridos profesores y los nuevos alumnos...

Perdóname, querida…

…una pianista llamada Asela que quise en un zaguán oscuro de una casa que ni recuerdo, tres hermosas amadas que fueron definitivas hasta que duramos queriéndonos, otras difusas amadas que luego se escondieron o se fueron, luces en las escenas, vestuario de condes, mendigos y emperadores; militares insultando o golpeando a los artistas en Pimentel, la amenaza que nos hicieron en el Lago del Fondo de Haití, las desapariciones de Segarra y Guido Gil, la caída de Amín, el asesinato de Orlando, el fusilamiento de Caamaño y la añorada derrota a Balaguer; otra amada que surgía de la noche montada en corceles sudorosos, un ronco saxofón y un dulce oboe para la amada que siempre estaba en escenarios interpretando a Dafne o a la maestra Pasambú; una palabra, o un vocablo, que estaba destinada a convertirse en libro o en artículo…
Perdóname, querida…

… gratos encuentros con dos poetas (Tony Raful y Mateo Morrison), algún libro de Tolstoi y otro de Camus, un apretón de manos a Peña Gómez, un trago de ron añejo acompañado de Cuchy Elías, las copas de vino que proponía Rafael Villalona, las conversaciones literarias que todas las tardes tenía en Bellas Artes con Odalis Pérez, las construcciones de obras con Víctor Vidal y Juan Núñez, las representaciones de “Amanda” y “La virgen de los narcisos”, las críticas a “Barrio Sietetumbas” de Carmen Heredia y Alfonso Quiñones; las batallas intelectuales, a vinazo limpio, con Carlos Castro; los Exmin, Indira y Mario Lebrón con quienes fundé La Gran Logia Bohemia, cuyo Bohemiato no está en Sion, sino en el Boga-Boga...

Perdóname, querida…

…cada nacimiento y proceso de crecimiento de los hijos, mi padre que fue siempre mi mejor espectador y temible crítico; las complicidades, cervezas y agua fría con limón que me ha brindado mi comadre Grey, las promesas emocionales que no termina de cumplir la hermosa Fátima Guzmán; todos los manjares culinarios que me enseñó hacer Mildred de la Mota y las salsas que bailábamos por doquier; las juergas en New York que, casi rayando en la locura, me he dado con Carlos Espinal y Manuel Herrera. Esas son las cosas que he estado rememorando todos estos días...

Perdóname, querida… pero de ti... casi no recuerdo nada.

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