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Vista general de la Euskal Encounter, el encuentro informático más antiguo de España.
Vista general de la Euskal Encounter, el encuentro informático más antiguo de España. (Foto: EFE/ Javier Zorrilla/Archivo)

El caballo de Troya de un mundo hiperconectado

ESPECIAL 2019 CIBERPOPULISMO

Por EFE
jueves 26 de diciembre de 2019, 16:50h
Nunca en 315.000 años de evolución los seres humanos tuvieron tanta información a su alcance ni la tecnología fue jamás tan asequible como en el siglo XXI.

Pero las evidentes bondades de un futuro hiperconectado esconden también oscuras amenazas para las democracias en todo el planeta como la desinformación, el ciberpopulismo y cibercontrol.
Moscú/Bruselas.- Tres de los alumnos aventajados de esa pesadilla tecnológica son Vladímir Putin, Rodrigo Duterte y Narenda Modi, líderes que se sirven, según múltiples investigaciones, de arsenales digitales para controlar y manipular a la opinión pública, desacreditar a sus oponentes y dividir la sociedad mientras cultivan una imagen de hombres fuertes que impregnan el debate político con discursos nacionalistas.

DESINFORMACIÓN, UNA VIEJA CONOCIDA
Aunque la propaganda y la manipulación informativa son tan antiguas como la guerra y la política, el desarrollo de las nuevas tecnologías, la democratización de internet y el “big data” han amplificado sus efectos hasta cotas difícilmente imaginables hace veinte años.La "desinformación" es una doctrina de origen militar relacionada con el concepto de "guerra híbrida" o "asimétrica" que puede definirse como aquella información deliberadamente falsa y generalmente emotiva creada para ser difundida como arma política y generar relatos que creen discordia y fragmentación social.Ese arma sirve para que "agentes externos" intenten desestabilizar a Estados rivales, pero también la emplean líderes o partidos políticos en el ámbito doméstico para generar confusión, desviar la atención de otros problemas, polarizar y favorecer sus narrativas.
“En muchos regímenes autoritarios la propaganda computacional se ha convertido en un instrumento para el control de la información que se utiliza estratégicamente en combinación con la vigilancia, la censura, y amenazas de violencia”, señala un informe de la Universidad de Oxford.

En ese contexto, sobresalen tres líderes políticos de países en desarrollo con elevadas tasas de popularidad y control sobre una población conjunta de 1.588 millones de personas, es decir, en torno al 20 % de los habitantes del planeta: Putin, Duterte y Modi.

PUTIN Y LA INJERENCIA EXTERIOR
El presidente ruso es una rara avis entre los líderes que utilizan las redes sociales para comunicarse directamente con el mundo. No tiene Twitter ni Facebook y las cuentas del Kremlin se limitan a transmitir mensajes oficiales. Pero Moscú dispone de un ejército de medios afines, agentes, piratas informáticos, bots y trolls que actúan en beneficio del Gobierno, según diversos estudios.

Al menos 20 países han atribuido a Rusia haber interferido en elecciones u otros asuntos internos, entre ellos Estados Unidos, el Reino Unido, Holanda o España en el caso de Cataluña. También la Unión Europea ha alertado de las campañas de desinformación rusas, mientras que la Universidad de Stanford señala además a Rusia por una supuesta injerencia en países africanos.

Moscú niega todo y lo atribuye a la “rusofobia”, si bien investigaciones judiciales y académicas, así como testimonios sobre la ciberestrategia rusa apuntan a lo contrario.

“La interferencia hostil de Rusia se convirtió en un tema más importante en la agenda pública y política en 2014 y 2015, después del uso obvio de la guerra híbrida en Ucrania. Hay pocas dudas de que el Kremlin empleó herramientas híbridas y de influencia antes, por ejemplo en Georgia (2008), pero nunca antes se atrevió a usarlos tan abiertamente en países occidentales y la UE y los países de la OTAN”, señaló a Efe Jakub Janda, director ejecutivo del European Values Center for Security Policy y director del programa “Kremlin Watch”, con sede en Praga.

Vitali Bespalov trabajó en 2014 para la Agencia rusa de Investigación de Internet (IRA), conocida como la "granja de trolls" de San Petersburgo. Desde el departamento “Ucrania 2”, su tarea -retribuida con unos 1.000 dólares al mes- consistía en “reescribir noticias desde una perspectiva conveniente, con un color prorruso” sobre el conflicto en el este de Ucrania e “inundar las redes sociales” a través de falsos medios ucranianos.

Para amplificar su alcance, el departamento de redes sociales difundía los enlaces y el de los trolls comentaba luego las informaciones para darles “veracidad”.

Pocos gobiernos han investigado a fondo, oficialmente, la supuesta injerencia rusa, salvo EEUU y el Reino Unido, y, ante la respuesta “tan débil” de los países afectados, Rusia se está volviendo “cada día vez más audaz”, advierte Janda.

La IRA para la que trabajó Bespalov estaba involucrada en la “guerra de información” librada en el marco de la injerencia “sistemática” del Gobierno ruso en las elecciones estadounidenses de 2016, según el fiscal especial que investigó la trama rusa, Robert Mueller.

Este también atribuyó a dos unidades del servicio de inteligencia militar ruso, el GRU, el haber accedido a los correos de la campaña de la entonces candidata demócrata y rival de Donald Trump en los comicios, Hillary Clinton, y al Comité Nacional Demócrata.

DUTERTE: LA GUERRA EN FACEBOOK

A 8.252 kilómetros de Moscú, en Manila, el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, quien considera a Putin su “ídolo”, dispone de trolls para promover su imagen y destruir a rivales.

Su gran baza es Facebook, donde Duterte reúne a 4,3 millones de seguidores y desde donde se asoma al público con gafas oscuras y uniforme militar desde lo alto de su página.

Célebre por declarar en 2016 una guerra contra las drogas que ha causado unos 7.000 muertos según cifras oficiales y más de 30.000 de acuerdo con organizaciones de derechos humanos, el mandatario filipino no es muy activo en su cuenta, pero una horda de “seguidores” se encarga de defenderle con mensajes que algunas veces incluyen intimidaciones.

Universidades como las de Massachusetts, Oxford o Leeds acusan a Duterte de contratar un ejército de entre 300 y 500 troles para diseminar información falsa que, según el canal local "GMA News", cobrarían entre 900 y 1.200 euros al mes, en línea con el salario medio del país.

El cerebro de esa estrategia que ayudó a Duterte a alcanzar el poder en 2016 es Nic Gabunada, a quien Facebook relacionó con 200 páginas, grupos y cuentas que la red social clausuró este año al detectar un "comportamiento coordinado no auténtico".

Una de las voces más críticas contra Duterte, la periodista y fundadora del portal Rappler, Maria Ressa, quien se enfrenta a varios cargos penales por sus críticas al Gobierno, según ha denunciado, es objetivo habitual de amenazas y mensajes de odio en un país donde hay cientos de granjas de trolls que tratan de influir -a cambio del precio adecuado- en la opinión pública.

La periodista afirma que fue con la guerra contra las drogas cuando “las redes, Facebook, se convirtieron en armas”, porque cualquiera que la cuestionaba, como ella, era atacado. Para Ressa, Filipinas ha sido la “zona cero” de la guerra global de desinformación.

Un exempleado de Cambridge Analytica, que recopiló datos de millones de usuarios de Facebook para supuestamente ayudar a la campaña del republicano Donald Trump en las elecciones de 2016 y que también ha sido vinculada a la campaña a favor del Brexit ese mismo año, ha admitido que Filipinas, país en el que más tiempo pasan los usuarios en la red, fue la “placa de Petri” para probar tácticas de manipulación masiva de votantes que luego se exportaron a Occidente.

MODI, EL AMANTE DE LAS REDES

Abanderado de Twitter y pionero de los hologramas en 3D, tecnología que le sirvió para aparecer simultáneamente hasta en 90 mítines en la campaña de 2014 que le convirtió en jefe del Gobierno indio, Narendra Modi conecta en las redes con las clases medias y los "milénials" en un país de casi 1.400 millones de personas y armas nucleares que mantiene una tensa relación con la vecina Pakistán.

Supera los 100 millones de seguidores entre Twitter, Instagram y Facebook, más que ningún otro líder político del mundo, y cuenta con una armada de "trolls" que defienden el nacionalismo populista hindú con especial predilección por las amenazas de violación, una lacra muy arraigada en India, como denuncia la periodista Swati Chaturvedi en su libro "Soy un troll: dentro del mundo secreto del ejército digital del Partido Popular Indio".

Los esfuerzos de Modi por conectar de tú a tú con su electorado no se limitan al espectro digital y, aunque solo ha ofrecido una rueda de prensa desde que llegó al poder, el líder indio participó el pasado agosto en un programa de televisión de supervivencia en el que se le pudo ver fabricando rudimentarias lanzas, analizando excrementos de elefante o cruzando un río en una balsa construida con palos, paja y plástico.

DESINFORMACIÓN EN HASTA 70 PAÍSES
Putin, Duterte y Modi son solo tres exponentes de unas técnicas que también han sabido explotar Donald Trump, que ha hecho de Twitter su atalaya, o el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, que privilegia la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp.

Pero la desinformación como arma política no es patrimonio exclusivo de políticos con tintes autoritarios: la Universidad de Oxford identifica hasta 70 países en los que gobiernos o partidos políticos han empleado la manipulación informativa en las redes sociales para granjearse adeptos en 2019, frente a 40 en 2018.

Con diferentes grados, técnicas, plataformas y periodicidad, en el informe aparecen Rusia, China o Venezuela, pero también democracias liberales consolidadas como Australia, Austria, Alemania, Grecia, España o Corea del Sur.

CIBERCONTROL Y CENSURA

Según el último informe de la organización Freedom House sobre la “Libertad en la red”, en el último año al menos 40 naciones de las 65 analizadas las autoridades han creado programas avanzados para el monitoreo de las redes sociales y en 47 hubo detenciones de usuarios por expresar su opinión en el campo político, social o religioso, un récord.

En Rusia, desde que Putin volvió a la presidencia en 2012 se ha convertido en una “decisión estratégica general” imponer restricciones a la actividad en la red, dijo a Efe el abogado y jefe de la organización rusa de derechos humanos Agora, Pável Chikov, cuyo grupo maneja unos 100 casos relacionados con la libertad de expresión en internet.

Las autoridades prohíben un amplio abanico de contenidos en línea, a menudo bajo el pretexto de la lucha contra el extremismo. Los proveedores están obligados a almacenar los datos de sus usuarios en territorio ruso, y los móviles, ordenadores y televisores inteligentes pronto tendrán que incluir aplicaciones rusas preinstaladas.

Las ONG, medios, periodistas y blogueros pueden ser calificadas de “agentes extranjeros” si reciben financiación exterior y la difusión premeditada de “noticias falsas” y ofensas a “símbolos patrios” son castigadas con multas. Además, Rusia ha implantado el “internet soberano”, que le permite desconectarse de la red global en caso de amenazas, lo que ha suscitado protestas ante el temor de que pueda restringirse el acceso a la red de redes, como en China.

¿EL FUTURO ERA MEJOR AYER?

En medio de la proliferación de la manipulación mediante la desinformación varias instituciones académicas especializadas elevan la voz de alarma. “La manipulación de la opinión pública a través de las redes sociales sigue siendo una amenaza importante a la democracia”, según el director del Instituto de Internet de Oxford, Philip Howard.

Y es que las redes sociales, alabadas como impulsoras de la democracia cuando se intuía que servían para dar voz a una ciudadanía silenciada en movimientos de protesta como la Primavera Árabe (2010) y Occupy Wall Stret (2011), dejaron de ser universalmente bondadosas cuando se revelaron también como caballos de Troya digitales para intentar alterar el funcionamiento de los sistemas democráticos.

Esta práctica se refleja también en la presencia de empresas especializadas en este “mercado”, de forma que la desinformación se profesionaliza, como demostró Cambridge Analytica con el Brexit y su apoyo digital a Trump o Filipinas como puntal en el negocio de la manipulación, como apunta el Centro de Excelencia de Comunicaciones Estratégicas de la OTAN en su reciente informe “Política y beneficio en las fábricas de fake news”.

Todo ello dibuja un nuevo panorama que abre muchos interrogantes, empezando por el debate sobre libertad de expresión, la censura y el cibercontrol.

Céline Aemisegger y Javier Albisu


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