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La familia sin tiempo

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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lunes 28 de octubre de 2019, 00:03h
“Un escritor no elige sus temas, sus temas lo eligen a él”. Mario Vargas Llosa.
"Se dividió el PLD: ¡qué bueno! Mucho había durado unido. El caudillismo es un mal que aqueja a la política dominicana desde siempre, y tarde o temprano quiebra las organizaciones”. Rosario Espinal.
  • Desde que se inventó la fotografía, en un pasado ya bastante lejano, cada árbol genealógico de las familias del valle de la Vega Real, se detiene en la memoria borrosa de algún bisabuelo o tatarabuelo captado en una foto amarillenta, desteñida por el tiempo, como son las fotos que quieren conservar antigüedad para siempre. De modo tal, que en esta isla del Caribe perdida en el trópico, escribir también es mucho más que contar historias, es educar y educarse. La familia, en principio amancebada, en uniones libres, ha sido la célula más importante de la sociedad en todos los tiempos, primero coloniales, luego republicanos, principalmente en los períodos de mayor pobreza, sobre todo cuando las diversas culturas que nos formaron, comenzaron apenas a conocerse.
  • Inclusive ahora, cuando somos menos tristes y nos hemos modernizado un poco, globalizados desde 1980, el núcleo educativo más importante de esta sociedad sigue siendo la familia, mayoritariamente en uniones libres, en este mundo también mayoritariamente amancebado de madres solteras, a pesar de la influencia y el peso de los medios de comunicación, de las Iglesias, de la escuela, de las empresas y del Estado, y de sus frágiles instituciones, plenas de externalidad, como diría cualquier psicólogo social. Más aún, la familia ha sido la instancia más importante para educar y educarse, incluso en este mundo de alta tecnología en que vivimos, ahora en el siglo XX1.
  • En tal sentido, siempre ha sido importante conocer el árbol genealógico, la historia filial.
  • Escribir es aquí mucho más que contar historias y su función ha sido y es aún proteger a la familia, a pesar de la tardanza en hacerlo, de la prórroga reiterada, de los constantes femenicidios. Nada ha podido, hasta hoy, sustituir a la familia, aunque cambie de forma, de patriarcal a libre. Ni siquiera el escritor, como una tierra extranjera en nuestro país. Ni siquiera esa flor exótica que es el escritor, con su ficción de la realidad, con sus nobles dotes de educador y con su visión mágico religiosa.
  • Como la belleza familiar es mirada auténtica, a todos nos gustan los escritores, sobre todo los buenos escritores. Particularmente a los lectores le gustan ahora las mujeres que escriben. No lo dicen, sonrojados, quizás por timidez o por tradición. El cuerpo y la mente de los lectores se nutre de los escritores, porque mejora la solidaridad y la unidad del hogar es más llevadera. Como los príncipes y las gentes de poder, los buenos escritores terminan siendo venerados por sus lectores, quienes no pueden concebir al escritor sin la inteligencia, ni la inteligencia sin una especie de ausencia de sí mismo.
  • Así pues, sentadas en confortables mecedoras, en este valle de la Vega Real, como también en toda esta isla del Caribe, frontera imperial, siempre han estado los abuelos de cada familia anónima, rodeados de sus hijos y de sus nietos, recordando al primogénito de cada corta o larga familia, nacida en un lugar remoto, ya sea en el siglo XV1 o en el siglo X1X o en el siglo XX1.
  • De ahí en adelante, en un abrir y cerrar de ojos, en un crecer y multiplicarse esa familia anónima entronca con las familias Q, C, F y Z, en sus últimas seis generaciones, forjando personajes y temperamentos, hasta llegar a este punto de conversación: mi familia H, nació hace dos siglos en el aire fresco de las montañas cibaeñas. Migró del campo a una pequeña ciudad o poblado, y se regó además por planeta cada vez más libre, ancho y ajeno. Muchos hemos emigrado al exterior. Siempre, en el momento en que se advierte que el amor no era lo que se creía, se acude sin reservas al discenso, cada quién se marcha con un nuevo amor, filial, social, natural, muchas veces amancebado.
  • No digo que el amor abandonado fuera falso, pues a el vuelves de alguna manera, ni siquiera que había muerto, pues de alguna forma, siempre hay un punto de retorno: las familias numerosas; las sociedades urbanas o campesinas; los niños jugando a barcos y piratas; los amistosos vecindarios; los amigos que se forjan en el tiempo y que se olvidan; las gentes pintorescas de los pequeños poblados; las marchantas orgullosas, con sus nalgas mulatas y erectas; los centros comerciales; las calles repletas de mariposas de todos los colores; las cuencas hidrográficas; los torrenciales aguaceros de mayo; los caminos sin regreso; las primaveras antiguas y modernas, irrecuperables; el primer amor y el primer castigo; la eterna estrechez de dinero; el amor a las causas perdidas y el respeto a los que por ellas mueren; la caza como un arte y una pasión; la afición al peligro; la crueldad añadida de la muerte; el sentimiento de lo sagrado; el peligro de los huracanes; los caminos polvorientos; el maroteo de las frutas y el olor penetrante de la guayaba; las playas salvajes y las caracolas marinas que reproducen el rumor del oleaje; los monumentos a los ególatras y el mundo peatonal.
  • La naturaleza humana y la caridad, propia de sociedades polígamas; los temblores de tierra de la adolescencia; la incertidumbre del futuro; el retorno a las tradiciones vencidas; el paraíso interior de cada uno; los hijos de nadie que se reconocen más tarde, con absoluta discreción; las familias conformistas viviendo en la resignación y en la rutina; la organización del tiempo libre; el tedio de los políticos; la pasión por los trópicos; el agua lluvia, serenada, usada al día siguiente en el pelo crespo de los jóvenes.
  • Las iglesias con sus antiguas misas en latín, en completa desarmonía con su hermoso mundo audiovisual; el equilibrio entre el miedo y la risa; la burla de nuestros defectos; la insipidez de nuestra carne; la corrupción, la impunidad y la violencia; las distracciones del ser humano y la licencia del borracho; el poder del dinero; las eternas despedidas de los muertos y las visitas al cementerio; la visión imborrable y poderosa de la muerte. La magia del cornflex, del cereal y de la compota en la creación de una bella generación de mulatos. Y sobre todo, la presencia de Dios, la más grande de las creaciones de este hombre mulato tridimensional, caribeño, mezcla de calabaza taína, panteón africano y quijote español de este trópico exuberante.
  • Se dividió el P.L.D.: qué bueno. Mucho había durado unido. El caudillismo es un mal que aqueja la política dominicana desde siempre. Y tarde o temprano quiebra a todas las instituciones del país y sobre todo, y es lo peor, arrabaliza a la sociedad civil y al Estado dominicano.


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