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Tres culturas diferentes en una hermosa isla

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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miércoles 31 de julio de 2019, 22:35h
“Escribir es olvidar. La literatura es la manera más agradable de ignorar la vida”. Fernando Pessoa.

La cultura taína, española y africana en un mundo mágico caribeño.

Mencía ya de segunda generación taína, era el nombre de una madre soltera con cinco hijos: una de las tantas indígenas que nacieron en un miserable bohío de una hacienda española, que era también un hato ganadero en el valle de la Vega Real, donde viviría para siempre en forma bucólica y estacionaria, treinta años después de la llegada de los primeros quijotes españoles en sus naos gigantescas. Dos de sus hijos, los menores, eran descendientes de Mogave Desiderio 2do, un esclavo africano y los otros tres hijos, los mayores, los había procreado conmigo, con Anastasio Frómeta, un español de tercera categoría social, capataz de una hacienda, persona que por prudencia y fino cálculo, ya desde entonces, prefería dominar el arte de las sucursales en la faena de hacer familia.

Tener sucursales no era un lujo, sino una especialidad superviviente del buen criollo y del buen gusto en una sociedad de extrema pobreza. El criollo es aquel extranjero, primero español, luego mulato, que adoptó este territorio, el hermoso valle de la Vega Real para siempre. Y eso no es comerse un pepinillo. Es un hábito de vida forjado entre tres desconocidos, que se cocinaría a fuego lento con el paso de cinco siglos y que no pasaría nunca de moda, que sería una mayoría de mulatos desde el año 17OO y que tonificó y que continúa tonificando y que al decir de muchos, hace la vida del dominicano real, mucho más alegre en pleno siglo XX1.

Roberto Cassá, historiador, los recuerda en sus aires y tonalidades taínas: Mencía por ejemplo estaba convencida que todos “los hombres de esta isla habían nacido en dos grandes cuevas de una provincia, desde donde fueron distribuidos a los caciques. Al salir de las cuevas, a pescar o a lavarse, los hombres podían ser sorprendidos por el sol, y se transformaban en frutos y aves". Un buen día, nos dice en plenitud total de sus facultades, "que un indígena fue enviado a buscar alimentos y no regresó más porque lo sorprendió el sol, y un personaje de nombre Guagugiona irritado por la tardanza, marchó con todas las mujeres para, supuestamente, luego regresar por los maridos, los que nunca más volvieron a ver. Los hombres quedaron muy necesitados de mujeres, atrapando unos seres raros, asexuados y muy resbaladizos, que no tenían sexo. Se buscaron entonces, a pájaros carpinteros que con sus picos afilados modelaron el sexo de estos seres extraños. Y así nacerían las mujeres de los taínos como hechura de los hombres". Una versión taína.

Por otra parte, el mar, inmenso y azul verdoso, se creó de acuerdo a la india Mencía,"como consecuencia de una inundación surgida dentro de una calabaza, donde estaban los huesos de niños indígenas. La calabaza por accidente, cayó al suelo, y fue tanta agua que de ella salió que se formó el mar. Y solo entonces el sol y la luna salieron de una cueva en las tierras de un cacique para que el mar no viviera en solitario". Otra versión taína.

Cuando yo muera, dejó dicho Mencía, "quiero que me entierren cabeza abajo, en posición fetal, y que luego mis huesos sean conservados en una cesta al aire libre, junto a los huesos de mi cacique y de las otras mujeres que le hayan pertenecido, cubiertos en tejidos de algodón, en dirección este-oeste, como es nuestra tradición." Otra versión taína.

Una versión española cultural venida de Europa: El capitalismo comercial.

Se vivió esta primera etapa del Descubrimiento de América: el capitalismo comercial. Entonces, el behique predicaba, y su palabra era palabra de Dios, que vendrán muchas generaciones detrás de la mía. Solo entonces podremos hacer un árbol familiar de todos nosotros y serán nuestros herederos, descendientes ya muy lejanos, los de decimosexta generación, los dominicanos del siglo XX1, los que pensarán realmente en nosotros y reconstruirán esta historia mía, que es tan poco personal. Es interesante que cuando Mencía habla y habla, durante un rato quiere creer que se encuentra delante de la mismísima Mencía 16ava y utiliza él "nosotros", cuando se refiere a los taínos y "ellos" cuando habla de los españoles y de los negros. Sin embargo, cuando se le recuerda que los de la generación dieciséis, ya mulatos desde el 1700, descienden no sólo de los taínos, sino de las otras dos razas y culturas, ya eternos y buenos acompañantes, se suaviza su rostro y asegura: "Sí, sí, sí, pero hay momentos en que la sangre taína hala más. Y este es el momento de decirlo, para cuando eso suceda". Otra versión taína. Eso no es raro. También hay blanquillas y negritas.

Recuerde que la ciudad de la Vega Real, donde nació Mencía, fue fundada entre 1501 y 1510; en realidad fue fundada dos veces, en la falda de una cordillera que fluye del noroeste al sudeste, aprovechando la fisiografía y la riqueza de su valle, a orillas del río Camú. Imagínese mi nieto, lo que pasó por mi cabeza cuando ellos supieron dieciséis generaciones más tarde, que nuestros tres antepasados, habían nacido, vivido y muerto en este valle tan rico, traspasándose sus creencias, que no había otra forma mejor de vivir, y que tuvieron cada uno su propia cultura, siempre su propio rollo, y que muchos hasta habían muerto de tristeza o por enfermedades desconocidas. No te niego que me conmoví profundamente. Seríamos herederos de trers culturas.

No lo podía creer. Me parecía imposible que la cultura de nuestros indígenas hubiese quedado muy fracturada pero no totalmente resquebrajada con la Conquista. Escríbalo que el hombre criollo nació fracturado. Mi padre que siempre fue un apasionado hispanista, cuyo primer antepasado se llamó Anastasio Frómeta, me enseñó, ya en pleno siglo XX, que los españoles eran personas muy nobles, seres evangelizados, que enseñaron una nueva religión y un nuevo idioma; que enseñaron a cultivar la tierra de otra forma, a sembrar arroz, habichuelas, maíz y papas, entonces productos exóticos; que introdujeron las primeras cabezas de ganado y otras especies ganaderas y con ellas el hábito de comer las carnes rojas y blancas; que inclusive llevaron a muchos de nuestros indígenas a España y los presentaron amablemente en las cortes y castillos de aquel reino de la vieja España, donde vivieron apaciblemente en sólidas casas de adobes y de mamposterías, como parte de la servidumbre. Al menos esas fueron mis primeras noticias, por vía paterna.

Pero para Mogave Desiderio 2do., aquel negrito que vio morir a su padre a latigazos, como para Anastasio Frómeta, aquel capataz soñador español de tercera categoría, que a menudo maldecía al hideputa de indiano que le hiciera embarcar a este lugar y que vinieron a esta isla con la idea de hacerse rico en poco tiempo; como también para la india Mencía, cuyos parientes cercanos casi todos murieron de sarampión o de viruela, la vida real se movía en un mundo material bastante parecido: el de la pobreza extrema que produce una isla abandonada en medio de una humedad milenaria, tierras fértiles y una densa vegetación envuelta en neblinas, que es unas de las muchas cosas que han permanecido casi inalterables con el paso de los siglos, en los sitios donde valles y montañas se hacen presente y se hermanan todavía, creando ambientes verdaderamente hermosos, cuencas hidrográficas con ríos de padre y madre en tres grandes cordilleras.
  • Ustedes los españoles, en un cierto aspecto, fueron muy malitos con nosotros, que vivíamos en estas tierras muy tranquilos, hace apenas cien años. Toda nuestra vida cambió desde que ustedes llegaron en esas naos gigantescas, exclamó Mencía. La gran mortandad de nuestra raza comenzó, cuando un buen día del mes de febrero de 1496 se obligó a nuestros bisabuelos a buscar oro en los ríos, en lugar de pescados. Los indígenas, carajo, no sabíamos para que querían oro los españoles, cien años después en el 1592 aún no lo sabemos. El oro apenas nos sirve como ornamento a las mujeres taínas, siempre tostadas por el sol y con nuestras eternas ropas nudistas. No lo digo yo, Mencía, abuela sobreviviente sin tiempo, macerada hasta hace muy poco por la vida placentera de este valle; aquí, hombres y mujeres, andábamos todos casi desnudos como la madre que nos parió, felices y contentos, con taparrabos…
  • Que eres muy ingenua, eso es muy cierto, juro que lo eres como que me llamo Anastasio Frómeta, español de tercera categoría, capataz y vaquero de una hacienda vegana, alguien que ya es un anciano con su cabeza blanca en canas y que morirá pronto en estas tierras tropicales y por lo tanto de tantas aventuras. Y que bien pues no me quejo… Y en español antiguo lo recalca: " Cuando llegué a esta isla, a todos los que yo vide, eran todos mancebos, que ninguno vide edad de más de treinta años, muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y de muy buenas caras: los cabellos gruesos casi como sedas de colas de caballos, e cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, y ellos son del color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos de lo que fallan y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos todos los ojos, y dellos solo la nariz".

Y fue precisamente eso lo que más nos gustaba, de ustedes los aborígenes: no tenían prejuicios ni con la ropa ni con sus vidas. Admito que la primera aparición de ustedes en público fue un himno a la tolerancia y a la desnudez. Es por ello que he llegado al ingenuo y tardío convencimiento que el gran navegante que en paz descanse, no era una persona muy observadora pues contar con indígenas que andaban como la madre que los parió para buscar oro, me parece por lo menos, para esos tiempos donde estábamos casi todos muy cerca de una pobreza tan grande y casi en cueros, una sólida incongruencia.

Añado el hecho que además los negros tampoco éramos bilingües y eso sí que dificultaba verdaderamente las cosas. Cuando el diálogo fallaba, por falta de idioma en que entenderse, nos condolíamos: "recibían ambas las partes gran pena porque no se entendían, ellos para preguntar a los otros de nuestra patria, y los nuestros por saber de la suya", lo recalcan tomando a Mogave Desiderio 3ro. como testigo ocular.
  • Eso es cierto, responde la indígena Mencía. Don Cristóbal Colón, visionario a su manera como buen genovés y con su música por dentro, después de tantos sinsabores oceánicos, decía ya para entonces: "el oro es excelentísimo, del oro se hace tesoro, y con él, quién lo tiene, hace cuanto quiera en el mundo, y llega a que echa las ánimas al paraíso". Y naturalmente, los indígenas no sabíamos ni supimos nunca para que quisieran oro los españoles, y lo peor es que nunca lo supimos”-

Una versión cultural africana.
  • Yo disiento muy poco de esa idea, acota el negro Mogavo Desiderio 3ro. Aquí hubo desde un principio necesidad de diálogo, pero hubo fuete y del bueno, en un triángulo humano donde todos estábamos inconformes”; a nosotros, a los negros, según la opinión de Don Pedro Mir, nos trajeron amarrados, desde distintos lugares de África, sin un idioma común, lo que demuestra que vuestros antepasados españoles no tenían un gran sentido de la comunicación, de la curiosidad, o de lo que es hoy el análisis del discurso. Los siglos pasados confirman, que el primer nivel de una inteligencia algo improductiva lo supimos siempre en carne propia, se basó en una pobre curiosidad cultural. Definitivamente esa era una actitud normal para personas pobres de espíritu. Claro, en medio de un proceso de Conquista es normal que se haya producido alguna admiración y suspicacia, cuando esas tres culturas tan diferentes nos dimos la mano por vez primera.

Esos españoles llegados en naos gigantescas, de rostros cubiertos por barbas fluviales y vestidos de tan excepcional manera, muchos de ellos subidos en enormes solípedos, parecían y eran verdaderos prodigios de ultramar. Y para que veas que a los negros también el regalo nos viene de lejos: "el indio que llevaban los cristianos corrió tras ellos dando voces, diciendo que no hubiesen miedo, que los cristianos no era de Caribe, mas antes eran del cielo, y que daban muchas cosas hermosas a todos los que hallaban”.

"Pobre Don Cristóbal Colón, tan visionario y tan realista, tan ajustado como era a los intereses de la Corte. Si hubiese sospechado, que este sería el único territorio del mundo donde quebraría una mina de oro en pleno siglo XX, a lo mejor hubiera optado por otras opciones menos visionarias. Así que la vida se hizo minera hasta mediados del 1520 como lo quiso Don Cristóbal Colón, en medio de los amancebamientos de rutina desde el primer día de su primer viaje. Y hubo que inventar como teatro obligado el juego sordo y poco ruidoso de las hamacas, para que las cosas terrenales se concretaran y la vida se enmarañara en las fibras de los bejucos y de las lianas, las primeras materias primas posibles para vivir bien en este trópico donde la sensualidad siempre exuberante, sería una fiel e irrenunciable compañera en cualquier tiempo, contexto e idioma.


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