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La modernidad de Santiago

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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sábado 11 de mayo de 2019, 20:00h
“Me parecía que la literatura agregaba cuartos al mundo, como se le agregan cuartos a una casa. Y esos cuartos eran infinitos y atractivos. Creo que las buenas historias son como casas en las que a uno les gusta vivir. Me gustaría escribir historias que el lector recordara como sueños. De tales o cuales cosas no sabré lo que pienso hasta haber escrito sobre ellas”. Adolfo Bioy Casares.
Y pensar que había vuelto al Santiago moderno, de retirada, siguiendo la ruta del elefante. Los elefantes son animales intuitivos, saben de su propia decadencia física, de su eterna inanidad. En la India, lugar místico, los elefantes regresan siempre a su punto de partida, a su patria chica, al lugar sagrado, cuando sienten que las fuerzas se le acaban. Para morir, para terminar felizmente con el ciclo de la vida. Y pensar que había vuelto a Santiago con la finalidad ilusa de escribir un libro de literatura donde el Santiago histórico quedara vertebrado al Santiago moderno. Ojalá tenga fuerzas para lograr ese objetivo.

Toda esta historia comenzó con el alquiler de un apartamento grande y espacioso en la parte céntrica de la ciudad. Todo comenzó con el regalo de unas cortinas color beige, iniciativa de una hermosa cuñada, como punto de partida para la decoración del apartamento. Pensaba ante ese regalo hospitalario: si todos los bienes del mundo de pronto pudieras tener, si todas las cosas hermosas pudieras hacer, tendrías tantas cosas bonitas, una hermosa sala, un comedor para recibir amigos, y las rosas las podrías encontrar en cualquier jardín. Si además buscas y todo lo encuentras, si miras y encuentras amor, la vida sería tan hermosa para sonreír y me preguntaba: si todo el amor que tú esperas de pronto pudieras tener ¿Qué harías con él? Es tanta la gente que lo sueña, que anhela que el amor sea realidad, recuerda que para que puedas amar, la vida te debe enseñar a llorar, y en esas lágrimas buenas buscar el amor, mirar el amor, tocar el amor, vivir del amor. Las pinturas y libros recogidos en medio mundo alumbrarán el estío de tu llegada, estarás rodeado de esculturas del maestro Antonio Pratts Ventós y de los dibujos de un hombre anciano de hermosa sensibilidad: Aquiles Azar. Era un buen inicio.

A seguidas pensé que he comenzado un nuevo ciclo de vida. No se sorprenda en lo absoluto: caminante, trota mundo, eterno migrante, vamos llenando y cerrando ciclos. A los dieciocho junios saldría de mi pueblo santiaguense hacia la capital. A los diecinueve ya estaba en Europa. Doce años después y se cierra ese ciclo europeo, con el retorno a la isla. Recuerda que entonces, su actitud pasaba por excéntrica y excesivamente aristocrática para los habitantes de la ciudad capital, con sus criterios convencionales, sus preocupaciones pedestres y su educación insuficiente: incapaces de comprender el estilo de este señor, en el sentido europeo y democrático de la palabra. En ese pequeño mundo capitalino de 1975, cuya única preocupación carnal era ya hacer dinero, no encontraba un verdadero campo de acción para su espíritu esencialmente manso y contemplativo, de honesto profesor de la universidad, en medio de un mundo político altamente contaminado.

Siendo el menos autoritario de los hombres, con actitudes docentes, que llevaban el fuerte sello de su personalidad santiaguense, provocaba comentarios. La gente se inclinaba a atribuir su manera de ser al hecho de haberse educado en Europa, pero en realidad Rusia y Francia solo habían logrado desconcertarlo e incapacitarlo para la vida de una ciudad capital que nacía robusta, pero retorcida de violencias políticas y sociales.

La una, Rusia, le había infundido un gusto por la especulación metafísica que le contradecía con la índole violenta del entorno caribeño de la guerra fría. París, a su vez, había intentado convertirlo en un pedante, con el único resultado de desarrollar su afición por la filosofía, al punto de hacerlo incapaz de practicar el arte que más amaba: la escritura. Pensaba y sufría mucho, pero le faltaba la fuerza necesaria para atreverse al mayor sacrificio, primer requisito del que hace algo en un medio propio que le resultaba distante. ¡Estaba enemistado con su propio entorno social, qué horror!, era hijo de una tierra del Caribe, herencia de tiranos, de caudillos.

Somos hijos de nuestro paisaje y el paisaje nos dictaría nuestra conducta e incluso nuestros pensamientos, solo en la medida que armonizáramos con él. No concibo una mejor identificación. La ciudad capital era entonces violenta e inculta y el ciudadano un pobre consumidor, solo un manso cordero libertario, mal o bien informado. Y nada más. Esto demuestra que vivimos vidas que se basaron en una selección de hechos imaginarios. Nuestra visión de la realidad estaba condicionada por nuestra posición en el espacio y el tiempo, no por nuestra individualidad, como nos complacemos en creer. Por eso toda interpretación de la realidad se fundaba en una posición única. Dos pasos al este o al oeste, y todo el cuadro cambiaba. Algo por el estilo…En cuanto a los personajes humanos, sean reales o inventados, son animales que no existen. Cada psiquis es en realidad un semillero de predisposiciones antagónicas. La personalidad concebida como una entidad con atributos fijos es una ilusión…!pero una ilusión necesaria si queremos enamorarnos de algo tan poderoso como es el cambio de la sociedad misma!

Cuando se arranca una flor, la rama vuelve a su posición primitiva. Con las cosas del corazón no ocurre lo mismo.

Luego de vagar por Méjico, se cierra el ciclo mejicano que creía nuevo y original: comienza el ciclo de vivir en Santo Domingo durante tres décadas; entonces supo que ese ciclo, también había terminado el día que se jubilaba, curiosamente el mismo día en que también puso rejas por primera vez en las puertas y ventanas de su céntrico apartamento, por temor a una nueva y desconocida delincuencia. Y a partir de entonces, comienza el retorno a su patria chica, el ciclo del Santiago moderno, ya en la tercera edad. En este nuevo ciclo, había llegado a un punto muerto. Le faltaba la voluntad necesaria para hacer algo de su vida, para mejorar su situación trabajando intensamente o escribiendo, e incluso para hacer el amor. No sabía que le ocurría.

Era la primera vez que le faltaba verdaderamente el deseo de sobrevivir. A veces ojeaba las páginas de un manuscrito o las viejas pruebas de una novela o de un libro de cuentos, distraído, con disgusto, con tristeza, como si examinara un pasaporte vencido, caduco. Algunos de mis encuentros con amigos, eran interesantes y aún más, conmovedores, pero había perdido todo gusto por clasificar las emociones y ellas solo existían como figuras planas proyectadas en una pantalla.
  • Con una mujer sólo se pueden hacer tres cosas: quererla, sufrirla o hacer literatura. Y se sentía incapaz de esas tres formas de sentimientos-

Santiago: una hermosa sensibilidad. Todo comenzó con el color beige de las cortinas y luego los muebles adoquinados pertinentes: iría acompañado de sus propios sueños, bordeando los pasillos de un amplio apartamento, hasta llegar a las tres habitaciones y la decoraría con el buen gusto de la fantasía beige. Se pondría cómodamente beige. Estaría cerca de su familia, que la sangre pesa más que el agua.

Pasarían los días, las semanas, los meses y se sentiría nueva vez en su patria chica. En ese proceso de adaptación formaría una red social de amigos, entonces se sentiría en casa, nueva vez como un abuelo santiaguense de la tercera edad. Aquí recordaría la vida en Europa: Moscú y París serían un gran amor a ciegas. México sería un retorno al anonimato. Finalmente Santiago. Todos estamos en Santiago perdidamente enamorados del mundo exterior, de París, de New York, aunque haya algo verde, una especie de musgo, que sé yo. En el Santiago de hoy era igual, brumas, no conocía de verdad a nadie, en seguida habría cosas raras, historias pasadas, una mujer, algún aborto. Pobre amor el que de pensamiento se alimenta. Lo sé por los ojos de una vieja amiga de Licey , por la forma en que me miraba y me mira, como una griega, vestida como un fósforo encendido cuando se lo prende y le crece de pronto todo el pelo; apenas dura un instante pero es maravilloso. Me parecía una griega de la ciudad de Atenas, con sus ojos verdes claros…
El pensaba así porque ella lo llenaba de hermosura, de su piel estaba saliendo ella, la veía como un ectoplasma y se aguantaba las ganas de llorar pensando en su antigua casa colonial lejana de otro lugar donde nos conocimos, y donde yo la soñé más de una vez.

Piensa que en este intento de retorno a Santiago, ha comenzado por ser feliz, donde hace muchas décadas también había sido feliz y que con el regreso a Santiago ya habría ganado el cincuenta por ciento de la batalla. Como dice Pedro Mir, en su poema “Hay un país el mundo: dadme fuerza, coraje para hacer esta canción”.

Esa tarde radiante el alma del vino cantaba en las botellas. Se oía llover bajito, todos estaban tan bien, reunidos cómodamente. Es que cuando llueve bajito, en el verano cibaeño, en todo buen vino duerme un pájaro ruiseñor. Recordaba festivamente aquel Santiago histórico, estudiante del Instituto Iberia, en plena calle El Sol, ahí me saqué un cien en una composición, donde escribí la historia de un ruidito. Era un ruidito simpático, que iba y venía, le pasaban cosas…Lo recordé porque quise, lo asocié a esa tarde radiante, al buen vino Chateaunef du Pape, al verano cibaeño, donde se oía llover bajito, en esa primera reunión de amigos…cincuenta y cuatro anos después.

Toda tentativa de explicarlo fracasa por una razón que cualquiera comprende, y es que para definir y entender, cincuenta y cuatro años después, tendría que estar fuera de lo definido y lo entendible. Y así ocurre que ahora el hombre solamente parece seguro en aquellos terrenos que no lo tocan a fondo: cuando juega, cuando conquista, cuando hace dinero, cuando arma sus diversos caparazones históricos, no cuando mira con los ojos de la nuca. Bueno, no es solo que haya que intentar vivir, puesto que la vida nos es felizmente dada. Hace rato que mucha gente sospecha que la vida y los seres vivientes son dos cosas aparte, sobre todo si regresas del pasado hacia el presente, como un astronauta a la patria chica. La vida se vive a sí misma, nos guste o no. Probablemente de todos los sentimientos él único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.

Estoy de acuerdo en que mucho de lo que me rodea es nuevo, casi absurdo, pero probablemente damos ese nombre a lo que no comprendemos todavía, en esa larga ausencia donde ha llovido largamente bajo los puentes. Ya se sabrá alguna vez. También podríamos poner el optimismo en la cuenta de la vida pura. Lo que hace la fuerza interior es que para usted todavía no hay futuro, que solo el presente existe, como es lógico en la mayoría de los agnósticos.

Siempre estás en el presente. Lo absurdo es que el presente no parezca un absurdo: muchos miramos hacia atrás con los ojos en la nuca. Otros miramos hacia adelante con la mirada del águila. Queda el absurdo de estar en el presente, que salgas por la mañana a caminar tus tres kilómetros diarios, y no encuentres la botella de leche en el umbral de tu puerta, como si fueras un inglés de Londres y te quedes tan tranquilo porque ayer te pasó lo mismo y mañana te volverá a pasar. La acción de la botella de leche hurtada en el umbral de la puerta puede servir para darle un sentido a la vida, al presente, sería el equivalente, un detalle sobre eso que llamas la actitud central. A lo mejor en ese mismísimo centro hay un perfecto hueco…cuando vives en esta periferia del mundo, en una isla del Caribe, en el Valle del Cibao ¿Encontrarías la leche o el periódico en el umbral de tu puerta o en la puerta del vecino?

En las islas del Caribe hay un sentimiento, una psicología de isleño. Continente no es isla. Los países continentales tienen fronteras entre sí: el comercio y el turismo les permite hacer comparaciones, reafirmar identidades.

Cada dominicano, aunque sea un emigrante, siente que es una isla. Todos los días reafirma su personalidad diciéndose: yo mismo soy, los demás que me aguanten o se vayan al demonio. No solemos contar demasiado con los angustiados mortales que nos rodean. La isla, dicen algunos, nos hace psicológicamente isleños, poco solidarios. Pretender que cada uno es el centro, es incalculablemente idiota. Un centro tan ilusorio como sería el don de la ubicuidad. No hay centro, hay una especie de confluencia continua, de ondulación de la materia. A lo largo de la noche yo soy un cuerpo inmóvil, y del otro lado de la ciudad un rollo de papel se está convirtiendo en el diario de la mañana, y a las ocho y cuarenta yo saldré de casa y a las ocho y veinte el diario habrá llegado al quiosco repartidor de la esquina, y a las ocho y cuarenta y cinco mi mano y el diario se unirán y empezarán a moverse juntos en el aire, a un metro del suelo, camino hacia el trabajo.

Lo que realmente me ocurre es que no soy un poeta. No siento como el poeta a la ciudad como una enorme panza que oscila lentamente bajo el cielo, como una araña enorme con las patas en el río Yaque, pobre bestia, con lo sucio y contaminado que es hoy este río. Al marcharme tan joven y al regresar tan viejo se produjo una amputación violenta y las amputaciones violentas son malas, después te duele el muñón toda la vida. Al palo dado la respuesta es música, baile, alimento melancólico para los que vivimos del amor. Vivimos en una época donde los viajes es la migración misma, tan frecuente como la música. Ahora nos gusta solo caminar, caminante no hay camino se hace camino al andar. Cincuenta y cuatro años migrando, desde que el pasaporte es bueno para todo el mundo, incluso para Rusia y sus satélites. Estos viajeros santiaguenses hicieron de los viajes, la partida hacia todas partes, hacia cualquier continente del mundo.

Ahora viajar es tan fácil, que esas imaginaciones le repugnaban por lo fáciles, aunque estuviera convencido que al ser dominicano de hoy habría que agarrarlo por el lado de la vergüenza, buscarle el rubor escondido por un siglo de usurpaciones de todo género como tan bien lo explican los ensayistas, y para eso lo mejor era mostrarse como ciudadano del mundo, aunque de alguna manera el viaje hacia el infinito no se lo podía tomar en serio como pretendía, en su huída económica hacia los grandes macizos continentales.
  • “Pensar que me moriré sin haber visto en la primera página del diario la noticia de las noticias: se cayó la torre de Piza. Por fin su torcedura tuvo un fin venerable”-
La vida tecnológica nos atrae tanto porque al ser isleños, nos conformamos con demasiado poco. Olvidamos casi siempre que la innovación, la creatividad, es superior a la tecnología misma y que la innovación nace en la base misma de la sociedad, en su población creativa, no en el Estado.






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