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El necesario encuentro de Sánchez con, si no cabe otro remedio, Torra

Por Fernando Jáuregui
miércoles 12 de septiembre de 2018, 23:26h
Los trabajos periodísticos que pasaban revista este fin de semana a los primeros cien días de gobierno de Pedro Sánchez difícilmente incidían, y seguramente tenían razón, en rememorar su encuentro en julio con el president de la Generalitat, Quim Torra. Fue el acto potencialmente –pero se quedó en eso, en algo que pudo haber llegado a ser no fue– más importante ocurrido en estos cien días de rectificaciones, intentos infructuosos y algunos deslices, significativos, pero acaso no tan graves como algunos han querido presentarlos: a Pedro Sánchez le gusta estar en la Moncloa, en el avión oficial, en el helicóptero oficial, en el sillón oficial. He conocido y visto en el palacete de los falsos mármoles estucados a todos los presidentes democráticos y puedo afirmar y afirmo que todos parecían encantados en su castillo de Disneylandia. Lo que ocurre es que no todos se vieron, al final de sus cien días, enfrentados a tanta polémica y quizá, excluyendo a Adolfo Suárez, a tantos problemas. Cataluña, claro, el más serio.

Lo primero que me llama la atención en los resúmenes de estos cien días es la polémica que advierto en la numerosa prensa dominical acerca de si, finalmente, Sánchez está optando por tirar la toalla y acelerar la convocatoria de elecciones o, por el contrario, se mantiene firme en su idea de llegar hasta la primavera de 2020, con o sin Presupuestos. Y yo pienso que, más que lo ocurra con las cuentas del Estado y de si Podemos va o no hasta el final con su ‘socio’ socialista, mucho más que la marcha de las cosas en un Parlamento donde el PSOE tiene solo 84 escaños seguros, va a depender de lo que vaya a suceder en el próximo mes y medio en ese territorio español que me parece que, en el fondo, quiere seguir siéndolo a su modo y que se llama Cataluña.

Porque el calendario de ‘festejos’ –vamos a llamarlo así, para evitar dramatizar—diseñado por el president de la Generalitat, Quim Torra, comienza ya este martes, con una Diada especialmente reivindicativa, que por primera vez va a estar poblada de lazos amarillos, supongo, para llamar la atención sobre el hecho de que muchos representes de esa Cataluña que quiere la independencia –a su modo– se mantienen encarcelados en prisión preventiva desde hace más de un año y todo promete que la petición fiscal será, para algunos de ellos, muy dura, basada en un presunto delito de rebelión: de quince a veinticinco años.

Y, a partir de este 11 de septiembre, todo lo demás: la falsificación de que el 1 de octubre se produjo de veras un referéndum –estuve allí, y nada menos parecido a una consulta ordenada, limpia, ni tampoco tranquila, porque hubo excesos y fallos patentes de las fuerzas del orden también–; el debate sobre si son políticos presos o, como ellos quieren, presos políticos y, acaso lo peor en lo inmediato, las ‘movilizaciones’ que preparan desde da CUP y los CDR, que podrían –se puede hacer con quinientas personas decididas a todo—paralizar Cataluña. Lo que le faltaba a esta Comunidad que ya ofrece alarmantes datos económicos.

Un panorama bien negro, como usted puede ver, mientras, hablando de visiones, a este lado del Ebro todos parecen empeñados en mirar hacia otro lado, cuando no en anclarse, como es el caso del PP y de Ciudadanos, en un solo proyecto, volver a aplicar el 155 de la Constitución, pero ahora en plan más duro, más ‘halcón’, si se me permite la palabra.

Un error, si se me vuelve a permitir aventurar una opinión personal, porque me parece que es el momento de insistir en la negociación, en el intento de llegar a un pacto, en mantener la ‘conllevanza’ que ya se ha ido, gracias sobre todo a la intransigencia y dureza de mollera de Puigdemont y Torra, pero también al Gobierno central de antes, al garete. Todo el trabajo de encaje de bolillos de Suárez y Tarradellas, al carajo. Así que ahora toca volver a esos bolillos, que son técnica inventada mucho antes de ese 1714 que es la fecha luctuosa que conmemora la Diada.

Lo que no sé es quién puede ser el interlocutor de Sánchez, cuando esa interlocución de veras comience. ¿Torra, a quien el presidente del Gobierno central visitará, aseguran, este otoño, cuando sea? En mi opinión, más valdría –no toca protocolariamente—tener como ‘partenaire’ en esta conversación al viceresident de la Generalitat, Pere Aragonés, el inteligente, pero el problema es que tendrá que ser Torra, el intransigente. Aunque, en la entrevista que le he leído en la prensa catalana, previa a la Diada de las camisetas color coral, he sacado la impresión que ya me asaltó cuando fue, la semana pasada, a dar su famosa conferencia en el teatro Nacional de Catalunya: que deja una puerta mínimamente, casi imperceptiblemente, abierta, porque sabe –y sabemos que sabe—que la independencia, unilateral y menos aún bilateral, es imposible.

En fin, sería conveniente que Sánchez tuviera algún interlocutor más idóneo, y yo tengo apuntado en mi bloc que el mejor posible está hoy entre barrotes, tratando de hacer currículum carcelario como para presentarse, cuando salga, que saldrá, como una especie de Melson Mandela saliendo de la prisión de la isla de Robben. O como Tarradellas tras el exilio. Y, a este paso, va a lograr salir como una especie de héroe de la independencia, lo que sería un nuevo, tremendo, error por ambas partes. El Estado está atado por los lazos de la separación de poderes y, aunque me consta el malestar de este Gobierno, y del anterior de Rajoy que judicializó el ‘procés’, por la permanencia de los ‘políticos presos’ en la cárcel, no parece que haya mucho que se pueda hacer hoy desde el Ejecutivo. ¿O sí?

En fin, ya digo que lo mejor sería anunciar ya mismo una fecha de encuentro en el Palau de la Generalitat, aunque sea con Torra. Para distender un poco la tensión que se percibe en un ambiente asfixiante. Y si, para entonces, manteniendo la firmeza que supone que no se puede intentar un golpe contra el Estado y que salga gratis, se ha producido algún avance hacia las manos tendidas, mejor que mejor. Todo, menos seguir, como se hace ahora desde algunos ámbitos, criminalizando la palabra ‘diálogo’ y apostando por el garrotazo y tentetieso.
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