Julio Cortázar, otra vez
Por Antonio Sánchez Hernández
jueves 13 de septiembre de 2018, 04:35h
“Creo que la compañía robustece la soledad, pero creo también que lo esencial del hombre es su soledad y la sombra que va proyectando en el muro”. José Lezama Lima.
Bebiendo café me recuerdo de los ríos metafísicos, de los ciclos de vida en que fueron también caudalosos los ríos del Cibao; el Camú vegano, el Yaque juvenil y poderoso de aquel Santiago histórico, donde se aprendía a nadar en el balneario de la Peñita, o en aquel río cristalino y pujante, donde se nadaba como aquella golondrina que estaba nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario de la iglesia, dejándose llevar, cada aprendiz de nadador, por las fuertes corrientes de aguas peligrosas, para levantarse mejor con el impulso. Una sensación verdadera de poder: cruzar esos ríos poderosos sin desviarse un solo metro arrastrado por sus fuertes corrientes. Aún describo y defino y deseo esos ríos no represados de mi adolescencia, que ya no existen, que se secan desde hace 40 años, convencido de que un encuentro casual con el café y con esos ríos, era lo menos casual de nuestras vidas, y que la gente que se da citas predeterminadas con el café o con un río, es la misma que necesitaba papel rayado para escribirse o que apretaba desde abajo el tubo del dentífrico. - Desde que me levantaba sabía que tenía una cita con una aromática taza de café. El Internet no existía. Que la cafeína era mi reino, que andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Como no sabía disimular, me daba cuenta en seguida de que para verte como lo que eras, con apenas una deseada taza de café, era necesario para empezar por cerrar los ojos. Entonces, aprovechaba este lapso de tiempo, con los ojos cerrados, como la parsimonia, antiguo ritual taíno, para pensar en cosas inútiles, método que había comenzado a practicar años atrás en el hospital José María Cabral y Báez, el día que se me rompió la tibia y que cada vez me parecía más fecundo y necesario para saber despertar la madrugada…Y luego, se sucedían los ríos metafísicos turbulentos asociados al café, libres como el viento, los busco, los encuentro, los miro ahora secos sus caudales, desde el puente Hermanos Patiño, pensando que también el Yaque se cruza a pié como el Masacre.
- Explicar, explicar, como Cortázar. Adentrarme en los misterios de una buena taza de café, como si fuera el mejor vino tempranillo. Si no nombramos las cosas ni siquiera las vemos. Y esto se llama perro y esto se llama casa. Y esto se llama río. Hay que mostrar, no explicar: son las únicas justificaciones de que estamos vivos. Ojos que no ven, corazón que no siente. Mostrando las cosas, descubríamos como la vida se instala en formas privadas de tercera dimensión, que desaparecen cada cierto tiempo. Así la habitación tiene pulmones, algo que late. La electricidad es eleática, nos ha petrificado las sombras. Ahora las sombras, con tantos apagones forman parte de los muebles y de las caras. Pero aquí, en cambio…Mire esta moldura, la respiración de su sombra, la voluta del tabaco que sube y que baja. El hombre vive ahora en una noche blanda, permeable, en un diálogo continuo, globalizado.
- Después de una aromática taza de café, mejor aún con carajillo, yo creo, ilustre santiaguense de hoy, que te comprendo. Antes eras un desconocido, un isleño. Ahora eres un errante incansable, buscas algo que no sabes lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes…Aún tienes miedo, quieres estar seguro, sin calieses. Yo sé que sabes de qué. Eres como el cometa Halley. Sois como un médico, no como un poeta. Tu vida, ¿es una unidad para tí? No, no lo creo. Son pedazos, cosas que te fueron pasando. A todo el mundo le pasa igual, la estatua de Jano es un despilfarro inútil, en realidad después de los cuarenta años los ojos verdaderos ojos de la cara los tenemos en la nuca, mirando desesperadamente hacia atrás. Es lo que se llama propiamente un lugar común: mirar hacia atrás con los ojos de la nuca.
Aquello de que el futuro es hoy, no siempre es comprendido. Aquello de que al pasado no se retorna, es aún un burdo artificio. Tenemos los ojos bien abiertos pero en la nuca. Razón tenemos de sobra cuando decimos que hacía rato que a este señor le importaban las cosas sin importancia, y la ventaja de meditar con la atención fija en ellas, estaba en que a su pérfida inteligencia no se le ocurriría nunca adosarle a estas cosas sin importancia, la seriedad de lo que se vivía. - En cambio, la realidad moderna es un espectáculo global muy bien montado. Espionaje mundial, pérdida de la privacidad: diplomacia controlada por el Internet y por los cables submarinos. Es apenas un espectáculo, otro más. Los estadistas del mundo, dice Jimmy Carter, son espiados por el Internet y por los teléfonos, y ello se propaga como algo normal por los medios. Vargas Llosa lo define como la irremediable pérdida de las páginas para la izquierda. Las neuronas hace mucho que las cambiamos por pollos con hormonas y somos orgullosamente un planeta de obesos. Las bibliotecas están en huelga, los libros están en crisis. Es triste llegar a un momento de la vida en que es más fácil abrir un libro en la página 90 y dialogar con su autor, de café con carajillo a tumba, de aburrido lector a suicida, mientras en las mesas de al lado, se habla todo el tiempo de política, porque ahí, en la política es que está la gracia de terminar ahora siendo un viejo simpático, amasador de grandes fortunas, corruptas.
La joroba está en que la naturalidad y la realidad se vuelven no se sabe por qué enemigas, hay una hora en que lo natural suena espantosamente a falso, en que la realidad de los veinte años se codea con la realidad de los cuarenta y en cada codo hay un grillete tajeándonos el saco. Descubro nuevos mundos simultáneos y ajenos, cada vez sospecho más que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones. Nuestro único diálogo verdadero es con una taza de café con carajillo. - Nos rodean mundos inteligentes y despiertos, informadísimos de todo. Pero todo es una gran metáfora: el París actual es una gran metáfora. Moscú, Pekín, New York, Río de Janeiro, Berlín, el Estado Vaticano son otras metáforas, sin ninguna privacidad. Estamos pues solos al mismo tiempo que espiados por vías electrónicas como nunca. Estar solo es en definitiva estar solo dentro de cierto plano en el que otras soledades podrían comunicarse con nosotros si la cosa fuera posible. Cualquier conflicto, un accidente callejero o una declaración de guerra, provocan la brutal intersección de planos diferentes, y un hombre que quizás es una eminencia del sánscrito o de la física de los quanta, se convierte en un pelele para el camillero que lo asiste en el accidente. “Es como dijo La Maga de Cortázar en su majestuosa Rayuela, secando la sucia cucharita con un trapo nada limpio: siempre ha sido igual, es mucho más fácil hablar de las cosas tristes que de las alegres-”.
- Nos cuenta La Maga, personaje de la Rayuela: Julio Cortázar tiene un gato y muchísimos libros. Una vez subí a llevarle un paquete de parte de la portera, y me hizo entrar. Había libros por todas partes. Esto le tenía que pasar, los escritores son distraídos. A mí, para que me agarre un auto…Ahí dentro de su apartamento, ese desorden, que es su orden misterioso, esa bohemia de su cuerpo y de su alma que le abre de par en par las verdaderas puertas-. Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.
Calzamos en moldes más que usados, aprendemos como idiotas cada papel más que sabido. Cuantas palabras, cuantas nomenclaturas para un mismo desconcierto. Nos dice Cortázar: a veces me convenzo que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho es una locura o un perro. Y no obstante, valía la pena renunciar porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara. - Hoy, perdone la insistencia: ante la infinita avalancha de información y de control planetario, para los países más ricos la comedia humana también se vistió de espía. Todo el mundo es espiado al interior de su casa. Ni el teléfono ni el Internet garantizan alguna privacidad-. Ante ese hecho, es preferible consagrarse a un gran amor: desde hace una década, ya para entonces, me había dado cuenta de que buscar un amor era mi signo, emblema de los que salen de noche sin un propósito fijo, razón de los matadores de brújulas. Más de una vez la vi admirar su cuerpo en el espejo, tomarse los senos en las manos como estatuillas sirias y pasarse los ojos por la piel en una lenta caricia. Nunca pude resistir el deseo de llamarla a mi lado, sentirla caer poco a poco sobre mí, desdoblarse otra vez después de haber estado por un momento tan sola y tan enamorada frente a la eternidad de su cuerpo. Era una griega santiaguense.
- Amor versus desconcierto. Ternura versus la ecología del espionaje mundial. Si algo había elegido desde joven era no defenderme mediante la rápida y ansiosa acumulación de una “cultura”, truco por excelencia de la clase media actual para hurtar el cuerpo a la realidad nacional y a cualquier otra, y creerse a salvo del vacío que lo rodeaba. En el fondo, el mundo político real es un espectáculo más, apenas una metáfora del mundo. No es amor rodeado de café con carajillo. No le dé más vueltas a este asunto. Mi único diálogo verdadero es con mi taza de café o alrededor de su aroma. La libertad, la privacidad, el derecho a la intimidad, es decir, lo otro, no tiene solución. En un mundo lleno, saturado de población, el espionaje es ya planetario, global, donde nada sobra: es un todo incluido. Y para no sufrir tontamente deje el mundo tranquilo, con sus dos millones y medio de años de creado o de lo contrario, húndase en el fondo del océano como un barco que sucumbe al agua verde y procelosa, “a la mer qui est plus felonesse en eté qu”en hiver, “en el mar que es más traicionero en verano que en invierno”.
- Temía sobre todo la forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino; y no quería que la libertad, única ropa que me caía y que me cae bien, se perdiera en una feminidad diligente. Buscar el amor y querer la libertad, sorbo a sorbo, es simplemente igual, en todas partes, a preferir un simple café con carajillo. Ese acto es puro amor con libertad, a pesar del espionaje mundial: es un simple y sabroso café con carajillo, como lo quiso Julio Cortázar en su hermosa Rayuela.
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