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New York, Europa: la diáspora dominicana

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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miércoles 27 de junio de 2018, 01:38h
“Creo, en realidad, que en el trabajo literario uno siempre está solo. Como un náufrago en medio del mar. Sí, es el oficio más solitario del mundo. Nadie puede ayudarle a uno a escribir lo que está escribiendo”. Gabriel García Márquez
A propósito, hace poco visité el campito de Sabana Iglesia y hablé con su hija, la tía María. Me maravilló cuando me preguntó si un animal podía tener fiesta: una vaca que rumia, un asno que se apoya en una valla, un perro que ladra, un gato que maúlla.

Para ella la verdad no es un punto fijo, sino una línea ascendente, una imagen. La verdad de hoy, hecha de renuncias a las verdades de ayer abdica por anticipado a las verdades futuras. Cada una de ellas no es sino un camino para llegar más lejos. Lo que hoy le parece principal no será sino lo accesorio mañana. Ese modo místico de vivir no es más que una perpetua partida: todo pasa.

El alma asiste inmóvil al evento de las alegrías, de las tristezas y de las muertes de las que se compone la vida. Como ve, pensar en nada, en cosas extrañas, parece mal de familia-
Mi hija María tiene mucha razón. Se puede perfectamente pensar en nada: el tiempo es nada. Cuando estamos divertidos, el tiempo “pasa” rápidamente y en cambio, “pasa” lentamente cuando nos aburrimos. Claro que se puede pensar en nada.

En New York, y en Europa, cuando regresaba de la factoría, me sentía completamente vacío, exhausto, inexpresivo: el tiempo se detenía, y ardía en deseos de tirar los zapatos y la ropa: de quedarme en lastre. ¡Era una sensación de completo vacío regresar exprimido como un limón y ponerme en ropa interior a ver televisión!
No pensaba en nada, absolutamente en nada-Abuelo, usted ha llegado a una edad en que, según su propia definición es un viejo simpático: tiene casa propia en New York y también en Santiago. No es carga para nadie, y se la pasa filosofando sobre el tiempo. ¡Fíjese que usted dice que ya no le gusta New York, la capital del mundo, sin embargo lo que hace o piensa con su vida es siempre con referencia a esa dichosa torre de Babel, pero tampoco se acepta bien en Santiago o en Santo Domingo!
No obstante se pasa tres meses del año en la isla y en su campo. Vive amarrado a sus dos ambientes preferidos, sin capacidad de romper amarras. Si no fuera así, hace tiempo que ya hubiera regresado para siempre… Puede ser. El tiempo ha cambiado. Me despierto. Tengo ante mí, detrás de mí, la noche eterna. He vivido ochocientas siete mil horas; en los próximos diez años dispondré de 87 mil horas extras.
“En este momento no tengo más que una hora. ¿Acaso la estropearía con explicaciones y máximas? Mejor me estiro al sol, apoyado en la almohada del placer, en una mañana de este trópico infinito que no volverá”. Me conformo con mi tranquilidad de ser un viejo que no le pesa a nadie: de aquí para allá y de allá para acá. Mis hijos me quieren, dicen que soy terco, pero me quieren. Mis nietos también me quieren.

Todo se explica porque “time its money”, y yo tengo mi tiempo en el banco. Los que hablan del espacio es porque son muy jóvenes o son viejos que pesan, y no hay nada más trágico para un anciano que ser consciente de ello.

Los viejos pesamos como una pluma o como una tonelada. Pesar tanto es mucho peor que ver telenovelas en New York, o en París, cansado como un burro, luego de pegar botones o vestir muñecos todo el santo día. Pero sigamos con la carta de mi hijo-
Excúseme abuelo pero esta carta quedará para el regreso, se está haciendo tarde. Aprovechemos el domingo. Elija: nos espera la iglesia, el jardín botánico o los yaniqueques de Cabarete. Lo único que le puedo decir, es que lo entiendo muy bien cuando dice que cada quién debe rascarse con su propio palo. En eso estamos completamente de acuerdo. Mientras tanto, que te quede claro: tengo los años que me quedan de vida. Los otros ya los gasté.

A diferencia tuya que tienes muchos años por delante, yo soy ahora un niño y tu un abuelo. Soy un abuelo sin tiempo, un niño. Estamos en Navidad. “Tengo ante mí tres meses de prados frescos, de flores, de cosechas, de arenas calientes en las playas, de cantos en las ramas, pero el movimiento del cielo ha preparado la brisa fresca de nuestro invierno, al igual que el pleno invierno prepara el caluroso verano. Sólo dentro de nosotros, y además sin esperarla demasiado ni creer demasiado en ella, es donde tenemos que buscar la estabilidad. En ninguna otra parte”.

Al parecer “siempre es un crimen desear la soledad”. La antesala de la soledad es el anonimato. Sin él no puede existir la soledad creativa. Cuando se vive sin tiempo como se hace en una isla abandonada del trópico caribeño, es preferible vivir amarrado a las mejores inteligencias. Dormí profundamente con una calma inesperada, algo muy extraño en mi caso; esta conversación con el abuelo tuvo el efecto de una anestesia general.

A menudo sufro de insomnio, me cuesta conciliar el sueño, debe ser el nuevo estilo de vida donde todo es rápido o no se obtiene ningún valor agregado rentable. Sin embargo, esta vez caí rendido como un tronco cortado por la mitad. Dormido no podía borrar sus últimas palabras, como si las palabras fueran hechas a su manera: “tengo ante mí tres meses de prados frescos, de flores, de cosechas, de arena caliente en las playas, de cantos en las ramas, pues el movimiento del cielo ha preparado la brisa fresca de nuestro invierno, al igual que el pleno invierno prepara el caluroso verano”. Comprendí que el abuelo era un hombre realizado, maravilloso. Con esa convicción me quedé profundamente dormido, durante doce horas consecutivas, en un sueño profundo, letal. Me levanté con el mejor ánimo de continuar la conversación.

Era lunes feriado, así que ambos disponíamos del tiempo prudente para seguir charlando. “Algunos temas se respiran en el aire de un solo tiempo; pero también pueden estar en la trama de toda una vida. Hay ciertos momentos de nuestra existencia en que somos, de manera inexplicable y casi aterradora, lo que llegaremos a ser más tarde: un abuelo sin tiempo, la diáspora dominicana.

Yo que soy de la nueva y última generación, de la dieciseisava generación de quijotes dominicanos de esta media isla, que conozco muy poco de las historias personales de mis propios antepasados, sospecho que con la ayuda de este maravilloso abuelo sin tiempo me puedo enterar de muchas cosas.

Lo observé erguido, colando café en la cocina, le deseé los buenos días, puse distraídamente el brazo derecho sobre sus hombros, todavía arrogantes, saludables y me fui directamente al grano.

Abuelo, sospecho que usted ha tenido mucho tiempo para pensar en los asuntos de la familia y en otras muchas historias de vidas del pasado, extra familiares, con sus más de noventa años de vida. Anoche dormí tan tranquilo como si hubiese vivido varios siglos en apenas doce horas de sueño. No sé si es un tema agradable para usted, pero yo nunca he comprendido el por qué en esta isla sin tiempo siempre hemos sido pobres, aunque aquí ese tema sea el pan nuestro de cada día.

Quizás su enorme experiencia de vida en un país tan rico como los Estados Unidos, o en Europa, me permita entender mejor sobre este tema tan antiguo y tan presente. Mi querido nieto, la pobreza comienza en el mismo momento en que la familia se debilita en tanto que centro de protección, inteligencia y apoyo. ¡Y dale que eres insistente!
Es tan temprano del día y ya me estás metiendo para lo hondo de la mar, porque ese sí que es un tema muy espinoso. Me pregunto si quieres conocer mi versión acerca de nuestra pobreza. ¿Es así?-Así es-Ya que es así, y deseas escuchar una opinión independiente, ponte cómodo, siéntate preferiblemente en una confortable mecedora, porque estas circunstancias que pienso y que te puedo relatar “son tímidas pero infatigables; van y vienen delante de nuestra puerta, siempre iguales a ellas mismas y de nosotros depende él tenderles la mano, para detenerlas y modificarlas en el momento preciso”.

Abuelo, como santiaguense sé que la fruta madura sólo cae a su hora, aunque su peso y la gravedad la arrastre inevitablemente siempre hacia el suelo-correcto. No necesito decirte que siempre hemos sido muy pobres, que recién a finales de este siglo XX la mitad de nuestra población se extraña de no serlo, ahora que por fin se han creado clases medias inteligentes e inquietas.

Como la riqueza ha sido siempre un don tan escaso y además siempre ha estado tan mal repartida, la pobreza es uno de esos temas que no tuvo mucha importancia para las generaciones pasadas, sin importar que fueran niños, adultos o ancianos. Como tampoco la tuvo para las madres o para las hermanas, porque entonces se vivía en pequeñas aldeas y todo el mundo se conocía o decía conocerse. Entonces nadie pretendía ser rico, cuando todo el mundo era pobre.

Comprenderás que ese pasado de pobreza verdadera y angustiosa creó ambientes muy cerrados: “pero es pasado, por poco que uno lo piense, es un dato infinitamente menos cambiante y por lo mismo más estable”, que el presente actual que ahora vivimos, raudo y tecnológico, con clases medias y clases muy ricas, con el glamour y la diversidad de consumo con que pueden organizar sus vidas por vías tan diversas…honestas o corruptas.

No pienses que trato de ser efectista, pero creo que para las viejas familias españolas, indígenas y africanas de los siglos pasados de esta pequeña isla caribeña, los vivos estaban muy lejos de parecerse, menos aún, de ser el retrato y la sombra de los muertos.

Te lo dice tu abuelo, alguien a quién bautizaron con el sugestivo nombre de Lisandro, en un hueco de tierra sagrado de dos metros de profundidad, casi un recién nacido, con una buena dosis de agua bendita sobre la frente en señal de bienaventuranza, en una pequeña iglesia de un lugar llamado el Santo Cerro, enclavada en una montaña no muy alta, pero si lo suficiente como para contemplarse rodeado de grandes y floridos flamboyanes y de robustos y orgullosos pinos, más allá de los cuales se observa el hermoso valle de la Vega Real.

Estoy convencido que mi padre me puso ese nombre con la secreta esperanza de que yo fuera el primer militar de la familia, misión que resultó imposible porque en nuestra familia la filiación laboral ha sido siempre de maestros de escuela, jugadores de póker o de gallos, campesinos, sacerdotes o comerciantes, nunca de militares. Como vez, también nosotros en nuestra familia somos imperfectos.

Lo reitero: “no es que nuestros antepasados fueran infelices; la alegría habitaba nuestro pasado remoto, lo sé, al igual que ahora, en nuestro presente globalizado y postmoderno: en realidad la alegría está en cada cual, o simplemente no está, porque todos los paraísos son interiores” Y agrega: “podría adelantar que éramos seres de carne y hueso, como tú o como yo, con nuestros problemas, nuestras desdichas y bienaventuranzas, con nuestra forma medieval de ver las cosas. Éramos muy diferentes a ustedes, porque el ambiente era muy distinto, pero la naturaleza humana y los sentimientos cambian apenas de forma de una época a otra y todo el mundo admite que se puede ser feliz sin dejar de ser algo tristes.

Antes de la llegada de los españoles, la mente de los indígenas taínos estaba completamente quieta, y lo sé por sus mujeres, con las cuales nuestros antepasados procrearon hijos a granel. Eran seres que vivían adaptados a su propio medio natural, y por lo tanto el amor era real hacia los suyos y hacia la madre tierra. La prueba más palpable de ello es que recibieron a los españoles y a los negros africanos con regalos y sonrisas.

Recuerdo enfáticamente que han pasado dieciséis generaciones de treinta años desde que llegó Colón y pisó por primera vez estas tierras tropicales, y que es ahora, solo ahora, a la distancia de quinientos años, en este mundo postmoderno, donde todo está tan globalizado, que se ha perdido completamente la privacidad ciudadana, incluida la de los Presidentes y Jefes de Estado de cualquier país del mundo, precisamente en el reino de la tecnología: donde hasta los jefes de Estado de cualquier país son espiados por vía de la tecnología satelital y de los cables submarinos, según la prensa diaria, al igual que cinco mil millones de personas en todo el planeta tierra.

De un total de siete mil millones de personas que habitan el planeta tierra únicamente los niños, que son dos mil millones, están libres de ser espiados y controlados por los modernos medios de comunicación. El mundo de hoy es más pequeño que un frijol y se apoya en la información y en el dominio de la mente humana a nivel planetario.

Ahí en esa amplia franja está la diáspora dominicana, un veinte por ciento de nuestra población, dos millones de dominicanos en el exterior que han emigrado desde las barriadas pobres y de los campos arruinados hacia Estados Unidos y Europa, y hacia todas partes del planeta, y que envían religiosamente sus remesas cada mes, un total de seis mil millones de dólares cada año para sostener y ayudar a sus familias marginadas por un sistema económico, social y político que los humilla diariamente, sin piedad. Formamos parte de la periferia mundial migrante, del sur del planeta: la diáspora.
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