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Algo más sobre el monumento a la paz de Trujillo

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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domingo 10 de junio de 2018, 14:41h
“Las voces de la infancia, oídas otra vez, tienen un tono más verdadero que las otras. Y el follaje –los árboles de la infancia- se recuerdan con mayor exactitud.” Carson McCullers’’.

Demasiados recuerdos para alguien que retorna de forma definitiva a un poblado que se transformó en una ciudad grande cincuenta y siete años después. En estos primeros días, en esta ruta de retorno del elefante, sin un solo amigo, aprovechaba para pensar en cosas inútiles, método que había aprendido años atrás en su vida de estudiante, y que cada vez me parecía más fecundo y necesario. Reuniendo imágenes del pasado, pensando en viejos olores y antiguos rostros, pensando en amigos que se fueron para no volver, siempre conseguía recobrar tan solo lo ya perecido, tan solo lo insignificante: debía como un eterno transeúnte, comenzar de cero, temblando de no ser capaz de recordar, atacado por la polilla que propone la prórroga, imbécil a fuerza de besar el tiempo pasado, y terminaba por ver el lado del no retorno, que al pasado no se retorna: sólo queda lo ya transcurrido, la bruma adonde ya no puedes regresar, allá en las zonas memorias del recuerdo…

En aquel entonces, dejábamos las bicicletas en la calle y nos internábamos poco a poco en los potreros y terrenos baldíos donde pastaban las vacas al norte del Monumento, bordeando las pequeñas cañadas, parándonos a mirar el cielo, porque esa era una de las pocas zonas de aquel Santiago histórico donde el cielo valía más que la tierra. Ya para entonces, me había dado cuenta, caminando entre los guayabales de las fincas aledañas que bordeaban los potreros de la parte norte del Monumento, en aquellos terrenos baldíos, que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas.

Aquí había sido pionero, primero como una sangría; aquí había sentido el vapuleo de uso interno, una necesidad de sentir el estúpido pasaporte que te señalaba como a un reo, que podías viajar a todo el mundo, menos a Rusia y sus satélites; entonces todo era miedo, ignorancia, deslumbramiento; aquí nos enamoramos por primera vez llenos de miedo, aquí hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado, pero después caímos y seguimos todavía cayendo en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza Presidente se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos a los ojos, y sentíamos que eso era el tiempo verdadero por vivir, en aquel histórico centro cervecero de Bader que nos servía de guarida, acompañados con quipes árabes y niños envueltos…

En este lugar cervecero nunca supe resistir el deseo de llamarla a mi lado, era mi Sonia adolescente, mi primer amor, entonces con la idea más que con el hecho mismo, pero desde cada sorbo de cerveza bien fría, ceniza, la recordaba, la sentía caer poco a poco sobre mí, desdoblarse después de haber ver estado por un momento tan solo y enamorado frente a la eternidad de su tierno cuerpo cibaeño, bailadora de merengues, bailadora de caña dulce, de caña brava, con aquella larga cabellera de color negro, lacio, frente a mi frío y refrescante vaso de cerveza ceniza: más de una vez la ví, admirando su cuerpo en el espejo de una botella de cerveza Presidente, cerveza que era enfriada en cuatro neveras, de menor a mayor frío, como era, hasta que la botella verde y opaca se presentaba ante mís ojos con su orgulloso vestido de hielo, como un frágil terciopelo, y todos estábamos sentados sobre unos cajones de madera cubiertos de cartón como asientos celestiales, presintiendo que la primera edad del amor había llegado.

Hoy quisiera escribir sobre esos años, poco a poco, si pudiera: cincuenta y siete años después, mirar en mi interior; primero necesitaría acercarme mejor a mí mismo, dejar caer en el olvido todo lo que me separa de ese pasado, de ese centro cervecero. Acabo siempre aludiendo a ese centro cervecero sin la menor garantía de saber lo que digo, cedo a la trampa fácil de la geometría con que pretendía ordenarse nuestra vida de santiaguenses históricos: eje, centro, razón de ser. Rectitud, libertad, trabajo, moralidad, la demagogia de esa nada tiránica. Inclusive ese centro cervecero que a veces procuro describir, este Santiago de los 30 Caballeros donde me movía como una hoja seca, no serían visibles si detrás no latiera la ansiedad de una sociedad secuestrada por un tirano, el reencuentro con el fuste y las palabras de alabanzas, de miedos muchas veces gratuitos. ¡Cuantas palabras, cuanto desconcierto en una misma nomenclatura, cuanta baba!…

A veces me convenzo que esa estupidez tiránica se llamaba triángulo, de que dos por dos era igual a cinco, o simplemente que la libertad era desconocida, que era el muñequito de la muerte… Estábamos tan cerca de la muerte, muñequito desfigurado, que a veces valía más renunciar, como si la renuncia a la acción fuera la protesta misma y no su máscara. No había forma de defenderse de los calieses, patrullando la ciudad de Santiago en los carros alemanes Volswagen, ni siquiera mediante una rápida y ansiosa acumulación de una cultura, truco por excelencia de esta sociedad de cultos campesinos cibaeños, para sacarle el cuerpo a la realidad nacional y a cualquier otra de orden tiránico, y creerse a salvo del vacío que la rodeaba.

La nada tiránica era la impotencia familiar, el miedo colectivo, la fractura interna, espiritual, de cada uno de nosotros…y el panfleto fué la única respuesta. Por eso surgieron los panfleteros de Santiago, meses después de que llegaran los expedicionarios del 14 de junio, y del horrendo crimen de las hermanas Mirabal, y no en otro sitio, en los panfletos clandestinos que se colocaban bajo las puertas de las casas en la oscuridad de la noche con una frase lapidaria: “Usted perdone, señor, pero el tirano no es más que una buena mierda”. Razón por la cual fueron asesinados 36 jóvenes santiagueros, cortados en pedacitos y luego quemados, y sus cenizas lanzadas en cualquier lugar desconocido, y que todavía hoy, cincuenta y siete años después, sean héroes sin tumbas…Con lo cual el tirano demostró tener también cerebro de reptil, cerebro de cazador…

Ahora, otra vez, lo bueno se absorbe y lo malo se repite. Nueva vez la delincuencia se ha hecho dueña de las calles santiaguenses. Sicarios, matones, calieses, alcohólicos, drogadictos, todos jovencitos, todos armados hasta los dientes, en una sociedad global, pretenden envilecer otra vez nuestras vidas ciudadanas. No pasarán: es imposible como hecho social. Santiago ha crecido tanto desde entonces que es ahora otra entidad urbana, irreconocible, de estreno.

Cincuenta y siete años después de guayar esta yuca urbana, visto ahora desde las montañas del Camp David, dice Doña Nana, esa mujer original santiaguense, que el Monumento a los Héroes de la Restauración, es ahora casi invisible visto desde Camp David; hemos cambiado tanto como ciudad, con nuevos y numerosos modernos ensanches, como personas productivas, como seres globales, que el carruaje urbano es uno mismo, el conductor es el ego, que piensa que es el dueño, y la voz interior es el espíritu libre de una democracia imperfecta, caótica, blindada, corrupta, autoritaria con sus tres poderes dependientes de un nuevo caudillo, vestido de presidente.

Ahora el éxito, la imagen, el dinero, la fama, la fortuna, son las formas de nuestro ego moderno. Visto desde esa distancia, el Monumento a los Héroes de la Restauración es tan flaco como una metafórica canquiña, y que por lo tanto, no estamos dispuestos a regresar nueva vez al reino de la nada…

¡Santiago, quién te vio y quién te ve! Mira tu mano, ciudadano. Parece sólida, pero en realidad no lo es. Si la pones bajo un microscopio de gran aumento verás que es una masa de energía vibratoria. Todo está hecho de la misma esencia, ya sea tu mano, el océano o una estrella. Ahora, en este mundo global, se comprende, por fin, que todo es energía eterna. Está el universo, nuestra galaxia, nuestro planeta que es un pequeño punto de la galaxia, las personas y dentro de nuestro cuerpo tenemos los sistemas de órganos, las células, las moléculas y los átomos. Luego solo hay energía. Podemos verlo de distintas formas, pero en esencia todo es energía. Ahora cada quién es la torre de transmisión más potente del universo, donde la energía vibra en una frecuencia y lo que determina tu frecuencia en cualquier momento son tus pensamientos y sentimientos.

Eres como un imán que atraes las cosas que deseas. Lo semejante atrae lo semejante, energetizas eléctricamente todas las cosas hacia ti, del mismo modo que te energetizas hacia las cosas que deseas. Eres energía y la energía ni se crea ni se destruye, solo cambia de forma. Por eso somos seres espirituales. Tu mente no es sólo inteligencia, sino sustancia y esta sustancia es la fuerza de atracción para formar los átomos; los átomos a su vez se agrupan por la ley de la atracción para formar moléculas; las moléculas adoptan formas objetivas y nos encontramos con que la ley de la atracción es la fuerza creadora que existe detrás de toda manifestación, no sólo de los átomos, sino de los mundos, del universo, de todas las personas y cosas que la imaginación pueda llegar a concebir.
  • ¿Si todo es energía, ¿quién crea la energía?
  • Muy bien, la energía ni se crea ni se destruye, ha existido y existirá siempre, todo lo que ha existido alguna vez seguirá existiendo, adopta una forma, la mantiene y la disuelve. Esa es la opinión de un físico cuántico. En cambio si le preguntas a un teólogo te dirá: “Dios”. Dios es energía. No tiene principio ni fin, ni puede ser creado ni destruido, todo lo que ha existido alguna vez seguirá existiendo, adopta una forma, la mantiene y la disuelve. Es la misma descripción del físico cuántico con distinta terminología.

Y eso es cada santiaguense. Nunca dejas de ser. En lo más profundo de tu ser lo sabes. ¿Puedes imaginar no ser? No puedes porque es imposible. ¡Eres energía eterna! ¡Eres un ser espiritual! ¡Eres un campo de energía, que opera dentro de otro mayor: la ciudad de Santiago de los Caballeros, en el ensanche y la calle donde vives, en la casa donde habitas!...


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