www.diariohispaniola.com

Ideas claves de una sociedad campesina ya desaparecida.

Por Antonio Sánchez Hernández
x
antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
http://antoniosanchezhernandez.com/
miércoles 02 de mayo de 2018, 07:03h
“Me pasaré la vida mirando el océano del arte en el que otros navegan o combaten, y a veces me divertiré yendo a buscar al fondo del mar conchas verdes o amarillas que los demás desprecian. De modo que las guardaré para mí y cubriré con ellas las paredes de mi choza”. Gustave Flaubert.
República Dominicana es ahora una sociedad de emigrantes. New York, es ya parte de su vida. Toda su historia, toda su novela es narración de aventuras. Lo es su actual historia. Lo es, en el fondo, toda su obra literaria. Lo es como lugar de la aventura, como espacio y tiempo de la misma. Lo es como toda obra literaria que contiene un hermoso ejercicio de ficción, con un narrador, un tiempo, un espacio y un nivel de realidad.

Y pensar que diez ideas gobernaron esa sociedad dominicana y al Estado trujillista hace apenas cincuenta y siete años. Esa época tan cercana y a la vez tan lejana, en que nos gobernó el tirano del bicornio, fue la época donde nos gobernó la pequeña propiedad, el conuco rural y la pequeña propiedad urbana. La clase media no existía. Los poblados eran pequeños. La capital del país era muy pequeña: por su parte norte llegaba a lo que hoy es la Avenida 27 Febrero. Por su parte este apenas llegaba hasta el río Ozama. Por el oeste a la actual Avenida Abraham Lincoln. Lo demás era monte y mar.

Santiago, la segunda ciudad del país era un pequeño poblado con dos barrios principales: La Joya y Los Pepines. La población de Santiago era mayoritariamente rural, casi siempre analfabeta, rústica, aislada culturalmente de lo sucedía en todo el mundo. Hoy, en cambio, es una ciudad pujante, con universidades propias, escuelas técnicas, aeropuerto internacional, zonas francas, centros de cultura y modernas comunicaciones.

Aislada, solitaria, la sociedad urbana y rural dominicana, en una tiranía política, sus dos ciudades principales, creaba personajes escépticos, insensatos, temerosos. Era una pérdida de tiempo querer explicarle algo parecido a una libertad que desconocía y que temía. Producto terminado de un tejido social basado en la pequeña parcela, del conuco, este personaje estaba forjado como la roca mineral: era un escéptico de nacimiento, apenas un opinante repetidor del Poder del tirano, no tenía opinión propia, para él no había nada nuevo bajo el sol. No hablaba sobre ningún tema serio, todo lo veía como un gancho político y como protección propia era mejor repetir las opiniones del partido dominicano, el partido único. Era la dictadura del partido único.

Oía hablar a una tiranía sin ejemplos, y abría unos ojos perplejos, preciosos y extrañados, como una puerta de caoba al estilo Luis XV de algún castillo medieval europeo, que le cortaban la metafísica al más enterado.

Ese ciudadano común, campesino de hace cincuenta y siete años, era un escéptico, un incrédulo, un descreído, incapaz de escuchar otras opiniones que no fuera la del gobierno. Su vida se basaba en el temor. Al final de su vida era apenas poesía sorprendida, llegaba a convencerse de que hasta había comprendido el Zen, que su vida y su mundo no era más un orden organizado por una tiranía y así suspiraba fatigado ante el fantasma de la lucha de clases que llenó los siglos XIX y XX, ante el hecho real y concreto que la verdad no podía ser organizada más que como una comedia o como una tragedia trujillista, tiránica.

Ese ciudadano escéptico era un zombi, se consideraba incapaz de opinar: era un marginado intelectual donde por temor a sus propios miedos se prohibía ser libre. Ese era su sino. No debía escuchar y por lo tanto no comprendía otras opiniones. Era ciego, sordo y mudo. Como intelectual no aportaba nada, más que loas al tirano, y no podía opinar sobre nada, porque nada le era permitido, era casi siempre un resentido social. Y como no viajaba al exterior, su mundo era de cuarenta y ocho mil kilómetros cuadrados, era apenas un bohemio, o un alcohólico… experto en dar hermosas serenatas, en una sociedad de cocheros.
  • No aprendas datos idiotas- se aconsejaba. ¿ por qué te vas a poner anteojos si no los necesitas? Para eso está el gobierno. Que el gobierno piense por mí-.

Ese ciudadano personaje existió en el Santiago histórico, de hace cincuenta y siete años; hedonista, pequeño propietario, conuquero, se conceptuaba siempre como un miembro de una clase media inexistente: buen catador, no era intelectual, era poco refinado, estaba totalmente desinformado, y como tal vivía de diez ideas y sentimientos, en el pequeño mundo de las ideas del poder político: esclavo, sin libertad, decía para bien o para mal:

1) que el hombre individual era el motor de su propia historia, de su propia vida.

2) Creía que la pequeña propiedad, urbana y rural, era la salvación de nuestro país, y como no viajaba, su referente inmediato era la pequeña parcela, el conuco y todo lo demás era mediocridad y demagogia.

3) Era un personaje que solo reconocía el principio más atrasado y violento de la autoridad, jamás de su propia autodeterminación o la del mercado: en la familia el padre, en la escuela el maestro, en la empresa el patrón, en el Estado un Presidente tirano.

4) Que mantenía una posición sustentada en un racismo velado y a veces, en un segregacionismo abierto hacia su único mundo conocido y vecino: Haití. 5) Que sufría de una aguda represión sexual, propia de familias patriarcales, donde el sexo era tabú. 6) Que establecía el ascenso y promoción individual como única salida a los problemas de la sociedad, siempre en un mundo de conflictos. 7) Que tenía terror a empobrecerse aún más. 8) Que estimaba que la miseria era el principal factor de su atraso social. 9) Que creía en las estructuras del azar donde cultivaba creencias intimistas, muchas veces mágico religiosas. 10) Que era apolítico por obligación y por necesidad.

Con este amplio y ambiguo grupo de diez ideas y sentimientos en su cerebro, se creía un ser muy protegido, casi un predestinado, un ciudadano satisfecho, fuera de serie, a veces hasta un intelectual de fuste, cobijado y protegido por el Poder de una salvaje tiranía política sin ejemplos.

En esa R.D. histórica de hace cincuenta y siete años esos personajes eran las personas campesinas normales y corrientes. Éramos una sociedad pobre y dictatorial, donde el 85% era dueño de un conuco, donde se predicaban estos diez conceptos. Se predicaba entonces: “con una pobreza extrema heredada por siglos, la historia moderna santiaguense o capitaleña será el resultado de la acción de los dirigentes locales, militares o civiles, quienes serían el motor de los procesos económicos y sociales. Sin la presencia de hombres políticos providenciales, la sociedad no se movería hacia adelante. No por la fuerza del mercado, sino por la aceptación letal de un tirano, dueño y señor de casi todas las empresas y de casi todos los empleos. Para esa época, todavía no conocía el mundo exterior, no era ciudadano del mundo, no viajaba, no tenía pasaporte y era normal escucharle decir que precisábamos de un orden jerárquico local donde el respeto y la sumisión fuera norma y prudente: la necesidad de tener alguien que lo comandara, que lo dirigiera. En virtud de esta identificación con la dictadura, este sector social de pequeños parceleros, de la clase media todavía ausente, pero ya en proceso de formarse, igualaba a cualquier persona que ocupara un alto cargo en el gobierno, con la idea de la grandeza, de lo providencial. Por esta razón siempre se reencontraba y admiraba a los Jefes de Estado, a su fuerza, a su Poder, y solidario con el precepto de política de Estado, se consideraba defensor de su pueblo, de la nación, lo que no le impedía, de ningún modo, despreciar profundamente a los ciudadanos pobres y de oponerse a ellos en tanto que individuo.

Ese ciudadano dominicano, por fortuna, ya no existe como ente social en la sociedad dominicana. Desapareció como fruto de nuestro lento e inexorable desarrollo agrario, industrial y tecnológico. Ahora en el 2018, el santiaguense o capitaleño promedio es un ciudadano del mundo, que habla diariamente con New York y con otras capitales del mundo, usuario del Internet, con ideas nuevas sobre la familia, la escuela, la empresa, la sociedad y el Estado. Su problema ya no es la pequeña parcela, su conuco. Su problema vital de sobrevivencia es su integración democrática con el mundo exterior. Ahora es un viajero incansable. Ese antiguo y rústico campesino reside ya en los cinco continentes del planeta, desde Alaska hasta Australia.

Y dejó atrás, en buena parte, en su presente, sus antiguas ideas del pasado tiránico y las sustituyó en buena medida con las ideas democráticas del mercado mundial y de la libertad económica y política. Piensa y dice: “El futuro es hoy, fuerza de meteoro. Al pasado no se retorna. En el aquí y el ahora, el mundo es para el dominicano, la era de la información y del conocimiento. Habla por teléfono todos los días con su familia que está regada por el mundo. Ahora que el mundo es ancho, ajeno y curiosamente muy cercano, ya no existe como un ser separado del planeta y del universo.

El niño nace ahora con la sabiduría del universo y con ese infinito potencial humano, el hombre se organiza a sí mismo. La experiencia tecnológica es ahora la forma de caminar de su propia naturaleza: es una conciencia del yo santiaguense, conectado ya con todo el universo. Y la realización en su vida cósmica es apenas una transición hacia la muerte. En este actual mundo global, vive en medio de un todo incluido, y el mundo para él es ahora más pequeño que un frijol, donde lo bueno y lo malo de la vida y de las conductas humanas, caminan abrazados. La era del conocimiento lo llevará a la era de la sabiduría, sobre todo si adopta y respeta el arquetipo femenino, que es la fuente de su propia vida”.



¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios