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Pensamientos de Octavio Paz

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
http://antoniosanchezhernandez.com/
jueves 04 de enero de 2018, 21:40h

De repente descubrimos que “El arte totonaca rehúsa lo monumental porque sabe que la verdadera grandeza es el equilibrio en movimiento. Y dentro de ese equilibrio en movimiento, el ritmo es el agente del cambio. Las pasiones pertenecen a los dioses que se humanizan, como Cristo. Ahí en el cristianismo el número siete significa semillas. En cambio, en la danza de la diosa japonesa, se obliga al sol a salir. Ahí, en el principio fue la risa: el mundo comienza con un baile y una carcajada.

De repente descubrimos que “El mundo se ha vuelto sordo y de ahora en adelante sólo se conquista con el esfuerzo o con el sacrificio, con el trabajo o con el rito. A medida que se amplía la esfera del trabajo, se reduce la de la risa. Hacerse hombre es aprender a trabajar. Volverse serio y formal. El trabajo al humanizar la naturaleza, deshumaniza al hombre. No solo porque convierte al trabajador en asalariado sino porque confunde su vida con su oficio. Lo vuelve inseparable de su herramienta, lo marca con el hierro de su utensilio.

De repente descubrimos que “El catolicismo es el centro de la sociedad colonial porque de verdad es la fuente de vida que nutre las actividades, las pasiones, las virtudes y hasta los pecados de los siervos y señores, de funcionarios y sacerdotes, de comerciantes y militares. Por la fe católica los indios, en situación de orfandad, rotos los lazos con sus antiguas culturas, muertos sus dioses tanto como sus ciudades, encuentran un lugar en el mundo. Esa posibilidad de pertenecer a un orden vivo, así fuese la base de la pirámide social, les fue despiadadamente negada a los nativos por los protestantes de Nueva Inglaterra. Se olvida con frecuencia que pertenecer a la fe católica significaba encontrar un sitio en el Cosmos. La huida de los dioses y la muerte de los jefes habían dejado al indígena en una soledad tan completa como difícil de imaginar para un hombre moderno. El catolicismo le hace reanudar sus lazos con el mundo y el trasmundo. Devuelve sentido a su presencia en la tierra, alimenta sus esperanzas y justifica su vida y su muerte. No por simple servilismo o devoción los indios llamaban “tatas” a los misioneros y “madre” a la virgen de Guadalupe.

De repente descubrimos que “La diferencia con las colonias sajonas es radical. Hispanoamérica conoció muchos horrores pero por lo menos ignoró el más grave de todos: negarle un sitio. Así fuere el último de la escala social, a los hombres que la componían. Había clases, castas, esclavos, pero no había parias, gente sin condición social determinada o sin estado jurídico, moral o religioso.

De repente descubrimos que “La historia tiene la realidad atroz de una pesadilla; la grandeza del hombre consiste en hacer obras hermosas y durables con la sustancia real de esa pesadilla. O dicho de otro modo: transfigurar la pesadilla en visión, liberarnos, así sea por un instante, de la realidad disforme por medio de la creación.

De repente descubrimos que “La decadencia del catolicismo europeo coincide con su apogeo hispanoamericano: se extiende en tierras nuevas en el momento en que ha dejado de ser creador en la propia España. El silencio, dice Sor Juana Inés de la Cruz, en Méjico está poblado de voces.

De repente descubrimos que “Hay algo terriblemente soez en la mente moderna; la gente, que tolera toda suerte de mentiras indignas en la vida real, y toda suerte de realidades indignas, no soporta la existencia de la fábula de sus artistas. Como toda creación los artistas, los poetas, nacieron de un juego. El arte es juego-y otras cosas. Pero sin juego no hay arte. Escribimos para ser lo que somos o para ser aquello que no somos. En uno o en otro caso, nos buscamos a nosotros mismos. Y si tenemos la suerte de encontrarnos- señal de creación- descubrimos que somos un desconocido. Siempre el otro, siempre él, inseparable, ajeno, con tu cara y la mía, tú siempre conmigo y siempre solo.

De repente descubrimos que “Ningún sabio ha proclamado que la verdad se aprende; lo que han dicho todos, o casi todos, es que lo único que vale la pena de vivirse es la experiencia de la verdad. Lamentablemente, la mayoría de las veces, la verdad es una pieza difícil para ser organizada.

De repente descubrimos que “La piedra es piedra y el artista es el artista. Después, cada uno será otra cosa. O la misma cosa. Es igual o es distinto: todo es igual por ser diferente. Nombrar es ser. La palabra con que nombra a la piedra no es la piedra pero tiene la misma realidad de la piedra. El hombre habla como el río corre o la lluvia cae. El lenguaje del artista se alimenta de ese silencio que es habla inocente. La máscara de inocencia que nos muestra el artista no es la sabiduría: ser sabio es resignarse a saber que no somos inocentes. El que lo sepa, está más cerca de la sabiduría…

De repente descubrimos que “El hombre, sobre todo el hombre moderno, no es del todo real. No es un ente compacto como la naturaleza o las cosas; la conciencia de sí es su realidad insustancial. Una afirmación absoluta del existir y de ahí que sus palabras nos parezcan verdades de otro tiempo, ese tiempo en que todo era uno y lo mismo. Cuando menciona el presente, este se evapora. Generalmente, no creen sino en lo que tocan, son pesimistas, aman la realidad concreta, no aman a sus semejantes, desprecian a las ideas y viven fuera de la historia, uno en la plenitud del ser, otro en su más extrema privacidad.

De repente descubrimos que “ Walt Whitman creía realmente en el hombre y en las máquinas; mejor dicho creía que el hombre natural no era incompatible con las máquinas. Su panteísmo abarcaba también a la industria. Las máquinas son reproducción, simplificación y multiplicación de los procesos vitales. Nos seducen y horripilan porque nos dan la sensación simultánea de la inteligencia y la inconsistencia: todo lo que hacen lo hacen bien pero no saben lo que hacen. ¿No es esta una imagen del hombre moderno? Pero las máquinas son una cara de la civilización contemporánea. La otra cara es la promiscuidad social.

De repente descubrimos que “El poeta es la conciencia de la irrealidad histórica. Sólo que si esa conciencia se retira de la historia, la sociedad se abisma en su propia opacidad, y solo sirve para indisciplinar los espíritus. La caída de la pluralidad se paga con la pérdida de la identidad. Razón por la cual las tiranías o dictaduras, persiguen a los libros y a los artistas. Los escritos en prosa, pueden dividirse en dos grandes categorías: los firmados con su nombre y los de sus pseudónimos.

De repente descubrimos que “Saber que Rimbaud se interesó en la cábala y que identificó poesía y alquimia, es útil y nos acerca a su obra; para penetrarla realmente, sin embargo, nos hace falta algo más y algo menos. Pessoa definía ese algo de este modo: simpatía; intuición; inteligencia; comprensión; y lo más difícil, gracia.

De repente descubrimos que “El desierto urbano se cubre de signos: las piedras dicen algo, el viento dice, la ventana iluminada y el árbol solo de la esquina dicen, todo está diciendo algo, no esto que digo sino otra cosa, siempre otra cosa, la misma cosa que nunca se dice. La ausencia no es sólo privación, sino presentimiento de una presencia que jamás se muestra enteramente. Poemas herméticos y canciones coinciden: en la ausencia, en la irrealidad que somos, algo está presente. Atónito entre gentes y cosas, el poeta camina por una calle del barrio viejo. Entra en el parque y las hojas se mueven. Están a punto de decir…No, no ha dicho nada. Irrealidad del mundo, en la última luz de la tarde. Todo está inmóvil, en espera. El poeta sabe ya que no tiene identidad. Como esas casas, casi doradas, casi reales, como esos árboles suspendidos en la hora, el también zarpa de sí mismo. Y no aparece el otro, el doble, el verdadero artista. Nunca aparecerá: no hay otro. Aparece, se insinúa, lo otro, lo que no tiene nombre, lo que no se dice y que nuestras pobres palabras invocan. ¿Es la poesía? No: la poesía es lo que queda y lo que nos consuela, la conciencia de la ausencia. Y de nuevo, casi imperceptible, un rumor de algo: el poeta o la inminencia de lo desconocido.







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