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El aquí y ahora ciudadano

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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sábado 26 de agosto de 2017, 17:48h
Después de varios siglos en esta isla deslumbrante: ¿cuándo aprenderemos los ciudadanos a no delegar en el aquí y el ahora, respetando solo a las instituciones y a la separación e independencia de los tres poderes del Estado? Aquí la política ha sido una guerra, espacio donde hay que destruir o desacreditar al contrincante y que la nación espere, sin ciudadanos. Así hemos vivido desde Duarte para acá, inconsistentes, balbuceantes.

No es de extrañar, pues, que el espíritu humano sea mas lento que el deseo individual, que pasado y presente vivan en rezago. Que llevemos la violencia en el corazón, que el autoritarismo sea una fuerza de freno, una fuerza de inercia del aquí y del ahora. Que nos hayamos habituado a la violencia, a 120 años de dictaduras militares, a las eternas prórrogas, en el espacio y en el tiempo, a llegar tarde donde para el ciudadano común y corriente nunca pasa nada. Que vivamos delegando en terceros, creyendo que la vida nos transforma: en realidad lo que hace es desgastarnos y lo que se desgasta en nosotros son las cosas aprendidas. Es nuestra forma común de conocer y vivir: a retazos, a empujones, esperando soluciones desde arriba, con cero autonomía desde abajo.

El aquí y el ahora ciudadano tienen todavía la realidad atroz de una pesadilla. Nuestra grandeza ciudadana ha consistido en hacer obras hermosas y durables con la sustancia real de esa pesadilla. Transfigurarnos así sea por un instante de esa realidad disforme por medio de la creación. La política, lo reitero, ha tenido como base la violencia y el peculado, el silencio reiterado de las páginas en blanco, el más sepulcral de los silencios. El aquí y el ahora ciudadano van siempre acompañado de esos silencios sepulcrales a través de la violencia, al través de la anarquía y el autoritarismo, de la corrupción y de la impunidad.

Aquí el ciudadano calla, vive del temor, basculado por el miedo, se educa alrededor del miedo, delegando...El ex presidente Hipólito Mejía, ha recordado en su momento "que el 99,9% de los políticos son corruptos, y que saldría del solio presidencial con las manos limpias de sangre y de peculado". Pues que se cuide de los políticos, no de los ciudadanos. Esas palabras demuestran que hay todavía supervivientes de un mundo más razonable que el que hemos vivido tradicionalmente.

Los dominicanos, somos una nación en que la locura y la melancolía alternan de siglo en siglo como los ojos negros y los ojos azules. ¿Solo los dominicanos? ¿Acaso los europeos, los asiáticos, los africanos son distintos? Si delegan en terceros y no comparten el poder, si no independizan los tres Poderes del Estado, somos todos iguales. Admito que el que delega tiene que esperar, se le embota el sentido autocrítico, se juega un billete que casi siempre sale pelado.

De manera que la mejor fórmula ciudadana es la de asumir directamente, en paz, marchando pacíficamente verde por calles y avenidas, desterrando la violencia, el peculado y la impunidad desde la familia, la escuela, la empresa o el Estado. Quién delega deja de asumirse. No es el, es el otro, el tercero, un cheque en blanco, una incógnita. Y las incógnitas no hablan ni actúan. Sin embargo en el mundo laboral de San José de Ocoa, por ahí estuvo antes el sacerdote canadiense Luis Quinn, haciendo maravillas con sus campesinos de la cooperativa Santa Cruz, señalando el mejor camino posible: trabajar, compartir, responsabilizar, resolver directamente, sin intermediarios, lejos de la corrupción y del peculado. Pacíficamente. Como anticipo de lo que vendrá alguna vez, de lo que será la normalidad del futuro: la decencia del ciudadano.

Desde que Ovando consideró en el siglo XV1, que para impedir la competencia con otras naciones europeas, era preferible destruir la economía hatera más próspera del Caribe, se estableció el concepto de tierra arrasada en el aquí y el ahora. Recordemos las iniquidades de Santana al fusilar y diezmar las familias de los padres de la Patria y de los trinitarios en el aquí y el ahora.

El destierro miserable de Juan Pablo Duarte, el fundador de nuestra República, el peculado y los fusilamientos en los gobiernos de Báez y de Lilís, la violencia terrorista de 31 años de Rafael Trujillo, los doce años de violencias del Dr. Joaquín Balaguer, la rendición al Poder por parte de los intelectuales, convertidos en cortesanos en todo el siglo XX y principio del siglo XX1.

Con todo el respeto, en R.D. la soberanía popular nunca ha existido: el ciudadano ha delegado cuando lo dejan delegar, vota cuando puede votar libremente, resignado. Es libre un solo día cada cuatro años, cuando vota. Después de ese día, "el Poder es para ejercerlo". Es el huevo autocrático, heredado desde el período colonial. Su criatura, la política: hay que destruir al contrincante. Así el poder ciudadano no pinta nada.

Hemos sido, al decir del Profesor Juan Bosch, una sociedad de castas: ciudadanos de primera, ciudadanos de segunda y el pueblo propiamente dicho. Desde la óptica de estas palabras del profesor Juan Bosch, el Poder se refleja distinto para el que lo ejerce, para el que lo sufre y para el que lo contempla. Por eso el ciudadano, que es la mayoría de la población, ha sido educado en la violencia, no en la paz. Por eso es sorprendente la marcha verde: un viraje ciudadano, impactante, pacífico, educativo, masivo. Aquí nunca, en estas condiciones, ni en el presente ni en el pasado, había existido un movimiento ciudadano tan grande, tan masivo como la Marcha Verde, basado en la idea de Mahatma Gandhi de la no violencia y de la paz ciudadana. Con razón lo quieren lejos del Palacio Nacional, lejos del Poder.

El quid de las marchas verdes, su impacto contundente, lo nuevo en R.D., es que ocupan ahora un espacio de honradez desbordante en todas las ciudades grandes del país, que consistiría en el aquí y el ahora una mayoría ciudadana, en no delegar derechos y deberes legítimos, en no compartir el poder ciudadano con los que marchan fuera de la ley y de las instituciones: en la familia, en la escuela, en la empresa, en el Estado. En educar de otra forma, con nuevos criterios y contenidos pacifistas, democráticos. La marcha verde asusta por su tamaño. Es la mayoría numérica en las grandes ciudades del país y eso asusta a los delincuentes y a los partidos políticos grandes, hoy en pleno descrédito.

Citaba a uno de nuestros últimos presidentes, cuando ejercía el Poder político, reconozco que sus palabras me han conmovido profundamente: "Juro que saldré del Poder limpio de sangre y de peculado". Sería uno de los pocos en los últimos 500 años. Sería otra excepción de la regla. Ojalá. Pero para que sus palabras no se pierdan en el viento, en el despropósito verbal, le sugiero que si llega al Poder nuevamente, desde el poder, en su gobierno, sea algo distinto: que eduque, descentralice, planifique y presupueste por provincias, redistribuya los ingresos a los más pobres, despolitice los ayuntamientos y alcaldías, cree polos de desarrollo provinciales y planes de largo plazo para cada provincia. Y que sobre todo comparta el poder con los ciudadanos. Que lo que va, bien hecho vuelve, y regresa en el mejor de los sentidos.

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