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El Rey culmina su ‘annus horribilis’

Por Fernando Jáuregui
domingo 25 de diciembre de 2016, 03:28h
¿Qué marco han buscado este año para el mensaje del Rey? Me llegan rumores, pero no certidumbres))

Hay, claro está, expectación ante el discurso de Nochebuena con el que el jefe del Estado felicita las pascuas cada año a los españoles. Siempre está la generalidad de la opinión pública –hay excepciones, cómo no…– bastante atenta a lo que el Rey, antes Juan Carlos, ahora Felipe VI, tiene que decir, con palabras suaves pero fondo contundente, a los españoles. Y, aunque a veces parezca que el mensaje se repite –unidad, defensa de la Constitución…–, lo importante son las variantes: aún se recuerda aquel último disurso navideño de Juan Carlos I, el de 2013, pidiendo ‘regeneración’ en la vida política, una palabra que, por cierto, ningún líder se había atrevido a emplear hasta entonces, y que luego ha sido moneda corriente de referencia en el discurso político y periodístico español.

Con 2016, Felipe de Borbón culmina lo que para él –y para los ciudadanos españoles, pienso—ha sido un ‘annus horribilis’, como dijo, en circunstancias tremendas para ella y su familia, la Reina Isabel II de Inglaterra. Ignoro si el contenido de este ‘annus’, que culminó con la ‘cumbre’ independentista, porque eso fue en el fondo lo que el president Puigdemont hizo este viernes, se verá reflejado en el mensaje real. Pero quizás debería contenerse en él alguna advertencia para que nada de lo que ha ocurrido entre el pasado mes de enero y noviembre vuelva a repetirse.

Siempre que tengo ocasión, me reafirmo en mi condición de monárquico, por encima de juancarlismos o felipismos. Al menos, en la presente coyuntura política, y manteniendo esa condición crítica que estimo inherente a cualquier periodista. Me parece perfectamente legítima la opción republicana, a la que hay que despojar de lamentables connotaciones históricas; lo que ocurre es que no sé qué hubiera sucedido si, a lo largo de las trapisondas de nuestros políticos en sesiones de investidura y consultas con la Jefatura del Estado, tales consultas se hubiesen producido con un presidente de la República miembro de uno de los partidos en liza, y no con un Monarca que se halla ‘au-dessus de la melée’ , por encima de las tensiones partidistas. Aunque estas tensiones a veces traten de salpicarle.

Al Rey, en quien algunas veces he encontrado un exceso de prudencia, limitado como está por una Constitución insuficiente en lo que a las funciones reales respecta, hay que reconocerle que ha sabido sobrenadar las tensiones y los terremotos que han provocado errores, ambiciones personalistas y ansias de protagonismo y de fuegos fatuos en el procedimiento de alguno/s de nuestros político/s. Y las ambigüedades, ya digo –ay, ese artículo 99…–, en algunos puntos concretos de nuestra Constitución, que ignoro por qué no ha comenzado ya mismo la tramitación para estudiar y pactar su reforma.

Felipe VI se ha mantenido en calma y ha sobrepasado con bien el Cabo de las Tormentas, por fortuna para el conjunto de los españoles, que ahora ven renacer una cierta calma, alterada por una innegable insurrección en la política oficial catalana. ¿Qué referencias hará Felipe VI a lo que ocurrió sin ir más lejos este viernes en Barcelona?¿Con qué llamamientos –el jefe del Estado no puede hacer promesas, ni siquiera, tal vez, sugerencias de soluciones—podrían aquietarse las aguas? Temo que no van a bastar las palabras sin duda bien intencionadas del Rey, porque la negociación –sí negociación y, además, urgente—les corresponde a quienes hemos elegido como nuestros representantes. Pero nunca sobrará un poco de sosiego navideño, aunque sea a base de palabras muy escogidas que siempre tratan de excitar los mejores sentimientos de cada uno de nosotros; creo que, en parte, lo consiguen. Muchas felicidades.

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